14 de marzo de 2019

CRÍTICA: El pianista que llegó de Hamburgo: Determinismo, ironía e intertextualidad en un destino trágico. Eugenia Muñoz.


El pianista que llegó de Hamburgo[1]
Determinismo, ironía e intertextualidad en un destino trágico[2]

Eugenia Muñoz
Lanzamiento de la primera edición. Con maestro Gil, al piano, Ángela Vergara como Matilde Aguirre y Sebastián Ospina como Hendrik. Gimnasio Moderno, 2012.
  
Jorge Eliécer Pardo en la novela El pianista que llegó de Hamburgo, ha creado su obra maestra. Es un trabajo de una gran envergadura literaria que contiene no solo diversidad de temáticas novelescas, técnicas y estructuras literarias desarrolladas paralelamente entre la no ficción y la ficción. Ejemplos de no ficción se encuentran en la historia de la vida y guerra de Hitler y su persecución de los judíos, a quienes también los persiguió el antisemitismo existente en ciertos gobiernos extranjeros como el colombiano de aquellos años de la guerra nazi. Otros temas de no ficción, la violencia de las guerras civiles en Colombia, el desarrollo de la ciudad de Bogotá, de las gentes y sus modos de vida al paso del tiempo y el avance de la modernidad, la vida en los Llanos Orientales y en las selvas del Putumayo. No ficción también es la inclusión en la novela de la exhaustiva investigación y conocimiento del novelista Pardo, no sólo de todo lo anterior, sino de las vidas y obras de músicos europeos famosos y de la historia de la música y el arpa de los Llanos Orientales colombianos.
La ficción se desarrolla a través de la vida, obras, amores y tragedias de Hendrik Joachim Pfalzgraf, de ascendencia judía y músico por herencia, alma y corazón. Hendrik es el personaje central de la novela al protagonizar la trama de la ficción, ser el objeto en quien se desarrolla la técnica surrealista onírica que también es parte integral de la obra y el puente que une las temáticas de la no ficción y la ficción. En suma, se puede agregar que el autor ha creado un entrecruzamiento continental entre la Alemania de los protagonistas y víctimas de la guerra nazi, las vidas y obras de músicos alemanes y algunos textos antiguos de la literatura europea con la historia colombiana, sus guerras, sus gentes, la vida urbana capitalina y las circunstancias de inmigrantes judíos alemanes en el territorio colombiano, como el caso de Hendrik.

Héroe trágico y romántico
Entre la pluralidad novelística que ofrece la obra, en el presente estudio se hará un análisis de la presencia del determinismo, la ironía y la intertextualidad ligada tanto a la biografía de músicos alemanes, como a dos de los varios textos literarios europeos que se mencionan en el transcurso de la narración. Jorge Eliécer Pardo le asignó a su personaje Hendrik un destino de héroe trágico y romántico al determinarle una vida donde las circunstancias fatales y la ironía se impusieron inevitablemente sobre su lucha por vencerlas para alcanzar sus sueños y el derecho de tener una vida propia plena. Desde su origen en la lejana Alemania, el niño Hendrik no vivió la vida que normalmente debió tener en un hogar donde crecer junto a sus padres. A los dos años ya era huérfano de padre y madre. Tampoco iba a decidir completamente por sí mismo, cuáles serían sus sueños e ideales y quehacer vital. Ya el abuelo judío Jakob había iniciado la historia de la saga familiar que en cadena, por la genética o por el inconsciente, había seguido su padre Hannes y luego Hendrik quien también vivió en función de la música, soñó con ser famoso, viajó de lugar en lugar tocando música como su padre y su abuelo. Y Hendrik no solo heredó el destino de los sueños musicales rotos, sino también el del amor verdadero truncado e imposible. Tanto a su abuelo Jakob
“… el amor le daba la espalda y las mujeres que se le acercaron tenían el corazón ocupado por recuerdos imposibles de derrotar” (Pardo: 17),
como para su padre Hannes el amor imposible le nació,
“… en el corazón al conocer a la mujer de un virtuoso pianista. Jamás pudo reponerse de ese sentimiento” (Pardo: 18),
y por último para Hendrik, el amor verdadero con Matilde estuvo predestinado a la imposibilidad, a la destrucción total y a la muerte. Abuelo, hijo y nieto, crearon su familia con mujeres que no fueron "el verdadero amor de sus vidas". El destino de Hendrik fue heredado o "contagiado", como lo expresa José María Stapper:
“La calamidad y la miseria son ‘prendedizas’ y caminan ávidas de hallar entrañas como los virus malos. En ocasiones superan toda cordura reminiscente como le sucede a Hendrik Pfalzgraf (primer personaje que aparece en la novela) con su baño concentrado de tristezas asumidas desde su nacimiento, producto de secuelas incrustadas por causa de su familia ancestral”.
Se observa inicialmente la ironía en la vida temprana de Hendrik en cuanto a lo que se suponía una vida normal de niño con sus padres, pero en vez la vivió en el hogar de su tía Elizabeth y su esposo Azriel, en donde
“… soñaba con el deseo incompleto de su padre: ser un mujik para vivir en Moscú y tocar el piano hasta su vejez” (Pardo: 19).
Junto a los padres adoptivos se selló el destino familiar musical de Hendrik: abuelo músico, padre músico, madre soprano, padre y madre adoptivos, músicos también. La ironía se presenta ante la expectativa frustrada de la vida normal de adolescente que debía tener Hendrik en su ciudad natal Hamburgo, la cual fue asfixiante y totalmente aislada. Por ser de ancestro judío, la vivió escondido en un sótano a causa de la guerra de Hitler:
 “Hendrik se hacía adulto sin ver el puerto que siempre amó, la partida de los barcos, sus campos verdes donde tantas veces escuchó el ruido incesante de su corazón al ritmo de un violonchelo. Empezaba a desesperar pero la guerra tomaba el camino del no retorno y la idea de escapar apremiaba. Debería estar en las tribunas del Estadio de Berlín cuando se inauguraran los juegos olímpicos, como todos los de su edad, pero sólo escuchó la noticia en boca de Azriel” (Pardo: 19).
La guerra nazi fue una circunstancia externa que Hendrik no buscó y que le impuso un destino que nunca hubiera atraído por sí mismo, de huidas, de exilio, de perder y tener que volver a empezar una y muchas veces el camino de las esperanzas y los sueños que se tornaron en renuncia, “Ya no vería el metro de Moscú o Palacio Subterráneo”, otros en frustración por haberlos empezado a realizar y luego irremediablemente perderlos. En vez de encaminarse al Moscú de los sueños de su padre y suyos, Hendrik, secundó a su tío Azriel en buscar el futuro en Norteamérica, “con la decisión del retorno” y adonde lucharían para establecer una academia de música, un almacén para vender pianos finos y “conseguirían dinero y reunirían para siempre a la familia. La guerra no los separaría” (Pardo: 25). Pero, contrario a sus deseos y decisiones, ni Hendrik ni el tío Azriel pudieron volver a Hamburgo y nunca más vieron a su familia que murió en el holocausto. Tampoco pudieron llegar a Norteamérica, pues el destino quiso que el barco con “banderas alemanas” tuviera que desviarse hacia la Habana y de allí tío y sobrino se embarcaran en una goleta que los llevó a Barranquilla, Colombia, país donde vivieron el resto de sus vidas. En Colombia Hendrik y Azriel tampoco escaparon a la persecución pro nazi, pues sin haber tenido la culpa de haber nacido judíos, el canciller Luis López quería impedir el establecimiento de judíos indeseables en Colombia, entre muchas otras argumentaciones negativas, por “no tener buena índole racial y moral, porque los judíos tenían una orientación parasitaria de la vida” (Pardo: 29). Y así sucesivamente, cuando llegaron a Bogotá para establecerse, Hendrik y Azriel vivieron las ansiedades del rechazo del gobierno de Eduardo Santos ya que Estados Unidos así lo pedía por ser de Alemania, país enemigo. Luchando contra las vicisitudes, logran emplearse de obreros en la compañía Bayer sin dejar de alimentar sus sueños de artistas musicales. Nuevamente Hendrik quedó encarcelado y aislado por la persecución iniciada en la lejana Hamburgo y por judío sospechoso, cuando lo arrancaron de la casa en el barrio de La Candelaria que compartía con su tío. A Azriel lo llevaron a Cachipay y murió un tiempo después por la derrota y desesperanza de sus sueños fallidos. Y a Hendrik lo llevaron a Sabaneta. Quizás por un “descuido” o tregua de su destino de perseguido, en Sabaneta Hendrik conoció a la italiana Magdalena Massi, con quien, una vez libre del encierro, tuvo la oportunidad de tener su primera relación de amistad femenina, la cual se convierte en un afecto lo suficientemente fuerte para aminorar la soledad, formar una vida en común y crear una familia, al tener con aquélla a su única hija, Laura. Parece que el destino para dejarle acariciar la felicidad que se mostraba completa, le concedió también a Hendrik iniciar el sueño de la academia de música y del almacén de nombre “Brahms”, en honor al músico que tanto había admirado su padre. Magdalena quien "asumió la academia como propia", le agregó su sensibilidad artística ofreciendo clases de cerámica, pintura en porcelana y modelado. Hendrik “se veía feliz a largo plazo” y: 
“Clandestinamente asistía a los conciertos Glottmann de la Orquesta Sinfónica Nacional, organizados por Hernando Téllez en los teatros Colón y Colombia o los oía en la Radiodifusora Nacional o La Voz de Colombia. Buscaba secretamente a los músicos entre ellos al tenor Carlos Julio Ramírez de quien había dicho Charles Chaplin que era la voz más bella que había escuchado en sus tiempos de Hollywood. Evitó hablar con todos a pesar de su cercanía con el arte” (Pardo: 34).
Y no sólo Hendrik pudo entregarse a los deleites de la música, sino que las clases de la academia empezaron a marchar “viento en popa porque las niñas bien —de la burguesía, o gente pudiente— complementaban sus asignaturas de canto y ejecución de un instrumento que les enseñaban en el colegio” (Pardo: 38) y en el almacén “así las conexiones dejadas por el tío Azriel no fueran las mejores con las casas o compañías de instrumentos musicales del exterior, no faltaba un piano, varios violines, guitarras, tiples, bandolas, arpas, piezas de percusión, atriles, libros y partituras” (Pardo: 38). Y hasta pudo comprar la casa de la Candelaria en la que vivía con su familia. Irónicamente, la fatalidad no se hizo esperar mucho: Seis años después del inicio de su nueva vida, cuando Hendrik estaba por fin confiando en que iba a disfrutar de la paz, la prosperidad y el bienestar de familia, cuando sentía que su presente y futuro ya estaban enraizados en la tierra colombiana, en un abrir y cerrar de ojos, la desgracia irrumpió arrasando con trágica injusticia todo lo suyo. Era el medio día del 9 de abril de 1948 y por el zaguán de la academia entró un tropel “vociferando” el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, que para Hendrik resultó ser el anuncio del fin de la felicidad “prestada”. Él, con los brazos levantados ante el alboroto aterrador, exclamó: “¡La guerra!”. De manera irónica volvía a la vida de Hendrik el tormento de la guerra y de acuerdo con la voz narrativa y con Luz Mary Giraldo, "La guerra que lo obliga a huir se prolonga como una pesadilla que resuena en su trayecto vital durante su largo medio siglo en Colombia: “huía de la guerra pero la guerra lo persiguió siempre”. Tan solo que en esta ocasión El Bogotazo, de un violento manotazo, le arrancó de un tajo a Magdalena que se marchó con su hija Laura a Italia sin regreso posible. Y para completar la adversidad, lo dejó con la academia y el almacén incendiados y sin la casa, vendida a mitad del precio comercial. Toda la vida presente y futura que Hendrik creyó que iba a ser para el resto de sus días, se le esfumó sin haberlo podido evitar por causa de la violencia de la guerra.
La guerra, como ya se mencionó arriba, no dejó de hacer presencia en la vida de Hendrik acosándolo a pesar de que para él, “carecían de importancia las consignas de los grupos políticos:hay que hacer la revolución y, nos van a hacer la revuelta” (Pardo: 47) y no obstante su sempiterno querer huir de ella, como la vez en que para no permanecer en el Bogotá revolucionado, se trasladó a Villavicencio con su nuevo amigo Germán Campos, vendedor de arpas y quien fue parte activa de la revolución colombiana gestada en Villavicencio, tomó a Hendrik como su confidente del desarrollo de tal guerra haciéndolo “parte” de ella:
Llegaron a Villavicencio y al poco tiempo el alemán —como empezaron a conocerlo— comprendió que allí se gestaba otra guerra; para evitarla se interesó por los instrumentos autóctonos de la región. Sin darse cuenta se involucró con los que tomarían las armas para hacer la revolución o defender la vida” (Pardo: 47).
A lo anterior se pueden agregar las palabras de Benhur Sánchez Suárez sobre Hendrik: “Él no es protagonista de las guerras ni se compromete con ellas. Él sólo las padece y buena parte de su vida se ve transformada por aquellas”.
En cuanto a las elecciones de Hendrik dadas sus circunstancias con la guerra bajo distintos escenarios y personajes y teniendo en cuenta a Ortega y Gasset cuando expresó que: “circunstancia es algo determinado, cerrado, pero a la vez abierto y con holgura interior, con hueco o concavidad donde moverse, donde decidirse: la circunstancia es un cauce que la vida se va haciendo dentro de una cuenca inexorable”[3]. Por un lado, para Hendrik una circunstancia de determinismo cerrado es la guerra. De la que también Fabio Martínez describe como “el destino, que es fatum de la historia” que “lo sumerge en un mundo donde la violencia y la muerte están a la orden del día”. Pero a la vez, parafraseando las palabras mencionadas arriba de Ortega y Gasset, la circunstancia deja un espacio que permite "moverse" y tomar decisiones, se puede decir que Hendrik, ante la circunstancia inexorable de la guerra y su violencia destructora, siempre tomó decisiones tratando de superarla y liberarse de ella, aunque ésta no dejó de reaparecer, no solo al nivel de la realidad sino del subconsciente que lo perseguía con Hitler y su guerra nazi en las obsesivas pesadillas que sufrió gran parte de su vida. En lo que sí se podría decir que Hendrik pudo hacer uso de su “holgura interior” fue en dejar fluir siempre su alma y corazón de músico, única salvación y solaz al lado de todas las circunstancias trágicas. Esa fue la única libertad que Hendrik pudo ejercer, ya que como dice Esther C. García-Tejedor, “la libertad no es algo que tenemos, sino algo que somos” y también lo afirma la voz narrativa hablando sobre la vida que Hendrik vivió en los Llanos Orientales por nueve años:
Se enamoró de los morichales con sus palmas gigantescas, del clima y de las canciones románticas a la mujer y al paisaje; y de los joropos que esos hombres cantaban y bailaban en los atardeceres, mirando hacia el amplio llano. Por eso no regresó a Bogotá; tenía la esperanza de que la violencia no tocaría más su espíritu de hombre libre” (Pardo: 47).
Y además le “bastaba con la música que oía en su memoria y que su padre Hannes y su tío Azriel le recalcaron en los años de encierro en el sótano de Hamburgo” (Pardo: 56). Y no sólo Hendrik pudo ejercer su pasión por la música, sino que fue su único medio de sustento y quehacer vital como profesor de música y tocándola públicamente, aunque no en los grandes escenarios que él soñó.
En cuanto al destino sentimental amoroso de Hendrik, no hay excepción en el determinismo y la ironía asignados por su creador novelesco. Ya se observó al principio de este análisis, que Hendrik formó una familia al igual que su abuelo y su padre, con una mujer con la cual hubo un sincero y profundo afecto. El sentimiento de Hendrik por Magdalena no fue el del amor con el cual hubiera podido sobrepasar sus indecisiones de alejarse de Colombia para reunirse de nuevo con ella y aún más, con su hija Laura. Al paso de algunos años le llegaron a Hendrik algunas otras atracciones femeninas y amoríos pasajeros calmantes de mutuas soledades. A diferencia de su abuelo y su padre, a Hendrik el destino le permitió vivir el sueño del amor verdadero con Matilde Aguirre para luego, como ya lo había hecho antes en los tiempos anteriores al Bogotazo, asestarle el golpe de la ironía despojándolo de su felicidad, que fue el golpe definitivo para derrotar su voluntad, su ser emotivo y su razón, precipitándolo a la inevitable caída tanto de la muerte mental como social y finalmente física. Con todo lo cual, quedó completo el destino de héroe trágico y romántico de Hendrik siempre rodeado de soledad, silencio y evasión, yendo y viniendo una y otra vez de un sitio a otro, tratando en vano de oponerse a los obstáculos, a las imposibilidades y a la muerte.
A sus 37 años Hendrik regresó a Bogotá de su desplazamiento a los llanos por el Bogotazo “sin esperanza y sin sueños”, pero planeó que empezaría a dar clases a los hijos de familias adineradas, conoció a Angélica una mujer o “ángel protector” quien le dejó en herencia un piano muy fino y una casa, por gratitud por haberle dado el deleite de escuchar de sus manos de pianista, las músicas que a ella le embelesaban el espíritu. Fue en esa morada donde Hendrik restableció su lugar de trabajo al tiempo que empezó a presentir y a esperar la llegada a su vida de una mujer con una flor amarilla. La que sería una alumna suya y amante de la música que serviría de inspiración y puente para unir sus almas, sus cuerpos y sus vidas. El día en que Hendrik vio a su alumna Matilde por la primera vez en la sala donde ella apareció “había un ramo de rosas amarillas”, y a él “le pareció como si hubiera emergido del mismo ramo amarillo y quedó ensimismado” (Pardo: 143) y de nuevo, en su cuarto del segundo piso, supo que ella era su alumna dorada, la que le cambiaría la historia en su nueva vida. Le pareció oír la voz de Matilde: “Jamás comprendí las palabras de los hombres, crecí en los brazos de los dioses" (143). Pero igual que en las palabras de Diane Ackerman, en las que ella menciona los elementos de las historias trágicas de amor como las de Romeo y Julieta, Píramo y Tisbe, Tristán e Isolda:
“El amor prohibido, las citas para consumar el amor, la muerte de uno de los amantes, luego el suicidio del otro. Tales historias giran alrededor de la agonía de la separación” (Pardo: 281).[4]
Hendrik irónicamente por fin encontró el amor verdadero en una mujer absolutamente prohibida para él por las normas sociales, legales y morales: Matilde estaba casada con Augusto Bernal, un rico comerciante importador de joyas y tenían un pequeño hijo, quien moralmente representaba el mayor impedimento para que los dos amantes pudieran unir sus vidas. Matilde sostenía un matrimonio desigual, por la diferencia de edad con Augusto y por la disparidad de personalidades, ya que su esposo era un hombre de negocios sin la sensibilidad artística de ella que compatibilizaba más con la Hendrik en el aspecto espiritual, emocional y pasional. Pero lo anterior no era suficiente para que Matilde fuera capaz de enfrentar abiertamente la realidad de su amor con Hendrik, por temor al castigo de Augusto, que ella juzgaba iba a ser la muerte de ella y de Hendrik a manos de aquél, ni tampoco como madre tenía fuerzas para abandonar a su pequeño hijo Federico. Hendrik a su vez, libremente eligió entregarse a ese amor prohibido aunque “se cuestionaba porque era una mujer ajena pero después se animaba inventando que el amor no le pertenece a nadie” (Pardo: 145). A pesar de todos los obstáculos y de que los ojos del hijo de Matilde, siempre espías cuando el profesor de música iba a la casa de su madre en el barrio La Merced, los dos amantes “no planearon nada, el amor llegó solo entre las culpas y la música, la gran proxeneta de las traiciones y las agonías que conlleva la pasión inconveniente” (Pardo: 147). Matilde fue perdiendo las inhibiciones ante la fuerza del amor y las ansias de la pasión y terminó por asistir con Hendrik a salas de cine con penumbras cómplices para las tomadas de manos y los besos y por visitar la morada de Hendrik, donde poco a poco fueron dando rienda suelta a la intensidad de su apasionado amor, creando un mundo para ellos dos, disfrutando de sus fantasías, del “ropero paralelo” en el cual guardaban los vestidos, las joyas, los zapatos y la ropa interior que Hendrik le regalaba a Matilde para lucirlos ante él en "su mundo de arriba" del cuarto suyo, y en el que tras bajar las cortinas a la luz del día, creaban "una falsa noche" bajo la cual no podían ser vistos por ojos extraños:
“Huyeron de sus temores, de sus argucias para fugarse, de los horrores del castigo con la muerte, por el adulterio. Huyeron de la conversación y del tema del dolor en el amor. Huyeron de los ojos de los desconocidos y de los que pudieran conocerlos” (Pardo: 163).
Con el amor saliéndose por todos sus poros, Hendrik y Matilde se dejaron llevar en alas de la ilusión haciéndose promesas de que estarían juntos por el resto de sus vidas y Hendrik armaba junto con ella el viaje de retorno a Hamburgo contándole de sus bellezas naturales, de sus parques y le hablaba de viajes por el río Elba, de paseos por las playas del Mar del Norte pues “Había que salir de Bogotá, con sus papeles y su música y, por sobre todo, con su alumna enamorada, con su hermosa Matilde por la que daría hasta lo que nunca tuvo” (Pardo: 178). Pero la brusca realidad irrumpía cuando Matilde le replicaba:
No hagas más planes. No puedo abandonar a mi hijo” (Pardo: 178).
Los amores siguieron entre pasiones, encuentros en las sombras, miedos, culpas y anhelos por hacer una vida juntos. En la última cita de los dos Matilde le dijo más de una vez “quiero irme contigo”, Hendrik creyó que esa vez si iba a ser cierto. “Dejaré a mi hijo por ti”, dijo mientras Hendrik tocaba el piano para ella. Ella subió a la habitación donde lo esperó “llorosa, desnuda y tiritando” (Pardo: 209). Luego ella prosiguió:
“Será la semana que viene. Me mostrarás la salida de los barcos y navegaremos por tus mares y lagos” (Pardo: 209).
Las palabras anteriores y la tristeza de Matilde parecían el presagio de la fatalidad que se cernía sobre ella y su amado porque más adelante, la voz narrativa expresa:
Matilde estaba muerta. Hendrik no asistió a su sepelio porque creía que era una manera de permanecer siempre al lado de su enamorada. Improvisó un blues, un jazz y cayó, ya en la noche, en los Preludios de ella. Dejaba de tocar para buscar la cigarrería y proveerse de vino rojo, pan y jamón, para sobrevivir su ausencia” (Pardo: 215).

Muerte y destino
A partir del golpe implacable del destino por la muerte de Matilde, Hendrik como los héroes románticos, decide huir a la selva del Putumayo, lejos de Bogotá y del escenario de sus amores con Matilde perdidos para siempre:
“Nada me detiene, no podré recuperar lo mejor de la vida, las ilusiones. Sólo la música ha impedido volverme loco. He conocido y he perdido el amor, ese amor que me lleva a la sinrazón. La razón de mi locura es la locura por ese amor lejos de mi corazón” (Pardo: 216),
le dice a Angélica la hija de la mujer que le había regalado la casa y el piano.[5]
Diez años después regresó Hendrik a Bogotá, con el recuerdo intacto de Matilde que se convirtió en una obsesión que lo llevó, a modo de suicidio, a la irracionalidad mental, buscándola en los lugares en que ella había vivido y compartido su amor con él. Hendrik, fue perdiendo más y más su mente al ir a la casa de La Merced donde aquélla vivía y confundir la realidad al creer que encontró a Matilde en Julieta, (el mismo nombre de la amada de Romeo), que era la segunda esposa de Augusto, quien ya fallecida. Julieta le siguió "la corriente" al maestro de piano y él empezó a darle “clases” en su casa de La Merced. Sin buen estado mental y emocional Hendrik se quedó sin trabajo estable, sin dinero, sin casa y fue descendiendo hasta aceptar el único trabajo disponible para él: tocando música en prostíbulos y viviendo en un cuarto de uno de los prostíbulo donde las muchachas
“supieron rápido que no le interesaba el sexo fácil que ellas le ofrecían porque tenía el corazón ocupado por un gran amor que no traicionaría ni por la más bella de todas” (Pardo: 254).
Años después gracias a Angélica, Hendrik se traslada a una habitación en un inquilinato. Julieta-Matilde se le perdió a Hendrik por algunos años y él la siguió buscando hasta que por fin la encontró hecha una piltrafa humana, perdida en el alcohol y la droga. Él trató de rescatarla, la llevó a su habitación, la bañó con las hierbas aromáticas que usaba Matilde y quiso creer que allí, en su cama, estaba contemplando en Julieta el torso desnudo de su amada muerta. Y buscando a Julieta-Matilde, que se le escapaba en busca de sus vicios, Hendrik fue a dar a la calle del Cartucho, donde “le ofrecían botellones de Bóxer para que pudiera encontrar a su Matilde, porque sólo drogado o embalado lograría hallarla. No lo creyó pero terminó aceptando los revueltos de alcohol con gasolina, aguardiente con chicha para buscarla en sus borracheras”. Hacía veinte años que la buscaba. De ahí en adelante Hendrik fue perdiendo más su condición de ser humano digno, mezclado entre la desamparada escoria de los habitantes desechables de la ciudad en un ambiente de infierno dantesco. Luego, tirado en la calle, la policía lo recogió, lo llevó a la estación de policía y después de asearlo y tomarle una foto, la puso en el periódico anunciando que si alguien conocía a "ese extranjero" indigente, que lo recogiera en la estación Cuarenta. Casualmente, después de tantos años de no verlo, Federico ya un hombre joven, vio la foto en el periódico, reconoció a Hendrik y se le agolparon dolorosamente los recuerdos de su infancia en la que por culpa de éste último, perdió lo que no pudo pelear: los mimos de su madre. Podría ir a buscarlo para “reprocharle el daño que le hizo, golpearlo como hubiera querido desde el tiempo del dolor” (Pardo: 286).
Finalmente, Federico decidió de manera incógnita, darle ayuda económica a Hendrik por intermedio de Alejandro, amigo suyo. Lo hizo trasladar a un asilo para ancianos diciéndole que allí iba a dirigir “una orquesta” y a dar clases de música. Hendrik pasó sus últimos años de vida perdido entre los recuerdos de la música y de su amada Matilde. Alejandro no dejó de ir a visitarlo, de escuchar su historia entre los desvaríos de su mente y supo “que la Matilde que nombraba en el torrente de su memoria desquiciada era la alumna de La Merced, la madre de Federico. Las palabras apasionadas en el tono, incoherentes, le daban la idea de que la amaba y moriría por ella. También entendió que escribía un preludio, o una sinfonía, o un réquiem, para ella” (Pardo: 289). Federico, acompañaba algunas veces a su amigo en las visitas para Hendrik, pero se quedaba a la distancia, escuchando las palabras del hombre que terminó por enloquecer por no tener junto a él la presencia de Matilde. En la última visita, viéndolo ya cercano a su muerte, Federico se le acercó, “no enfrentaron las miradas. No sabía por qué Federico intuyó que lloraba cuando lo evitó” (Pardo: 289). En esa última cita, Hendrik le entregó a Alejandro “la bolsita de terciopelo —que no separó jamás de su cuerpo— donde guardaba el granate que Matilde le regaló en una de sus tardes oscuras del segundo piso del almacén de pianos y un papel donde alguna vez estuvieron dos personajes ahora si invisibles para siempre” (Pardo: 290). Tan invisibles como ansiaban ser para vivir libres sin tener que esconderse y vivir su amor, en aquellos tiempos en que estuvieron juntos.
En el entierro de Hendrik, también pagado por Federico, sucedió una última ironía, que fue quizás una misericordia “póstuma” del destino y por ello inútil consuelo, para el solitario Hendrik, despojado de toda felicidad duradera:
“Federico lloró, abrazó el féretro, lo detalló por última vez enfundado en su traje negro, nuevo, en los enormes zapatos de charol que rozaban la tapa y supo que ahora sí era huérfano de todo” (Pardo: 292).
Federico, finalmente, se acercó al fallecido, y terminó sintiéndose como hijo del músico que tanto había amado a su madre.

Intertextualidad
En cuanto a la intertextualidad en la obra, son muchas sus relaciones inter discursivas por la pluralidad de textos explícitos y por los subyacentes o no claramente identificables, a lo largo de toda la obra, dadas sus temáticas relacionadas con la no ficción o historia, con vidas y obras de músicos alemanes y con la literatura sobre leyendas de amor.
De acuerdo con Marko Kunz y Gerardo Santana, quienes citan a Riffaterre al expresar que “Intertextos es el conjunto de textos que uno puede asociar, que uno encuentra mientras lee y les puede imponer una interpretación hecha en profundidad, en ningún caso lineal”, se pueden mencionar como intertextos en “El pianista”, ciertos aspectos biográficos de las vidas de Johannes Brahms y Richard Wagner los cuales se encuentran subyacentes.
Jakob Brahms, fue un músico que inició a su hijo Johannes en los estudios musicales al ver que éste último también tenía talento musical. Unos pocos años más tarde cuando el chico se desempeñaba como músico exitoso, su padre y él tocaban en diversos lugares locales incluyendo prostíbulos para poder ayudarse con los gastos económicos del hogar. Así mismo sucede en “El pianista” con Jakob Pflzgraf y Hannes, quienes son el abuelo y el padre de Hendrik, respectivamente. Hannes, se enamoró de una mujer prohibida, pues era la esposa de un "maestro virtuoso del piano", madre de varios hijos y quien después quedó viuda. Pero para Hannes su amor por aquella mujer fue “inconfeso, sólo platónico y "siempre la amaría” y sería su inspiración. Brahms también se enamoró platónicamente de una mujer con dotes excepcionales de pianista, de nombre Clara, pero ajena, porque era la esposa de su gran amigo músico Robert Schumann y cooperador en la consecución de los primeros éxitos de Brahms. Al igual que la mujer objeto de amor de Hannes, Clara quedó viuda también, pero de manera diferente en la ficción del "Pianista" en que Hannes no continuó un contacto personal con la mujer amada, Brahms mantuvo su amistad por el resto de su vida con Clara y la apoyaba en su situación de madre viuda, pero no es sabido que alguna vez le hubiera confesado su amor. Tan solo se sabe que esta mujer amada fue la inspiración de casi todas las obras de Brahms. En cuanto a la relación intertextual de Hendrik con Brahms, ésta se encuentra principalmente en la pasión por la música y en una mención explícita cuando el narrador dice que Hendrik “como su maestro Brahms, estuvo en el lugar equivocado y amó a la mujer equivocada” (147), refiriéndose a Matilde, el amor también imposible de Hendrik.
Donde sí encuentra una relación intertextual más detallada y extensa es en la historia de amor de Richard Wagner precisamente con una mujer prohibida por ser casada, cuyo nombre como en la novela de “El pianista” fue Matilde. Ella estaba casada con un banquero, admirador y mecenas de Wagner de nombre Otto Wesendonck y quien era trece años mayor que ella, como es el caso en la novela de Matilde, esposa de Augusto Bernal, comerciante de joyas y mayor que su esposa por varios años y quien proveía dinero a Hendrik como pago de las clases de piano para su esposa. Y también ambos esposos en las semejanzas entre estas dos mujeres, se ausentan de sus hogares por viajes de negocios. Tanto Wagner como Hendrik, en el mismo momento de conocer a sus amadas Matildes, supieron que ellas serían el objeto de su amor profundo y sobre todo las musas de su inspiración musical. En el caso de Wagner, esa inspiración amorosa lo sacó de un desierto creativo de varios años e inicialmente le dedicó a Matilde Wesendock su obra La Valquiria. Un tiempo después brotó también en Matilde el amor por Wagner, a pesar de los obstáculos de hijos y cónyuges que los separaban, porque Richard Wagner tenía también su propia familia. La inspiración artística se vuelve mutua, pues Matilde tiene dotes de poeta y le escribe poemas de amor a su amado quien les compone acompañamiento musical. La sublimación de ese amor prohibido la plasma Wagner en su famoso drama musical titulado Tristán e Isolda, cuyo argumento de amor imposible es una identificación con el de la leyenda medieval francesa del mismo título. A diferencia de Wagner, Hendrik, no está ya en convivencia con su esposa Magdalena. Más bien se podría comparar que el “renacimiento creativo” de Wagner al conocer a Matilde, lo tuvo Hendrik en su renacer a las ilusiones de amar después de la pérdida de su esposa e hija. Y esta vez sí vive el amor profundo, verdadero y para siempre y se entrega a la música tocando para Matilde las obras de sus maestros y otros como Chopin y Debussy en la intimidad de su casa y del cuarto “del segundo piso” donde él y Matilde viven los gozos musicales y las agridulces horas de su amor prohibido. Igualmente, Wagner también comparte un espacio íntimo para su regocijo musical y amoroso cuando compuso la música para el prólogo de su Tetratología, teniendo como oyente a Matilde pues según lo refiere Bernardo Jiménez Casillas: “Cada tarde, a las cinco, “el hombre del crepúsculo”, como le llamará ella misma, penetra como ráfaga de viento en el suntuosos hotel Baur y sube de cuatro en cuatro los escalones hasta la suite que temporalmente ocupa la familia Wesendock, se instala en el piano y toca para la maravillada joven los compases compuestos en su casa esa misma mañana”.
Como se hace en la parodia, en la cual se construye un texto con base en el modelo de otro y al mismo tiempo se le asignan contrastes, diferencias o divergencias; en esta intertextualidad entre el episodio de amor entre Wagner y Matilde Wesendock y el de la vida de ficción de Hendrik y Matilde Aguirre, su autor creó diferencias y contrastes: Como ya se mencionó arriba, Hendrik cuando vive su amor con su Matilde, no tiene una relación existente con su esposa Magdalena, mientras Wagner sí convive con su esposa Minna en una relación de casi veintidós años. El idilio entre Wagner y Matilde Wesendock terminó de manera abrupta cuando la esposa de Wagner descubrió una carta amorosa de éste último dirigida a Matilde. Según parece, él intentó pedirle a Matilde tomar una decisión de irse juntos, pero eso no pudo ser y él se marchó para siempre de Zurich donde vivía, sin mirar hacia atrás. A ella se la llevó su esposo para Italia. El matrimonio de Wagner y Minna, se deterioró hasta terminar en divorcio y algunos años después Wagner inicia otra relación amorosa y de convivencia con una hija de Frank Liszt, que era mucho menor que él, y con quien algunos años después se casó y tuvieron tres hijos. Mientras Wagner, prosiguió adelante su vida después de la ruptura y pérdida de Matilde, la historia del Hendrik novelesco, difiere en cuanto que el amor por su Matilde sí fue “para toda la vida”, como él lo decía. En función del destino de héroe trágico Hendrik pierde a Matilde porque ella muere y él nunca pudo recuperarse verdaderamente. Por el contrario, como ya se dijo arriba en el análisis de la ironía y el determinismo, la vida de Hendrik se fue derrumbando al igual que su mente se fue perdiendo en laberintos sin regreso, sin la luz del amor perdido que puede decirse, se convirtió en una obsesión y sin poder ser el hilo de Ariadna que lo salvara. Aunque al final de cuentas, se podría decir por otro lado, que el amor de Hendrik por su Matilde fue tan verdadero que abarcó el tiempo y el espacio del resto de la vida que le quedó por seguir viviendo después de la muerte de su amada.
Por último, en cuanto al tema de la intertextualidad con textos literarios, entre las varias referencias explícitas que el autor hace, se pueden mencionar principalmente dos que están indirecta y directamente relacionadas con Hendrik. Una es la leyenda de Tristán e Isolda, pero a partir del drama musical de Wagner, ya mencionado arriba. Esta es una relación intertextual indirecta en la novela, porque se basa en una composición musical que a su vez proviene del texto literario y además, en la novela aparece como medio para la presentación onírica y surrealista de la dirección orquestada de Hendrik en la interpretación de la citada pieza músico-literaria en frente del Adolfo Hitler amante de la música. Su padre y abuelo también se encuentran entre el público. Hendrik se siente identificado con Wagner como músico al dirigir la orquesta en sueños.
La otra historia literaria que hace parte de la intertextualidad de una manera directa y explícita es la leyenda mítica alemana de Berthold y Eveline con quienes Hendrik hace un paralelismo e identificación del amor, sentimientos y actuaciones entre él y Matilde. Hendrik le cuenta a ésta última los hechos de la historia de amor entre los dos personajes literarios: el encuentro de Berthold estando embriagado con Eveline en el lago y quien era de la raza de las ondinas, el amor a primera vista de la hermosa mujer, “la misma imagen que tuve de ti, sin estar embriagado en la casa de La Merced” (Pardo: 195) le dice Hendrik. A continuación habla sobre la pasión que pronto surgió entre Berthold y Eveline, como en ellos dos y sobre la promesa de Berthold de cumplir la condición de no estar juntos en las aguas para poderse casar. Así mismo Hendrik hace su promesa: “Eveline-Matilde de la raza de la música, del cristalino líquido de la poesía, descendiente de las hadas. Mi compromiso: no dejarte nunca” (Pardo: 196). Hendrik continua la historia con los comentarios de identificación entreverados y luego del final trágico de Eveline por la promesa incumplida de Berthold y del intento de este último de tener una segunda oportunidad de amor al casarse de nuevo y de la aparición fantasmal de Eveline, reclamando su amor; Berthold termina en una casa de reposo, Hendrik enuncia que, “Para mí no habrá un nuevo amor, para mí todo comienza y termina contigo” (Pardo: 198) seguido de la reiteración: “No, mi amor, sólo la muerte —dijo Matilde pegando su boca a la de su enamorado, besándolo con fuerza— Sólo la muerte, mi amor” (Pardo: 198). Aquí se observa que en el manejo de la intertextualidad de las dos historias inicialmente hay identificación, luego una oposición o discrepancia con Berthold ante su promesa de amor no cumplida y su deseo de iniciar un nuevo amor, los amantes de “El pianista” se juran un amor indestructible y para toda la vida que sólo la muerte podría acabar, que por un lado sí cumplen y por otro lado, las circunstancias aciagas del final de cada cual son iguales a las de Eveline y Berthold: Matilde muere lo mismo que Eveline y Hendrik termina alienado mentalmente al igual que Berthold.
Queda, expuesto en el presente estudio, que Hendrik Pfalzgraf, El pianista que llegó de Hamburgo y quien vivió hasta la edad de 65 años en tierra colombiana, fue víctima inocente del determinismo y la ironía de un destino adverso que no le permitió el Tener por tiempo duradero una familia con sus padres, ni con sus padres adoptivos, ni una familia propia con su esposa e hija, ni mucho menos consolidar la unión del amor verdadero para toda la vida. Tampoco ese destino le permitió el Hacer que lo llevara a la realización de sus sueños de músico famoso y empresario exitoso de ventas de instrumentos musicales. También, ese destino le impuso el Estar en los lugares adonde nunca había planeado ir. Pero lo único que ese destino no pudo quitarle, fue Ser lo que siempre fue: un músico pletórico de música en el corazón hasta el final de su vida, al igual que lo fueron sus admirados y amados maestros Brahms y Wagner y con quienes su historia de un amor prohibido se fundió con las de ellos en el entretejido textual que su creador urdió.

Bibliografía

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    Guerra y literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo. Ed. Francisco Ramírez. Cali, Colombia: Universidad del Valle Press. (2016): 141-16.
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Edición de Pijao Editores, Colección Maestros Contemporáneos.



[1] Pardo, Jorge Eliécer. El pianista que llegó de Hamburgo. Bogotá: Cangrejo Editores, 2012.
[2] Martínez, Fabio (compilador). Guerra y literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo. Ed. Francisco Ramírez. Cali, Colombia: Universidad del Valle Press. (2016): 141-16.
[3] Ver Fatalidad en Filosofía. http://es.wikipedia.org/wiki/Fatalidad
[4] La cita original está en inglés. La traducción es mía.
[5] Se puede establecer un paralelismo entre las vidas de Hendrik y la del personaje Gloria Weismann, de la novela El jardín de la Weismann del mismo Jorge Eliécer Pardo, en cuanto que ambos son de origen alemán, la guerra de Hitler es la causa por la cual viven en Colombia y ambos encuentran un amor verdadero que queda truncado por la fatalidad. Aunque en el caso de Gloria ella pierde a Ramón por la violencia de la guerra colombiana.

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