13 de marzo de 2019

CRÍTICA: MARITZA LA FUGITIVA: MINIMALISMO Y POSTMODERNIDAD.



Maritza la Fugitiva: 
minimalismo y postmodernidad

Guillermo Gavilán

 

El lector toma en sus manos el aparato de control remoto que le ofrece el escritor y que a primera vista parece un libro, con un título a la vez cinematográfico y proustiano: Maritza la Fugitiva. Lo acciona, y como en una gran pantalla aparece ante sus ojos una sucesión de imágenes que lo atrapan y lo mantienen con la vista fija en ellas. Eso, una pantalla electrónica, es esta novela de Jorge Eliécer Pardo. Y aunque también admite la analogía, fácil pero precisa, de un mar ancho y profundo, con toda su flora y fauna subacuáticas, sus monstruos, sus sirenas y sus perlas, sus leyendas, sus tesoros, el rumor de las aguas relatando gestas de batallas libradas en su superficie, y en el fondo los restos de sueños truncos de hombres y mujeres ahogados en barcos sumergidos, el símil que tal vez la describe con más exactitud es a la vez más ambicioso y más asequible: una pantalla, ese sucedáneo de los recuerdos y los sueños, la invención humana de más amplios límites y más capacidad de contenido en menor espacio, solo equiparable a la imaginación en su infinitud asombrosa. Esa superficie plana de fluorescencias y pixeles, gases de xenón y neón con protones y electrones y placas de vidrio cargadas de iones que la tecnología puso ante nuestros ojos como un universo paralelo objetivo/subjetivo, real/imaginario, de límites precisos medidos en pulgadas, cuyo aparato de control a distancia pone Jorge Eliécer Pardo en manos de Federico Bernal, protagonista y narrador intermitente de una saga de familias, de amores y de guerras que abarca un siglo y dos mundos donde un mismo amor huidizo parece signarlos desde inicios del siglo veinte en París, donde la bisabuela de Maritza alterna con la etérea levedad de los pies y las manos de Anna Pávlova e Isadora Duncan, ese París que más tarde alguien ordenaría incendiar desde el Reichstag de la Alemania nazi, para mutar luego la imagen a la toma de la embajada de la República Dominicana en Bogotá, y de allí a la toma y retoma e incendio del Palacio de Justicia que alguien mandó a destruir con lo que hubiera dentro, las innumerables masacres militares y paramilitares, la matanza de Tacueyó y la avalancha y desaparición de Armero, esa población del Tolima a la que alguien se olvidó de proteger, pasando luego al avión de Avianca que alguien mandó a explotar esa mañana de 1989, y donde Federico Bernal debía ir ocupando una silla, pero que su fijación por Maritza lo obligó a dejarla vacía antes del vuelo, hasta llegar el alba del siglo veintiuno cuando Federico ve en la pantalla la caída de las Torres Gemelas que alguien más ordenó derribar con lo que contuviera en el momento. A partir de esas primeras líneas del libro en que el autor pone el aparato de control en manos de su protagonista, Pardo asume el control de la novela y lo mantendrá hasta la fuga final. ¿Hasta la fuga final de quién? De Maritza, del amor, de los restos de la Bogotá dorada de los sesentas y setentas que Federico resguarda en su memoria, del sueño utópico de la revolución triunfante y la celebración del “paraíso de la clase obrera”, o la fuga del mismo Federico que desde la altura de su penthouse pierde el control y quiere lanzarse al vacío, después de que hubiera expresado para sí: “No busco el vacío de las alturas pero me atrae como el peligro que intuí en Maritza”, y parece volar en busca de Maritza, su amante, y de Matilde, su madre, sus dos torres gemelas pulverizadas, volátiles, para buscarlas en las alturas o en los abismos.  
Y por eso, por ser como una pantalla con toda su fuerza de atracción, cuando el novelista sitúa a Federico Bernal, su protagonista mórbido de cuerpo y alma, en su cama frente al televisor y en la fecha justa del 11 de septiembre de 2001 para que inicie el zapping, no sólo en la pantalla sino en su memoria, en nuestra memoria tan frágil y selectiva, desde la primera línea de la primera página, él, Jorge Eliécer Pardo, se apropia de la novela y del lector. Invirtiendo la comparación que hacía Julio Cortázar de la literatura con el boxeo, la novela Maritza la Fugitiva gana por nocaut en el primer asalto. De ahí en adelante, el lector, capturado, seducido, es suyo, como el sultán persa cautivo de las fabulosas narraciones de su prisionera y sentenciada Scheherezade en Las mil y una noches. Y esto sin asomo de fatiga para el lector a pesar de su extensa paginación, que no se siente porque Pardo construye su narración con una estructura minimalista, compuesta por numerosas líneas narrativas que van apareciendo en relatos minúsculos, fragmentados,  que cumplen una función sustancial en la globalidad de la novela, donde cada breve capítulo tiene su propio ritmo, su propio clímax y desenlace cobrando cada uno de ellos una autonomía a pesar de ser un nudo más en la trama, una especie de monadalogía leibniziana donde cada elemento o mónada es independiente pero determinante en la unicidad del Universo. Maritza la Fugitiva, con todo y su extensión, encaja en el concepto minimalista por su composición, a la manera de obras musicales del género, como la ópera Einstein en la playa, de Philip Glass, que con cerca de cinco horas de duración está integrada por unidades musicales mínimas y compuesta por tonos, ritmos y tiempos breves y repetitivos, y donde el espectador puede entrar o salir del recinto en cualquier momento de la interpretación. Así, la obra de Jorge Eliécer Pardo, con una imbricación de motivos, de asuntos diversos que abarcan la historia, con sus guerras y conflictos sociales, la política y sus corrientes ideológicas enfrentadas, la música que constituye una banda sonora de diversos géneros y épocas, el cine, el teatro, la literatura y sus referentes, objetos, muebles, licores, la gastronomía, las joyas y perfumes, y sobre todo las pasiones, las  inmersiones en el alma humana en busca del más inescrutable de los sentimientos, el que construye y destruye, el que eleva o despeña: el amor, conformando un texto complejo pero de fácil y ágil abordaje para cualquier lector, con capítulos cuyo orden de lectura perfectamente podría ser aleatorio, es una red de motivos temáticos que desde un comienzo nos enganchan. Y a ello contribuye, entre muchas otras razones, la sucesión de acontecimientos que nos son tan caros, ocurridos a lo largo de una guerra heredada, no declarada, a veces no reconocida, unas veces ignorada o aceptada con naturalidad e indiferencia, o aprovechada otras veces para obtener dividendos políticos y económicos, cadena de hechos dolorosos que están fijados en nuestra memoria o, si no, rescatados aquí del olvido.
¿Es esta una historia de amor enmarcada por esa serie de violencias yuxtapuestas que nos han signado por generaciones?, o, a la inversa, ¿es una historia de guerra con su cohorte de crueldad, apenas enmarcada por una historia de amor que se desenvuelve al margen y a desgaire de los conflictos sociales porque los amantes tienen sus propios conflictos, y cuando la quimera del amor se desvanece en el agua  -y Maritza es un río- puede ser más letal que la frustración de la utopía de la revolución triunfante? Yo diría, o afirmo desde mi lectura, que ambas conviven indisolublemente, trenzadas con habilidad por Jorge Eliecer Pardo en un vistoso galón anudado, en un tejido indivisible, en el que discurren no solo dos historias sino diversas historias enlazadas. Porque, desde otra perspectiva, puede ser vista como la novela de esa Bogotá nostálgica de los años setenta con sus bares y cafés emblemáticos, almacenes tradicionales, salas de cine, calles, pasajes y parques poblados de hippies, pagodas, refugios o cafetines como puntos de encuentro de poetas bohemios y vanguardistas, teatreros brechtianos o grotowskianos con sus puestas en escena de obras de teatro del absurdo de Ionesco y Arrabal, o documentales de Peter Weiss,  o el teatro de la crueldad, de Antonin Artaud.  En fin, la Bogotá del twist y la balada, la nueva trova y el goce pagano de la salsa y el bolero antillano, el nadaísmo y el septimazo.
Pero con todo y la inmensa carga de información, con toda su minuciosa investigación y documentación histórica, con todo y su carácter enciclopédico que husmea en todas las disciplinas, ciencias, artes y oficios, incluido el de la guerra, con la concreción en sus páginas de la propuesta para este milenio formulada por Italo Calvino con el nombre de multiplicidad, hay una línea temática que atraviesa transversalmente la novela, como el tronco de ese árbol del que se desprenden numerosas ramas, y es el amor. Y más que una historia de amor, una historia de amores. El encuentro casual de Federico y Maritza en la Biblioteca Nacional a finales de los años setenta, que daría inicio al fugitivo amor entre los dos, no podía ser propiciado por alguien distinto a Jorge Luis Borges, quien ya había hecho la afirmación de que “todo encuentro casual es una cita”, y en este caso una cita que, para unirlos, inconscientemente les fija Borges, ciego también como el amor, en cuya conferencia se conocen y aproximan, no en torno a Borges sino al margen de él, para dar comienzo a una historia de encuentros sexuales y desencuentros ideológicos que van desde la praxis socialista a los postulados de la Nueva Era con su hibridación de ciencia y esoterismo oriental, medicina alternativa, tantras y adivinaciones: un tránsito de Rosa Luxemburgo a Madame Blavatsky que Federico acepta pasivamente con escepticismo borgiano, de la misma forma en que acepta acolitarla en un descabellado proyecto editorial para mujeres poetas cuyo espectacular fracaso celebran lanzando libros al viento en los parques para que sea el viento el distribuidor y difusor de la poesía entre los casuales o habituales visitantes. Algo así como la celebración que Zorba el griego y su socio Basil hacen de su aparatoso fracaso ingenieril, danzado al ritmo del sirtaki a la orilla del mar en la película basada en la novela de Nikos Kazantzakis.
Y hablé de una historia de amores. Pero podría ser también de un solo amor continuo a través de generaciones que va tomando la forma del alma de cada amante, y que va de Edipo a Electra, de Menelao a Helena, y de Helena a París, incluyendo a Otelo, el fantasma de los enamorados. Amantes de carne, hueso y pasiones. Vivos y sufrientes, como son todos los personajes de la novela. Excluido Alejandro, el amigo entrañable de Federico, el ángel malo que lo tienta al hedonismo, a los senderos pecaminosos de Epicuro, a la ética del placer y al rechazo del estoicismo. Y todo ello en un lenguaje exquisito y una riqueza lexical, sustentados por cinco columnas estilísticas y expresivas donde alternan lo épico, lo ético, lo lírico, lo erótico y lo político, manteniendo de la novela realista y modernista la narración de los acontecimientos objetivos de la sociedad, de la historia y de la vida exterior de los personajes, y la figura del narrador omnisciente, intercalado a tramos, e incorporando de la novela posmoderna la diversidad de puntos de vista, la subjetividad y el intimismo, las referencias culturales, su preferencia por lo urbano y la flexibilidad de la estructura que permite un relato más dinámico. Y, por qué no, la caída de lo que Jean-Francoise Lyotar, teórico de la posmodernidad, denominó los metarrelatos, y planteó su crisis, como son los discursos totalizantes y absolutistas, metarrelatos que aquí se desmoronan a la par con el sacrificio de lo mejor de una generación idealista, inmolación producida no en razón de sus ideales, que siguen vigentes, sino de una lectura dogmática de una concepción de la historia y de una teoría política.
¿Una empresa literaria cargada de demasiada ambición, como ese sueño de Flaubert de escribir una novela sobre el Universo?  El mismo Jorge Eliécer Pardo ha expresado que esta es su obra más ambiciosa, e Italo Calvino le responde desde sus seis propuestas: “La excesiva ambición de propósitos puede ser reprochable en muchos campos de actividad, pero no en la literatura. La literatura solo vive si se propone objetivos desmesurados”. Y allí reside la fuerza de esta novela que enriquece el acervo de la literatura colombiana, al que le viene bien una obra de estas características. Y estoy convencido de que a quienes no hayan leído las cuatro novelas precedentes que integran el Quinteto de la frágil memoria, cuyos temas y personajes transitan por Maritza la Fugitiva, les despertará su interés por conocerlas.

Texto leído en la presentación de la novela. Biblioteca Daríos Echandía. Ibagué, 2018.
 
Guillermo Gavilán Zárate
Estudios de Lenguas Modernas y Lingüística y Literatura, Universidad del Quindío.
Director de Teatro del Colegio San Francisco Solano.
Director y profesor en formación actoral del teatro “La Casa Grande”, Armenia.
Director de la publicación de poesía “Anaconda”.
Director del taller literario “Carmelina Soto”, Facultad de Bellas Artes, Universidad del Quindío.
Director creativo en las agencias: Publicidad Toro, Ogilvy & Mather y Kibalión Producciones, Bogotá.
Profesor oficial en los niveles de primaria, secundaria y educación superior en Armenia, Quindío.
Premios de cuento en los concursos del Departamento Administrativo del Servicio Civil,
Biblioteca Universidad Tecnológica de Pereira y Prensa Nueva de Ibagué, entre otros.
Minutos antes de la presentación de Maritza, en Ibagué. 2018.Carlos O Pardo. Guillermo Gavilán, Jorge E Pardo



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