9 de enero de 2023

Manuel Neila sobre LOS VELOS DE LA MEMORIA.


EXPEDICIÓN AL OLVIDO
Los velos de la memoria

Manuel Neila



La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.

Milan  Kundera

 Estos relatos, basados en hechos reales, retratan un mundo desesperado donde la miseria física engendra toda clase de miseria morales; un mundo precedido por la crueldad, el miedo y el exterminio.


Edición de Polibea, Madrid, 2019

Los velos de la memoria, quinto libro de cuentos de Jorge Eliécer Pardo, ocupa un lugar destacado en su obra narrativa, tanto por la unidad temática como por la destreza estilística. El volumen constituye un testimonio vivido, estremecedor, memorable, de la guerra secular de Colombia, que el escritor tolimense aprovecha para dar voz a las víctimas de la violencia y al lenguaje purificador del río. Los treinta y dos relatos van acompañados de cuarenta y cinco retratos de mujeres, las cuales son, al decir de Pardo, quienes han tenido que sufrir los mayores estragos de la guerra, cubiertas parcialmente por sendos velos, que no consiguen ocultar la mirada conmiserativa de las mismas. El libro se publicó por primera vez en Francia (París, Vericuetos, 2014), y dos años después aparecía la traducción francesa, a cargo del hispanista Jean-Pierre Dezaire, quien lo describe como “una especie de tumba literaria”.

Jorge Eliécer Pardo. Lanzamiento de Los velos de la memoria (edición de Polibea, España 2019), en la librería Rafael Alberti de Madrid.

En una de las primeras reseñas del libro, el poeta nadaísta Jotamario Arbeláez se preguntaba: “¿Qué le queda entonces al escritor espantado sino conjurar el espanto espantando al mundo con el relato de sucesos tan espantosos?”. Para afirmar más adelante: “Jorge Eliécer hace honor a su nombre de patricio liberador al hacer el apunte minucioso de un holocausto que ha cobrado millones de víctimas entre muertos, desaparecidos y sobrevivientes desamparados”. Y concluir de manera sentenciosa: “El luto requiere de velos pero la memoria requiere que se los quiten”. (2016: 284). Difícilmente expondríamos de forma más certera el propósito que indujo a Pardo Rodríguez a urdir este prontuario de la violencia, estas crónicas de la memoria herida. Y en una excelente entrevista con Angélica Pérez, emitida en Radio Francia Internacional el 6 de noviembre de (2014) el propio autor afirma sin ambages:

Yo he tamizado en mi obra el dolor de la guerra. Son historias referidas a la realidad que luego retomo y paso por el tamiz de la poética del horror y la literatura para narrar esas crónicas dolorosas (2016: 241).

Los relatos que componen el libro están basados en hechos reales, relacionados con la guerra inveterada de Colombia, que el autor había investigado durante las últimas dos décadas con vistas a la elaboración de su obra mayor, El quinteto de la frágil memoria (2012-2018). En la interesante entrevista emitida por Uniminuto Radio Colombia el 29 de octubre de 2015, el autor confiesa: “Las historias de Los velos de la memoria parten de hechos de la realidad colombiana y, cada vez que vuelvo a sus textos, siento gran dolor e inmensa vergüenza por lo que nos ha ocurrido y sigue ocurriendo...”. Con ello se propone dar curso a las narraciones que le contaba su padre en El Líbano (Tolima), referentes a la guerra partidista entre liberales y conservadores, y a sus propios recuerdos infantiles de la violencia, filtrados por su visión de la historia de Colombia, pues “mi quehacer como docente, periodista documentalista está impregnado por el dolor de la guerra, la que me ha causado profundos sentimientos y, creo, que por eso soy escritor…”. Y lo hace desde criterios estéticos alejados del realismo social, que habían dominado en la literatura colombiana de los años anteriores: “me siento comprometido con el drama que se cuenta desde la sensibilidad de la literatura, una interpretación diferente a la historia oficial que han escrito los vencedores, los victimarios” (2015: 394).

         Los treinta y dos relatos del volumen, que unas veces se acercan a la crónica periodística y otras al poema en prosa, se agrupan en seis partes, con diferente número de composiciones: “Voces” (nueve), “Las voces del río” (tres), “Las voces del cuerpo” (siete), “Las marcas de la guerra” (cinco), “Los niños de la guerra (cinco) y “Las viejas guerras” (cuatro). Los relatos de la primera parte recogen algunos de los hechos violentos que tuvieron lugar durante el último cambio de siglo, entre los años 1990 y 2004, mientras que los incluidos en la última parte se refieren a los disturbios ocurridos en Bogotá a mediados de siglo, como consecuencia del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, líder del Partido Liberal. En “Las voces del río” aparece, además de dos poemas en prosa, el relato titulado “Sin nombre, sin rostro ni rastros”, uno de los mejores cuentos del autor, que obtuvo el primer premio del Concurso Nacional de Cuento en 2008, y en “Los niños de la guerra” se recogen cuatro relatos, dos de ellos en forma de poemas en prosa, con el niño como protagonista, situados en distintos momentos de la historia colombiana. Los relatos de la tercera parte, “Las voces del cuerpo”, escritos en forma de poemas en prosa, refieren sucesos de distintas épocas, desde el periodo colonial hasta el siglo presente, pasando por la época de la independencia; lo mismo puede decirse de la cuarta parte, “Las marcas de la guerra”, en la que destaca el relato titulado “Los mil días”.

En la librería Rafael Alberti, de Madrid, antes del lanzamiento de Los velos de la memoria (Polibea, España), con el prologuista, Manuel Neila, poeta y crítico literario, y con el editor, Juan José Martín. 2019.

Estos cuentos suponen una profunda renovación con respecto a la literatura realista. Sus temas coinciden en gran parte con la narrativa rural de intención realista anterior a los años cincuenta; pero la formulación es nueva, tanto por el enfoque como por el tratamiento. En ellos aparecen unas tierras duras, desoladas; unas aldeas situadas en los valles, en las planicies o en las sierras colombianas. Tierras y aldeas arruinadas por la confrontación y habitadas por vivos y muertos. Las gentes que pueblan ese mundo rural están condenadas a la violencia, a la trashumancia o a la muerte: campesinos atrapados por el fuego cruzado entre guerrilleros y paramilitares, mujeres que rescatan de las aguas del río los cuerpos despedazados de los hombres y niños ajusticiados por hombres uniformados para evitar que se conviertan en futuros guerrilleros. Se trata de un mundo desesperado, donde la miseria física engendra toda clase de miserias morales, azotado por una guerra secular y presidido por la crueldad, el miedo y el exterminio. Pero el enfoque del autor trasciende el plano de lo estrictamente local, regional o social, para desembocar en temas universales, como la violencia, el amor y la muerte. En estos cuentos, la visión directa de la realidad inmediata se transforma en una visión mito-poética, los hechos más brutales conviven con elementos fantásticos y misteriosos.

Heredero de una espléndida tradición literaria, Jorge Eliécer Pardo maneja con habilidad las nuevas técnicas narrativas, verbigracia: la ruptura del desarrollo cronológico, el relato oral, el monólogo interior, el cambio del punto de vista, etcétera. “En Los velos de la memoria —advierte el autor— se escuchan las voces de las víctimas en el lenguaje purificador del río, en la inocencia de los niños, en los despojos de los insepultos” (2014: 8). La descripción de ambientes y personajes se caracteriza por la sobriedad, a la vez que por la intensidad e impronta subjetiva. Su lenguaje mantiene hondas raíces populares (poder evocativo, voces del pueblo, vulgarismos), al tiempo que alcanza una alta calidad estética (condensación, expresividad y fuerza poética). Se trata de un lenguaje con una profunda carga simbólica, como ha advertido la crítica, en el que algunos términos adquieren la categoría de símbolos: “río”, “velo”, “niño”, “duelo”, “mujer”, “mariposa”, etc. Esta prosa sobria, sencilla y precisa muestra, a las veces, el carácter mito-poético que tiene la de Juan Rulfo, y el tono mágico-realista que muestra la de Gabriel García Márquez, autores por los que Pardo Rodríguez no oculta su admiración. Sirva como muestra este fragmento de “Zona sagrada”: “Margoth supo que como en sus historias se convertiría en ave. Antes de detallar la mirada de su asesino, presintió que se transformaba en “Voluja”, sombra de la muerte” (2019: 42).

“Sin nombres, sin rostros ni rastros”, el relato que abre la sección “Las voces del río”, es sin duda el cuento más extraordinario del autor y uno de los más conmovedores de las letras hispánicas de los últimos años. Refiere hechos ocurridos en distintas regiones de Colombia, y obtuvo el primer premio en el Concurso de Cuento sobre Desapariciones Forzosas, convocado por la Fundación Dos Mundos, Universidad Javeriana, en 2008. La historia sucede en uno de tantos puertos fluviales de Colombia, cuyas mujeres lamentan la pérdida de sus seres queridos a consecuencia de una guerra de la que no se conoce el principio ni se atisba el final. La narradora-protagonista monologa durante su espera nocturna a la orilla del río, mientras aguarda que las aguas le traigan algún cadáver desmembrado para recomponerlo y convertirlo en su difunto:

Como a mis hermanos los han desaparecido, esta noche espero a las orillas del río a que baje algún cadáver para hacerlo mi difunto. A todas en el puerto nos han quitado a alguien, nos han desaparecido a alguien, nos han asesinado a alguien, somos huérfanas, viudas”. La orfandad mantiene a estas mujeres porteñas en perpetuo estado de vigilia: “Por eso, a diario, esperamos los muertos que vienen en las aguas turbias, entre las empalizadas, para hacerlos nuestros hermanos, padres, hermanos, esposos o hijos” (2019: 85).

         Durante la larga espera, la narradora-protagonista relata la recogida de los cadáveres descompuestos que llevan las aguas del río y que los pescadores arrastran a la playa para recomponerlos, en una suerte de soliloquio o monólogo interior que representa el inconsciente colectivo de ese pueblo de mujeres, de fantasmas y de cadáveres remendados. “Nunca damos sepultura a una cabeza sola, la remendamos a un tronco solo, con agujas capoteras y cáñamo, con puntadas pequeñas para que no las noten los que quieren volver a matarlos si los encuentran de nuevo” (2019: 86). A muchos de los cuerpos que les regala el río y no tienen cara, ellas les ponen las de sus familiares desaparecidos o perdidos en los asfaltos de las ciudades. Cuando nadie los reclama y las autoridades los abandonan a su suerte, los dueños de los cadáveres los rebautizan con los nombres de sus muertos queridos. Al reemplazar el NN inscrito en la lápida del cementerio por el nombre de sus esposos o hijos desaparecidos, restituyen la dignidad que les fue arrebatada tanto a unos como a otros. Como quiera que sea, esta búsqueda de remedio en el mal no consigue reparar totalmente la orfandad en que han quedado: “Ni siquiera el río, que nos devuelve las migajas, nos da la comida para vivir y nos entrega los muertos para no perder la esperanza” (2019: 90). La narración se cierra de manera imprevista: “Bajan canoas y lanchas. No sabemos si estamos dentro de un sueño o nosotras flotamos despedazadas en el agua turbia, en espera de unas manos caritativas que nos hagan el bien de la cristiana sepultura” (2019: 91). 

Jorge Eliécer Pardo en la librería Rafael Alberti de Madrid

El sociólogo Jorge Alberto Rodríguez Guerrero celebró la aparición del cuento “no solo por lograr escribir el dolor y el horror con sus recursos poéticos, sino porque este escrito contiene en sus líneas una lectura acerca de la relación que nuestro pueblo ha sostenido con sus muertos” (2016: 269). En efecto, el ritual de duelo que mantienen las mujeres del puerto salva a sus difuntos del olvido absoluto, al tiempo que les restituye la dignidad arrebatada por la violencia, de modo que la restitución de los cuerpos desmembrados se convierte en expresión del amor a la vida. El autor de “El duelo, una apuesta por la vida” remite dicho ritual a lo que el psicólogo Jacques Lacan llamó “segunda muerte” en su Ética del psicoanálisis. Para el pensador francés, los funerales salvan al sujeto de la anulación en tanto que objeto del otro, de manera que la carencia de duelo priva al difunto de la salvación del olvido absoluto, a la vez que lo condena a una segunda muerte. Entonces, el muerto queda vagando en una zona limítrofe entre la vida y la muerte. “Ese límite, designado por Lacan como el de la segunda muerte, fue señalado en su comentario sobre la Antígona de Sófocles a propósito de la condena a que había sido condenado Polinice cuando Creonte ordena que su cuerpo permanezca sin sepultura y quede como simple desecho a merced de las aves de rapiña” (2016: 271).

Esta lectura mito-poética no excluye, antes al contrario, una interpretación histórica del relato, que la complementaría. En el lema de Rosa Epinayú que encabeza Zona sagrada, similar en muchos aspectos al que comentamos, podemos leer: “Nosotros morimos tres veces, la primera en nuestra carne, la segunda en el corazón de aquellos que han sobrevivido, y la tercera en la memoria, la cual es nuestra última tumba” (2019: 41). El mundo de la vida popular de las mujeres del puerto, al igual que el de las Wayuu ajusticiadas en Bahía Portete, basado en la comunidad y la relación, dista de semejarse al mundo de vida moderno que Europa transfirió al continente americano, sustentado en el individuo y la violencia. Para ellas, el ritual del duelo que las ayuda a vivir no se limita a la “segunda muerte”, a la salvación del olvido, pues abarca la restitución de los cuerpos desmembrados (primera muerte), la acogida familiar y afectiva de los  cuerpos recompuestos (segunda muerte) y la salvación del olvido absoluto en la memoria (tercera muerte). Lo que estas mujeres ponen en juego son dos modelos de convivencia —con sus respectivos modos de acogida, sistemas de transmisiones culturales y métodos de valoración confrontados—, de modo y manera que, en el ámbito de la vida popular del puerto, la violencia de los victimarios cae del lado de la supuesta civilización, mientras que el humanitarismo de las víctimas se sitúa al lado de la supuesta barbarie.

         La obra de Jorge Eliécer Pardo —y en particular Los velos de la memoria— se sitúa dentro de la narrativa de la violencia colombiana, que fue el tema predominante durante la segunda mitad del siglo pasado entre un buen número de poetas, escritores y artistas. Como los novelistas de la primera generación de la violencia, entre los que destacan Eduardo Caballero Calderón y Clemente Airó, el narrador tolimense emprendió la tarea de documentar la violencia a partir de sus motivaciones económicas, políticas y sociales. Al igual que los novelistas de la segunda generación, en la que sobresalen Manuel Mejía Vallejo y Gabriel García Márquez, se empeña en conferirle una dimensión mito-poética. Comoquiera que sea, Jorge Eliécer Pardo no se limita a mantener la vigencia de la narrativa de la violencia. El autor de Los velos de la memoria, a semejanza de otros miembros de su generación como Fernando Vallejo o Gustavo Álvarez Gardeazábal, amplía su ángulo de visión a los diferentes tipos de violencia conocidos: desde la vertical o social, entendida como una forma de liberación colectiva, hasta la horizontal o individual, derivada de la lucha por la vida, pasando por la personal o interior, inseparable de la condición humana. Con todo, su verdadera aportación consiste en afrontar los desmanes de la violencia a partir de la memoria, individual y colectiva, como única manera de redención, como premisa indispensable para que la violencia no se repita.

El autor parte de los conflictos desencadenados durante el último cambio de siglo, entre militares y paramilitares, guerrilleros y narcos (reflejados en doce de los relatos del volumen, la mayoría incluidos en la primera parte del libro) y concluye con algunos de los acontecimientos bélicos ocurridos a mediados de siglo en la llamada Guerra de Laureano Gómez, uno de los líderes más radicales del Partido Conservador y artífice del Frente Nacional (recogidos en tres de los cuatro relatos incluidos en la última parte), pasando por los sucesos de la llamada Guerra de los Mil Días, conflicto civil colombiano disputado entre 1899 y 1902, que dejaría hondas secuelas (conflicto y secuelas a los que dedica tres composiciones). En un intento por reforzar el carácter atávico de la guerra en Colombia, el autor se remonta a las guerras de la Independencia (presentes en cuatro cuentos), hasta llegar a la Época Colonial (a la que dedica uno de los relatos). Frente a la historia oficial (la de los victimarios), el autor propone una historia bien distinta (la de las víctimas), regida por la vesania de unos y el dolor de otros, con el individuo como protagonista preeminente: “Mis historias son, además, historia de intimidad, donde el ser humano se debate en su mundo individual conviviendo en comunidad como ser social y de trabajo y siendo atropellado muchas veces sin saber por qué” (2016: 395).

Los cuentos de Los velos de la memoria fueron bien acogidos por la crítica y por los lectores desde el momento de su aparición, si hemos de juzgar por las abundantes reseñas y las numerosas ediciones del libro, tanto en Colombia como en otros países, entre los que se cuentan España, Francia e Estados Unidos. En la entrevista emitida por Uniminuto Radio Colombia, el 29 de octubre de 2015, el propio autor explicaba con evidente sorpresa:

La primera edición de Los velos de la memoria fue presentada en París, publicada por Vericuetos, en el Consulado colombiano, con una cantidad de latinoamericanos que se dolieron por las narraciones, heridos en el centro mismo del silencio y, luego, con la segunda edición en Colombia, los más jóvenes terminaron con lágrimas en los ojos preguntándose: ¿A qué hora pasó esto que no me di cuenta? ¿Yo dónde estaba? ¿Cómo fue esto tan terrible  que nos ha ocurrido? Y cuando se emprendió la traducción al francés, el traductor, Jean-Pierre Dezaire, al avanzar con dolor por esos relatos, terminó escribiendo: este libro es una tumba de poesía (2016, 396).

         Tras su primera publicación en París, las reseñas del libro fueron ciertamente elogiosas. “Jorge Eliécer Pardo, el autor de los textos y las imágenes, hace con su obra un aporte a la narrativa victimal del mundo y obliga a correr el velo, asegura él, que cubre la memoria de los colombianos sobre su historia”, afirma Angélica Pérez (2016: 240). “El libro de Pardo está llamado a convertirse en clásico de la literatura colombiana”, asevera Eduardo García-Aguilar (2016: 247). “Los velos de la memoria es un libro que pone el dedo sobre esa infamia continuada que todos los colombianos nos  debemos proponer impedir que siga o que se repita. Si no ya por nosotros, por los hijos de nuestros hijos”, corrobora Jotamario Arbeláez (2016: 285). A juzgar por las ediciones del libro (nueve hasta la fecha) y las traducciones (una al francés y algunos cuentos al inglés), su recepción por parte de los lectores ha corrido una suerte pareja.

Aún es pronto para saber la repercusión que pueden tener estos cuentos en la literatura colombiana e, incluso, hispanoamericana del siglo que corre. Pero su vigencia estará más que asegurada mientras existan los sueños de las revoluciones imposibles o las pesadillas de los palacios presidenciales; mientras sigan vigentes preguntas de este o parecido cariz: ¿Cómo es posible que el amor de las mujeres puede engendrar tanta vesania varonil? ¿Qué condiciones económicas, políticas y sociales son necesarias para que la violencia no siga existiendo? Los velos de la memoria es, a fin de cuentas, una “expedición al olvido”, que así pretendió titularlo el autor en algún momento, convencido de que “la lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido”, como reza el lema del novelista Milan Kundera que abre el libro.

(En la revista Claves, dirigida por Fernando Savater, número 283, julio, agosto 2022, en su número monográfico, Guerra, en las páginas 116 a 125, aparece el ensayo “Expedición al olvido”, del poeta y crítico Manuel Neila,  sobre la 6a edición de mi libro “Los velos de la memoria” editado por Polibea (2019) en una bella pieza de comunicación en la prestigiosa editorial española. El texto acompaña, como prólogo, a la edición).

 

BIBLIOGRAFÍA

Arbeláez, Jotamario (2016). “Sobre Los velos de la memoria de Jorge Eliécer Pardo”, en Guerra y Literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo (compilador Fabio Martínez). Colombia: Universidad del Valle.

García Aguilar, Eduardo (2016). “Sobre los velos de la memoria”, en Guerra y Literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo (compilador Fabio Martínez). Colombia: Universidad del Valle.

Pardo Rodríguez, Jorge Eliécer (1919). Los velos de la memoria (6ª ed.). Madrid: Editorial Polibea (Col. La espada en el ágata).

  (2014). “Mi oficio de cuentista”, prólogo a Cuentos —Antología personal—. Ibagué: Pijao Editores.

 

  (2016). “Los Velos de la memoria. Uniminuto Radio Colombia”, en Guerra y Literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo (compilador Fabio Martínez). Colombia: Universidad del Valle.

Pérez, Angélica (2016). “Los velos de la memoria. Estética del horror”, en Guerra y Literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo (compilador Fabio Martínez). Colombia: Universidad del Valle.

Rodríguez Guerrero, Jorge Alberto (2016). “El duelo, una apuesta por la vida”, en Guerra y Literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo (compilador Fabio Martínez). Colombia: Universidad del Valle.

 

Imágenes del lanzamiento:

Jorge Eliécer Pardo con el escritor español Gabriel Neila, Madrid, 2019

Las poetas españolas Gloria Nistal y Socorro Mármol, en el lanzamiento de Los velos de la memoria en la librería Rafael Alberti de Madrid.

























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