Maritza
la Fugitiva:
minimalismo y postmodernidad
Guillermo Gavilán
El lector toma en sus manos el aparato de control
remoto que le ofrece el escritor y que a primera vista parece un libro, con un
título a la vez cinematográfico y proustiano: Maritza la Fugitiva. Lo acciona,
y como en una gran pantalla aparece ante sus ojos una sucesión de imágenes que
lo atrapan y lo mantienen con la vista fija en ellas. Eso, una pantalla
electrónica, es esta novela de Jorge Eliécer Pardo. Y aunque también admite la
analogía, fácil pero precisa, de un mar ancho y profundo, con toda su flora y
fauna subacuáticas, sus monstruos, sus sirenas y sus perlas, sus leyendas, sus
tesoros, el rumor de las aguas relatando gestas de batallas libradas en su
superficie, y en el fondo los restos de sueños truncos de hombres y mujeres
ahogados en barcos sumergidos, el símil que tal vez la describe con más
exactitud es a la vez más ambicioso y más asequible: una pantalla, ese
sucedáneo de los recuerdos y los sueños, la invención humana de más amplios límites
y más capacidad de contenido en menor espacio, solo equiparable a la imaginación
en su infinitud asombrosa. Esa superficie plana de fluorescencias y pixeles,
gases de xenón y neón con protones y electrones y placas de vidrio cargadas de
iones que la tecnología puso ante nuestros ojos como un universo paralelo
objetivo/subjetivo, real/imaginario, de límites precisos medidos en pulgadas, cuyo
aparato de control a distancia pone Jorge Eliécer Pardo en manos de Federico
Bernal, protagonista y narrador intermitente de una saga de familias, de amores
y de guerras que abarca un siglo y dos mundos donde un mismo amor huidizo
parece signarlos desde inicios del siglo veinte en París, donde la bisabuela de
Maritza alterna con la etérea levedad de los pies y las manos de Anna Pávlova e
Isadora Duncan, ese París que más tarde alguien ordenaría incendiar desde el
Reichstag de la Alemania nazi, para mutar luego la imagen a la toma de la embajada
de la República Dominicana en Bogotá, y de allí a la toma y retoma e incendio del
Palacio de Justicia que alguien mandó a destruir con lo que hubiera dentro, las
innumerables masacres militares y paramilitares, la matanza de Tacueyó y la avalancha
y desaparición de Armero, esa población del Tolima a la que alguien se olvidó de
proteger, pasando luego al avión de Avianca que alguien mandó a explotar esa
mañana de 1989, y donde Federico Bernal debía ir ocupando una silla, pero que su
fijación por Maritza lo obligó a dejarla vacía antes del vuelo, hasta llegar el
alba del siglo veintiuno cuando Federico ve en la pantalla la caída de las
Torres Gemelas que alguien más ordenó derribar con lo que contuviera en el
momento. A partir de esas primeras líneas del libro en que el autor pone el aparato
de control en manos de su protagonista, Pardo asume el control de la novela y
lo mantendrá hasta la fuga final. ¿Hasta la fuga final de quién? De Maritza, del
amor, de los restos de la Bogotá dorada de los sesentas y setentas que Federico
resguarda en su memoria, del sueño utópico de la revolución triunfante y la
celebración del “paraíso de la clase obrera”, o la fuga del mismo Federico que
desde la altura de su penthouse pierde el control y quiere lanzarse al vacío,
después de que hubiera expresado para sí: “No busco el vacío de las alturas
pero me atrae como el peligro que intuí en Maritza”, y parece volar en busca de
Maritza, su amante, y de Matilde, su madre, sus dos torres gemelas
pulverizadas, volátiles, para buscarlas en las alturas o en los abismos.
Y por eso, por ser como una
pantalla con toda su fuerza de atracción, cuando el novelista sitúa a Federico
Bernal, su protagonista mórbido de cuerpo y alma, en su cama frente al
televisor y en la fecha justa del 11 de septiembre de 2001 para que inicie el zapping,
no sólo en la pantalla sino en su memoria, en nuestra memoria tan frágil y
selectiva, desde la primera línea de la primera página, él, Jorge Eliécer Pardo,
se apropia de la novela y del lector. Invirtiendo la comparación que hacía
Julio Cortázar de la literatura con el boxeo, la novela Maritza la Fugitiva
gana por nocaut en el primer asalto. De ahí en adelante, el lector, capturado,
seducido, es suyo, como el sultán persa cautivo de las fabulosas narraciones de
su prisionera y sentenciada Scheherezade en Las mil y una noches. Y esto sin
asomo de fatiga para el lector a pesar de su extensa paginación, que no se
siente porque Pardo construye su narración con una estructura minimalista, compuesta
por numerosas líneas narrativas que van apareciendo en relatos minúsculos,
fragmentados, que cumplen una función
sustancial en la globalidad de la novela, donde cada breve capítulo tiene su
propio ritmo, su propio clímax y desenlace cobrando cada uno de ellos una
autonomía a pesar de ser un nudo más en la trama, una especie de monadalogía
leibniziana donde cada elemento o mónada es independiente pero determinante en
la unicidad del Universo. Maritza la Fugitiva, con todo y su extensión, encaja
en el concepto minimalista por su composición, a la manera de obras musicales
del género, como la ópera Einstein en la playa, de Philip Glass, que con cerca
de cinco horas de duración está integrada por unidades musicales mínimas y
compuesta por tonos, ritmos y tiempos breves y repetitivos, y donde el
espectador puede entrar o salir del recinto en cualquier momento de la
interpretación. Así, la obra de Jorge Eliécer Pardo, con una imbricación de
motivos, de asuntos diversos que abarcan la historia, con sus guerras y
conflictos sociales, la política y sus corrientes ideológicas enfrentadas, la
música que constituye una banda sonora de diversos géneros y épocas, el cine,
el teatro, la literatura y sus referentes, objetos, muebles, licores, la
gastronomía, las joyas y perfumes, y sobre todo las pasiones, las inmersiones en el alma humana en busca del más
inescrutable de los sentimientos, el que construye y destruye, el que eleva o
despeña: el amor, conformando un texto complejo pero de fácil y ágil abordaje para
cualquier lector, con capítulos cuyo orden de lectura perfectamente podría ser
aleatorio, es una red de motivos temáticos que desde un comienzo nos enganchan.
Y a ello contribuye, entre muchas otras razones, la sucesión de acontecimientos
que nos son tan caros, ocurridos a lo largo de una guerra heredada, no declarada,
a veces no reconocida, unas veces ignorada o aceptada con naturalidad e
indiferencia, o aprovechada otras veces para obtener dividendos políticos y
económicos, cadena de hechos dolorosos que están fijados en nuestra memoria o,
si no, rescatados aquí del olvido.
¿Es esta una historia de
amor enmarcada por esa serie de violencias yuxtapuestas que nos han signado por
generaciones?, o, a la inversa, ¿es una historia de guerra con su cohorte de
crueldad, apenas enmarcada por una historia de amor que se desenvuelve al
margen y a desgaire de los conflictos sociales porque los amantes tienen sus
propios conflictos, y cuando la quimera del amor se desvanece en el agua -y Maritza es un río- puede ser más letal que
la frustración de la utopía de la revolución triunfante? Yo diría, o afirmo
desde mi lectura, que ambas conviven indisolublemente, trenzadas con habilidad por
Jorge Eliecer Pardo en un vistoso galón anudado, en un tejido indivisible, en
el que discurren no solo dos historias sino diversas historias enlazadas.
Porque, desde otra perspectiva, puede ser vista como la novela de esa Bogotá
nostálgica de los años setenta con sus bares y cafés emblemáticos, almacenes
tradicionales, salas de cine, calles, pasajes y parques poblados de hippies, pagodas,
refugios o cafetines como puntos de encuentro de poetas bohemios y vanguardistas,
teatreros brechtianos o grotowskianos con sus puestas en escena de obras de
teatro del absurdo de Ionesco y Arrabal, o documentales de Peter Weiss, o el teatro de la crueldad, de Antonin Artaud.
En fin, la Bogotá del twist y la balada,
la nueva trova y el goce pagano de la salsa y el bolero antillano, el nadaísmo
y el septimazo.
Pero con todo y la inmensa
carga de información, con toda su minuciosa investigación y documentación
histórica, con todo y su carácter enciclopédico que husmea en todas las
disciplinas, ciencias, artes y oficios, incluido el de la guerra, con la concreción
en sus páginas de la propuesta para este milenio formulada por Italo Calvino
con el nombre de multiplicidad, hay una línea temática que atraviesa
transversalmente la novela, como el tronco de ese árbol del que se desprenden numerosas
ramas, y es el amor. Y más que una historia de amor, una historia de amores. El
encuentro casual de Federico y Maritza en la Biblioteca Nacional a finales de
los años setenta, que daría inicio al fugitivo amor entre los dos, no podía ser
propiciado por alguien distinto a Jorge Luis Borges, quien ya había hecho la
afirmación de que “todo encuentro casual es una cita”, y en este caso una cita que,
para unirlos, inconscientemente les fija Borges, ciego también como el amor, en
cuya conferencia se conocen y aproximan, no en torno a Borges sino al margen de
él, para dar comienzo a una historia de encuentros sexuales y desencuentros
ideológicos que van desde la praxis socialista a los postulados de la Nueva Era
con su hibridación de ciencia y esoterismo oriental, medicina alternativa,
tantras y adivinaciones: un tránsito de Rosa Luxemburgo a Madame Blavatsky que
Federico acepta pasivamente con escepticismo borgiano, de la misma forma en que
acepta acolitarla en un descabellado proyecto editorial para mujeres poetas
cuyo espectacular fracaso celebran lanzando libros al viento en los parques
para que sea el viento el distribuidor y difusor de la poesía entre los
casuales o habituales visitantes. Algo así como la celebración que Zorba el
griego y su socio Basil hacen de su aparatoso fracaso ingenieril, danzado al
ritmo del sirtaki a la orilla del mar en la película basada en la novela de Nikos
Kazantzakis.
Y hablé de una historia de
amores. Pero podría ser también de un solo amor continuo a través de
generaciones que va tomando la forma del alma de cada amante, y que va de Edipo
a Electra, de Menelao a Helena, y de Helena a París, incluyendo a Otelo, el
fantasma de los enamorados. Amantes de carne, hueso y pasiones. Vivos y
sufrientes, como son todos los personajes de la novela. Excluido Alejandro, el
amigo entrañable de Federico, el ángel malo que lo tienta al hedonismo, a los
senderos pecaminosos de Epicuro, a la ética del placer y al rechazo del
estoicismo. Y todo ello en un lenguaje exquisito y una riqueza lexical,
sustentados por cinco columnas estilísticas y expresivas donde alternan lo
épico, lo ético, lo lírico, lo erótico y lo político, manteniendo de la novela
realista y modernista la narración de los acontecimientos objetivos de la
sociedad, de la historia y de la vida exterior de los personajes, y la figura
del narrador omnisciente, intercalado a tramos, e incorporando de la novela
posmoderna la diversidad de puntos de vista, la subjetividad y el intimismo,
las referencias culturales, su preferencia por lo urbano y la flexibilidad de
la estructura que permite un relato más dinámico. Y, por qué no, la caída de lo
que Jean-Francoise Lyotar, teórico de la posmodernidad, denominó los
metarrelatos, y planteó su crisis, como son los discursos totalizantes y
absolutistas, metarrelatos que aquí se desmoronan a la par con el sacrificio de
lo mejor de una generación idealista, inmolación producida no en razón de sus
ideales, que siguen vigentes, sino de una lectura dogmática de una concepción
de la historia y de una teoría política.
¿Una empresa literaria
cargada de demasiada ambición, como ese sueño de Flaubert de escribir una novela
sobre el Universo? El mismo Jorge
Eliécer Pardo ha expresado que esta es su obra más ambiciosa, e Italo Calvino
le responde desde sus seis propuestas: “La excesiva ambición de propósitos
puede ser reprochable en muchos campos de actividad, pero no en la literatura.
La literatura solo vive si se propone objetivos desmesurados”. Y allí reside la
fuerza de esta novela que enriquece el acervo de la literatura colombiana, al
que le viene bien una obra de estas características. Y estoy convencido de que a
quienes no hayan leído las cuatro novelas precedentes que integran el Quinteto
de la frágil memoria, cuyos temas y personajes transitan por Maritza la
Fugitiva, les despertará su interés por conocerlas.
Texto leído en la presentación de la novela. Biblioteca Daríos Echandía. Ibagué, 2018.
Guillermo
Gavilán Zárate
Estudios
de Lenguas Modernas y Lingüística y Literatura, Universidad del Quindío.
Director
de Teatro del Colegio San Francisco Solano.
Director
y profesor en formación actoral del teatro “La Casa Grande”, Armenia.
Director
de la publicación de poesía “Anaconda”.
Director
del taller literario “Carmelina Soto”, Facultad de Bellas Artes, Universidad
del Quindío.
Director
creativo en las agencias: Publicidad Toro, Ogilvy & Mather y Kibalión
Producciones, Bogotá.
Profesor
oficial en los niveles de primaria, secundaria y educación superior en Armenia,
Quindío.
Premios
de cuento en los concursos del Departamento Administrativo del Servicio Civil,
Biblioteca
Universidad Tecnológica de Pereira y Prensa Nueva de Ibagué, entre otros.
Minutos antes de la presentación de Maritza, en Ibagué. 2018.Carlos O Pardo. Guillermo Gavilán, Jorge E Pardo |
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