14 de marzo de 2019

CRÍTICA: Seis hombres una mujer: la revolución perdida, Eugenia Muñoz.


Seis hombres una mujer:
la revolución perdida[1]
Eugenia Muñoz

Edición de Caza de libros.

En Seis hombres una mujer[2], Jorge Eliécer Pardo expresa la conciencia crítica que refleja la realidad de una “revolución perdida”: de sus participantes, unos murieron luchando, o desaparecieron sin rastro alguno, otros se rindieron consumiéndose en el “falso poder” y, otros —según esta novela— constituyeron la peor respuesta a los ideales revolucionarios de su generación, fueron débiles para participar activamente y terminaron por vender su vida, sus aspiraciones y sus motivaciones íntimas más genuinas, al servicio de la burocracia y al sistema político contra el cual luchaban las clases menos favorecidas, los universitarios, los intelectuales, literatos y libre pensadores[3].
El personaje masculino principal de Seis hombres una mujer, Jerónimo Santos, es precisamente el que encarna el tipo de joven que ha de vivir arrastrando la culpa por la traición no sólo a los de su generación universitaria, creyentes del socialismo, con su escape de la práctica revolucionaria, sino a Ruth Mazabel, la joven mujer compañera leal en los sueños del amor libre y espontáneo, del amor por la literatura, la justicia, y el rechazo a la burocracia y a las falsedades burguesas. Lo que resultó peor a Jerónimo Santos, a causa de su debilidad ante las imposiciones paternales y maternales sobre su futuro profesional y personal, fue el haber traicionado a su ser auténtico de hombre nacido para la literatura, la creatividad y el amor. En vez de realizarse con todo lo anterior, Jerónimo Santos estudia la carrera de ingeniería porque es la que su padre dictamina. Una vez graduado Jerónimo, sus padres le “palanquean” un puesto burocrático y le escogen a Leonor Valenzuela como el “mejor partido” para que se case y asegure un lugar y un futuro brillante en los medios detentadores del poder político y económico. Leonor es la hija de un político consumado en las artes de obtener bienestar económico gracias a su habilidad para desplazarse por el mundo donde “las pequeñeces, los insultos y las mentiras son esenciales en el pugilato donde el más deshonesto siempre triunfa” (Pardo, 137). En efecto, poco a poco Jerónimo Santos aprende a simular todo aquello en lo que no creía cuando bullía de juventud y amor. Se pierde en la rutina de los horarios y en la farsa diaria de la política y la burocracia asistiendo a cocteles, velorios y pésames, contribuye a “vender esperanzas a los pobres desempleados de las calles”. En ese medio Santos asimila el arte de mentir, “a beber y a hablar del devenir político con tanta propiedad que hasta llega a vaticinar los resultados electorales ante personas que lo consideran conocedor y conocido de los políticos que heredó de su padre” (Pardo, 53).
La intención autorial enjuiciadora a través de la voz narrativa es evidente al contar el proceso de asimilación de Jerónimo Santos en las esferas del poder político y aún más grave, su trato con “militares de altas graduaciones que evitan hablar de política por ser éste un tema para civiles, que sólo están en el país para defender la libertad, para salvaguardar la democracia y sueltan una risa que llena los vasos de whisky y las bocas abiertas de las mujeres” (Pardo, 54). Hay cinismo en las risas de los militares aquí descritas por el narrador. Esa voz narrativa juez, lo que denuncia aquí es la ironía frecuente de aquellos que se abrogaron el papel de defensores de la democracia y la libertad, precisamente los perseguidores de aquellos universitarios que pregonaban la libertad individual y la igualdad de clases.
Un recurso que el autor utiliza para simbolizar en el texto narrativo la presencia de la conciencia crítica, es el fantasma de un hombre que atormenta a Jerónimo con sus parlamentos recriminatorios; parece ser un doble personaje que le recuerda incesantemente a su hermano Carlos, el que se entregó verdaderamente a la causa revolucionaria y un día desapareció para siempre en aras de ésta utopía, sin el menor indicio de cuál fue su destino final.
“Otra vez el hombre de la penumbra recrimina: tienes, tenemos esa doble manera de comportarnos que tantas veces nos hizo gritar contra el mundo sin saber por qué” (Pardo, 54).
Pero el hombre, o el tú, que dialoga con Jerónimo a la manera del de Artemio Cruz, personaje de Carlos Fuentes, también corrompido por la ambición del poder, no sólo le enrostra su vida de falsedad sino su cobardía ante la no acción dentro del movimiento revolucionario estudiantil,
“tú eres el reposo del guerrero, del guerrero cobarde, del emboscado. ¡Nuestra señora de los desertores, ten piedad de mí. Quiero dormir-morir y para esto el mejor aliado es una mujer” (Pardo, 56).
Otra explicación de la voz fantasma, atormentadora del Jerónimo adulto con verdades de su vida de juventud que traicionó, puede estar en que es la voz del joven Jerónimo, aún sin corromperse, ni traicionar, ni huir de las circunstancias que hubieran hecho de él un hombre de vivir auténtico por encima de las imposiciones y tentaciones del no mundo donde no existe el compromiso con la verdad fiel, al ser real, capaz de grandes ideales y realizaciones personales. Y entre esas realizaciones personales, otras dos aspiraciones que abandonó y que le persiguen también como fantasmas del pasado, son el amor que tuvo por Ruth Mazabel y su vocación literaria de escribir un libro.
Ruth Mazabel y Jerónimo Santos se conocieron en la universidad, ella de clase económica más baja que la de Jerónimo. Sin embargo, no representó obstáculo para que pudieran sentir el amor por todos los poros, el deseo mutuo y el regocijo de compartir horas, lugares, sueños y su devoción por la literatura. Ambos “se entregan con la suavidad de los pétalos”, deseando quedarse “a tu lado para siempre” porque “cuánto te necesito”, mientras “se dedican a descubrirse” y a contarse sus vidas, a besarse bajo los árboles, a caminar abrazados por las avenidas, sintiéndose libres de la censura social “por su comportamiento no apropiado”. Los dos llegan sin vacilaciones al encuentro de la entrega sexual mutua,
“Ruth Mazabel se entrega sin temor y el deseo le proporciona el placer de flotar incontrolablemente en un espacio cuyo límite es el horizonte. Él se adhiere a su piel” (Pardo, 30).
Jerónimo recorre el cuerpo de Ruth una y otra vez, para luego, a solas, inventar frases o capturar palabras que se salen de los contextos subrayados por Ruth en los libros que ambos leen, Borges, Woolf, Proust, Whitman.
El final de la intensa relación entre Jerónimo y Ruth se inicia cuando él tiene problemas de salud y debe ser internado en un hospital adonde su familia vuelve a dominar su vida y Ruth se queda con el recuerdo cada vez que vuelve al cuarto que los dos alquilaron para sus horas de amor. Cuando Ruth regresa a la habitación, lo hace enfrentando la censura de “la gente que la vigila, la acusa, la persigue” porque saben que ella ama con un amor libre a Jerónimo.
De los hechos anteriores se puede observar que el autor desea reproducir las actitudes y forma de vida de los jóvenes de los años setenta, en cuanto a su ruptura con los cánones sociales y religiosos respecto de la relaciones amorosas. También es de anotar cómo la relación profunda y mutua entre los dos amantes, ilustra la armonía de una transformación en cuanto al lugar que ocupa Ruth, como mujer frente a Jerónimo. Ella es su igual tanto para la búsqueda del placer sexual, como para lo intelectual y literario. Ambos leen y comparten la pasión por la literatura y planean la creación del libro que va a escribir Jerónimo. Jorge Eliécer Pardo, al presentar ese tipo de relación entre sus personajes, coincide con Freddy Téllez quien defiende la expresión natural o espontánea de la sexualidad contra los moralismos represores de la sociedad, especialmente para con la mujer. Ruth Mazabel no se comporta con los disimulos y temores a que la tradición moralista aboca a la mujer en su interacción sexual porque, como lo expresa Téllez, “en realidad la sexualidad es justamente eso: verdad, disolución de las mentiras y las apariencias, del acorazamiento de la movilidad espontánea”[4].
El personaje masculino en esta novela de Pardo es quien falla en la relación auténtica que encontró junto a la mujer leal, amorosa compañera, firme en sus convicciones frente a la sociedad y la política, como lo es Ruth Mazabel. Porque una vez Jerónimo vuelve a los fueros familiares, no tiene el valor para escapar a las redes que le tejen su destino social, político, económico y, lo que es más grave, la destrucción de su realización individual y por extensión la de Ruth; si, damos por sentado, que esa relación auténtica con Jerónimo, para ella también había representado su triunfo sobre los cánones represores del amor espontáneo y natural[5]. Ruth, le escribía a Jerónimo expresándole cuánto lo amaba, lo extrañaba y deseaba y que ella “se pegaba a los sueños de él, a su remar incansable sobre el mar de ella, ausente de peces”. Pero una tarde Ruth sintió que los dos no
“… eran más que un pasado que late como un perro rabioso y les muerde las piernas, les busca el corazón y se los devora lentamente” (Pardo, 43).
Jerónimo Santos empieza a dar señales a Ruth de su deserción del espacio liberador en que vivían los dos cuando, una vez que él inicia su trabajo burocrático, la invita a alternar con “los enemigos” en los clubs sociales y ella firmemente se niega a acompañarlo. La distancia empieza a agudizarse cuando a Jerónimo le presentan a Leonor Valenzuela, la candidata para esposa que sus padres le escogieron. Como un sonámbulo Jerónimo se deja arrastrar a un matrimonio por conveniencia, donde el amor llegará después, con la convivencia y la alcoba compartida. Por ello Ruth, traicionada, desaparece para siempre de la vida de Jerónimo sin dejar rastro, sin que él pudiera saber hacia dónde se marchó y tuviera que inventar miles de ideas, explicaciones e historias acerca de su desaparición. Ya fuera para los cuarteles sin retorno posible de la guerrilla, como su hermano Carlos, ya fuera para las sombras de la muerte, o para caer en los brazos de esos otros seis hombres, que la aprisionan en sus imaginaciones y empiezan a buscarla también, cuando Jerónimo adulto, derrotado por su propia debilidad al dejar que otros eligieran su vida y la de Ruth, les cuenta su historia con esa mujer, capaz de amar verdaderamente, a esos seis hombres compañeros de noches oscuras de nostalgias y licor.
La voz narrativa escudriña y hurga en la mediocre y sombría cotidianidad de la vida matrimonial de Leonor Valenzuela y Jerónimo Santos; ambos, al final, presas del matrimonio sin el amor verdadero, de los deberes, de las apariencias sociales, de las vacaciones anuales en playas cuyo sol, olas y gaviotas, nada dicen a sus pieles ni a sus ansias insatisfechas. Jerónimo vive mordido hasta el final por el pasado que nunca llegó a ser el futuro feliz y compartido con Ruth. Por eso toda su historia narrativa es una búsqueda infructuosa de la mujer que dejó ir, que obligó a marchar de su vida por haberse entregado al mundo al que ella no se sometería nunca:
“Te quiero así como hemos crecido... Demos la bienvenida a la nueva etapa de nuestra vida, sin matrimonio, sin compromisos, sin ataduras, sólo sabiendo que nada podrá hacernos desistir de todo lo que hemos proyectado” (Pardo, 133).
Se reitera aquí la ideología de la juventud de los años setenta, deseosa de ser consecuente con el manejo de su libertad individual. Y de nuevo, este personaje femenino es más firme y decidido que su compañero hombre para mantener su filiación y su lealtad, especialmente cuando ama incondicionalmente. Es más, Ruth sabe amar con libertad y se la concede también a Jerónimo cuando se da cuenta de que él oscila entre ella y la influencia de su familia,
“… por favor, mi Jerónimo, no hagas eso porque sé muy bien que ese otro que se meterá en el vestido de paño oscuro no eres tú ni lo será jamás. Te amo pero sabrás decidir la vida, no debes sacrificarte por mí, pero tampoco te sacrifiques por un mundo que no te llenará nunca” (Pardo, 133).
Con estos razonamientos Ruth le estaba indicando el camino verdadero, pero él no estuvo en capacidad de seguirlo y la deja sola con los ideales de cambios, reformas, sueños y planes para toda una vida juntos. Se perdió allí la oportunidad del “matrimonio feliz entre marxismo y feminismo”, parafraseando a la inversa a Heidi Hartmann.
Lo único concreto que le quedó a Jerónimo Santos fueron los libros que leía con Ruth. Esos libros de literatura que encierran los caminos secretos de la vida para llegar a los mensajes más insospechados y anhelados, como los que Ruth le subrayaba a Jerónimo. Aunque para Jerónimo es tarde para el amor, no lo es para ejecutar la acción que finalmente lo salva, cuando se enfrenta a la ruptura con ese mundo de mentiras en que ha vivido y se entrega, por fin, a la labor de crear el libro que ideó con Ruth y para Ruth, quien desde el epígrafe de Walt Whitman, que abre la novela, y como fuerza impulsora creadora, desde el recuerdo le repite siempre a Jerónimo:
Si no me encuentras no te desanimes; si no estoy en aquel sitio, búscame en otro. Te espero... en algún sitio estoy esperándote.
Al final, el libro de Jerónimo es la misma novela que leemos los lectores y lectoras y allí es donde se encuentra Ruth Mazabel.


[1] Este ensayo se incluye en, Muñoz, Eugenia. Novelización y parodia del mundo femenino en cuatro autores colombianos. Pijao Editores, 1997.
Este ensayo también se encuentra en: https://www.buenastareas.com/ensayos/Seis-Hombres-Una-Mujer-La-Revoluci%C3%B3n/46484001.html  
[2] Pardo, Jorge Eliécer. Seis hombres una mujer. Grijalbo Editores, Espejo de tinta, 1992.
[3] En la obra de Jorge Eliécer Pardo también se encuentra novelado el tema de la violencia de 1948. Este escritor hace uso de las nuevas técnicas de la nueva novela del boom. Su mundo está estrechamente relacionado con una visión existencialista y agónica donde sus personajes se hallan atrapados luchando por escapar de sus laberintos.
[4] Para una lectura sobre una amplia discusión de la representación de la pulsión sexual, las distorsiones del comportamiento sexual masculino y femenino bajo los cánones de una tradición “dualista y ascética, fría, calculadora y encerrada”, léase el libro de Freddy Téllez, La sexualidad del femenino. ¿Biología o cultura?, Bogotá, Carlos Valencia Editores, 1987.
[5] En la novelística de Jorge Eliécer Pardo es frecuente encontrar al personaje masculino exento de los roles machistas tradicionales. Sus personajes masculinos se muestran vulnerables, conscientes de sus culpas, aunque eso mismo los sume en un pesimismo existencialista. Pero por encima de todo ello, estos personajes se muestran abiertos para amar a la mujer con entrega, corazón y memoria.

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