El arquetipo del Ánima
en el relato Sin nombres, sin rostros ni
rastros de Jorge Eliécer Pardo: Desgarramiento e individualización
En Pardo se alcanza un estado de lucidez espiritual que potencia un estado
de autoconsciencia sobre el ser-ahí de la nación colombiana en su intrincada y obscura esencia.
Guillermo Bonilla
Barrero
Egresado Universidad del
Tolima
Imperia Daconte. © Jorge E Pardo |
En el cuento de Jorge Eliécer Pardo, la
violencia y el conflicto, fenómenos sustanciales y transversales a la realidad
colombiana, se tejen, tal y como los despojos humanos que salen del río en el
relato, concepciones e intuiciones sobre la vida, la muerte, el devenir y lo
incognoscible. En estos términos, Pardo construye en torno a la miseria
subsecuente a la guerra un fenómeno poético que ofrenda complejos organismos
simbólicos que describen la forma de ser del individuo tolimense frente al
mundo.
La configuración de esta manifestación
estética es un acontecer simbólico que funda un proceso de evolución, cambio y
unificación del espíritu colombiano. Esto es, el origen de un proceso de
autognosis y maduración tanto colectivo como individual. En términos de Carl
Gustav Jung, este proceso se identifica por su trascendentalidad en la
totalidad del alma humana, incluyendo a los individuos y comunidades que la
componen. En rigor de esta concepción, Jung refiere que: “Tales cosas no pueden
ser creadas por el pensamiento, sino que deben crecer de nuevo hacia arriba
desde la oscura profundidad del olvido, para expresar los presentimientos
supremos de la conciencia y la intuición más alta del espíritu y, así, fundir
en uno la unicidad de la conciencia actual con el primitivo pasado de la vida”
(Jung, 1989, p.46).
La naturaleza femenina de lo
inconsciente se halla presente en los estudios de Carl Gustav Jung en torno al
proceso de individuación a través de la manifestación de símbolos y arquetipos
en la vida onírica de los sujetos. Partiendo de las conclusiones de estos
estudios, puede definirse el ánima como una de las expresiones del
inconsciente. En estos términos, “El motivo de la mujer desconocida, que
denominamos ánima técnicamente, se presenta aquí por primera vez, y ciertamente
como personificación de la atmósfera psíquica vivificada, como antes las muchas
figuras de mujeres desconocidas. A partir
de ahora vuelve a presentarse en muchos
sueños la figura de la mujer desconocida. La personificación significa siempre
una actividad autónoma del inconsciente. Cuando hace acto de presencia una
figura humana, esto quiere decir que el inconsciente comienza a actuar” (Jung,
1989, p.46).
En este sentido, la voz imprecisable,
pero ineluctable, de la mujer que articula la narración, es a la vez que
personaje que padece los acontecimientos; custodia de la sabiduría (figura
mítica y sacramental), contenida en la remembranza, que impulsa la energía
vital del individuo para encarar el drama de la existencia y la historia. Estos
rasgos se evidencian en la afirmación que realiza la mujer-ánima al final del
relato:
No importa que seamos un pueblo de
mujeres, de fantasmas, o de cadáveres remendados, no importa que no haya
futuro. Nos aferramos a la vida que crece en los niños que no han podido salir
del puerto. (Pardo, 2011, p. 358).
En estos testimonios consecuentes al
horror de la guerra son plausibles varios elementos a considerar. El primero de
ellos es el papel de la mujer como custodia de la memoria histórica, el plexo
tradicional e idiosincrásico de un colectivo y de la aprehensión vital que
efectúa cada individuo en su formación como persona. De igual forma, la resistencia
ante las fuerzas de la brutalidad, lo que, en términos de Jung, significaría la
oposición del impulso inconsciente de perfeccionamiento psíquico y espiritual
frente a la acción directa y sacrílega del consciente y, por último, la
afirmación en un estadio de equilibrio entre lo consciente y lo inconsciente.
Este último fenómeno no debe reducirse
a los límites del sujeto concreto, sino debe considerársele en relación directa
con la vida colectiva e histórica de los pueblos. Razón por la cual debe
reconocerse que el conjunto de imágenes que son evocados en el testimonio de la
mujer hace referencia a un devenir constitutivo del espíritu colectivo de una
nación que tiende sus fuerzas vitales hacia el establecimiento de una identidad
a través de la afirmación de sus padecimientos. Estas ideas hallan su sustento
en las siguientes líneas del relato
Al reemplazar el N. N. en la lápida por
el nombre de nuestro esposo o hijo, la energía que viene del cemento es como la
que sentimos cuando nos abrazábamos antes de la desaparición. Lo sabemos porque
al golpear la pared y empezar las conversaciones secretas, después de las
palabras, aquí estamos, no estás sólo, nos llega un vientecito tibio como el calor de los cuerpos de nuestros
inmolados. (Pardo, 2011, p. 356).
De manera concomitante, la construcción
masculina de los cadáveres que emergen y fluyen del río (símbolo de lo
inconsciente colectivo) se torna como simbolización del animus, dominante de la energía
inconsciente en la psique femenina, que determina y orienta los procesos de
crecimiento y desarrollo de la individualidad. En concomitancia con la voz
narradora (anima),
la configuración simbólica de los cadáveres cercenados conduce a la recreación
de imágenes obscuras, caóticas y místicas que son patrones morfológicos
universales de lo inconsciente. En función de lo anterior, obsérvese la
descripción que se elabora en torno a los cadáveres extraídos del río en el
relato de Pardo:
Miles de descuartizados van por el río
y los pescadores los arrastran a la playa para recomponerlos. Nunca damos
sepultura a una cabeza sola, la remendamos a un tronco solo, con agujas
capoteras y cáñamo. (Pardo, 2011, p. 352).
En torno a la relación entre el
sufrimiento, el hado funesto del ser humano, y la formación de su espíritu; es
menester acercarse a los planteamientos de Ernst Cassirer en su documento
titulado La tragedia en la cultura. Se mienta, en el documento en comento, que la cultura como la expresión
más sublime del individuo, lleva intrínseca en sus notas esenciales el matiz
conflictivo del desenvolvimiento vital del hombre: “Media entre el alma y el
mundo un conflicto constante, una relación constantemente
tensa, que amenaza convertirse, a la
postre, en una relación sencillamente antitética. El hombre no puede tampoco
conquistar el mundo espiritual sin infringir con ello un daño a su alma. La
vida espiritual consiste en un progreso constante; la vida anímica en un
retroceso cada vez más profundo sobre sí mismo” (Cassirer, 1946, p. 4).
De estos términos comprendemos la naturaleza
simbólica de la mujer narradora y los despojos peregrinos del río en el relato
de Pardo como aquel impulso original que, anteponiéndose y superando las
experiencias hostiles, se aferra a la vida en su más elevada formulación: el
estado de autoconocimiento, de reflexión sobre sí, en el cual se tiende hacia
el establecimiento de una subjetividad que se afirma persistentemente en su
realidad y en su devenir histórico.
El responder de sí que aquí se mienta,
responde al ennoblecimiento progresivo y formativo del alma afirmado por Jung
como una de las misiones fundamentales del alma. En este sentido, refiere el
psicólogo suizo que en la morada esencial del alma “Surge entonces una nueva
misión: concretamente, llevar gradualmente a un escalón superior a esta
inteligencia todavía no desarrollada y aumentar el número de los que al menos
pueden tener una sospecha de la enorme amplitud de una verdad paradójica”
(Jung, 1989,p.18).
La verdad paradójica se funda sobre el
agónico amalgamiento de vida y muerte. Estas dos potencias axiológicamente
antagónicas, incrementan proporcionalmente su distancia en virtud del actuar
del hombre, tanto en sus valencias positivas como en sus valencias negativas.
Esto es, en la medida en que use su naturaleza para el perfeccionamiento
psíquico-espiritual e histórico de su realidad; o en la medida que emplee su
fuerza para la aniquilación y el marchitamiento de su especie.
El estado de cosas con el que se
enfrenta en el cuento de Pardo presenta sincrónicamente, una mezcla heterogénea
de ambas posibilidades. Esto se manifiesta en la misma acción ceremonial
colectiva, arriba referida:
A los aterrorizados les tenemos más
amor y consideración porque uno nunca sabe cómo es ese momento de la tortura
lenta y cómo enfrentaron las motosierras, las metralletas, los cilindros bomba.
(Pardo, 2011, p. 354).
La vida en su despliegue efectivo toma
de su darse empírico la materia prima que condiciona y promueve su desarrollo a
estadios superiores. En el relato de Pardo se parte del plexo de circunstancias
ligadas al conflicto armado colombiano; sus atrocidades y horrores, como
fundamento de los movimientos psíquico-espirituales que tienden hacia un
autoafirmarse en su ser histórico e individual. Desde esta base, se comprende
que el conflicto que media entre la realidad física, la realidad simbólica y el
hombre, es un fenómeno cuya naturaleza no consiste en la superación del
conflicto, sino, antes bien, en las diferentes transformaciones que el
individuo, a través de su comprensión y facultades creativas, configura en
respuesta a aquello agreste que lo amenaza.
En tal dirección, Sin nombres, sin rostros ni rastros se configura, tanto en su dimensión ficcional como en su dimensión
estético-literaria efectiva, más que como una denuncia socio-histórica, como un
acontecer simbólico que conduce al alma colectiva de la nación colombiana a
reconocer su naturaleza y a asumir su destino histórico y espiritual. Georg
Simmel, sociólogo y filósofo alemán, asevera que es la propiedad creativa del
alma la que enriquece, con los contenidos culturales que constituye, la vida
efectiva del individuo “Dispuesta sobre su propia agitación, fluencia y
desarrollo, la vida permanentemente se enfrenta a sus propios productos, los
cuales han cristalizado y no pueden moverse con ella; pero como su propia
existencia externa no puede ser otra, de esta suerte este proceso se hace
visible y apalabrable en cuanto desplazamiento de la vieja forma en favor de
una nueva” (Simmel, 1918, p. 316).
En efecto, el contenido vital en su
esencial formulación dinámica y fluyente constituye el impulso primero de
aceptación, confrontación y superación de la realidad empírica. En esta
dialéctica, la vida genera las propias condiciones que causan y aniquilan su
movimiento; dispone de la morada donde se explayará tanto individual como
colectivamente. Retomando los planteamientos de Simmel, puede afirmarse que:
“El cambio permanente de los contenidos culturales, en definitiva, de cada
estilo cultural como un todo, es la constatación o, antes bien, el éxito de la
fecundidad inextinguible de la vida, pero también de la profunda contradicción
entre el flujo eterno de la vida y la validez y autenticidad de las formas
objetivas en las que inhabita la vida. Ésta se mueve perpetuamente entre muerte
y resurgimiento –entre resurgimiento y muerte” (Simmel, 1918, p. 316).
En Pardo se alcanza un estado de
lucidez espiritual que potencia un estado de autoconsciencia sobre el ser-ahí de la nación colombiana en
su intrincada y obscura esencia. En este sentido, es menester remitirse al
relato mismo donde se evidencia con claridad el estado de cosas referido:
Nos han dicho que no somos los únicos
en el puerto, que en Colombia los ríos son las tumbas de los miserables de la
guerra. Los viejos nos han dicho que siempre los ríos grandes y pequeños
albergan a las víctimas, desde la violencia entre liberales y conservadores de
los siglos pasados cuando venían inflados, flotando, con un gallinazo encima.
(Pardo, 2011, p.p. 355 -356).
Como conclusión, puede afirmarse, que
lo inconsciente, y dentro de este espectro el anima y el animus, es comprendido como el
estrato irreductible y dominante de la psique humana, tanto en su concreción
individual como en su universal forma colectiva. La dimensión inconsciente en
el individuo, cogita a su vez el impulso germinal que pone en tensión las
capacidades intelectuales, sensibles, creativas y religiosas del individuo con
el ideal de fundar de manera substancial un equilibrio total en la constitución
esencial del ser.
Desde Jung, lo inconsciente puede
considerarse como un principio vital de actividad psíquica, que condensa en su
núcleo un material ilimitado de complejas instauraciones simbólicas que
desempeñan una función formativa en el individuo.
Esta función formativa ha sido
caracterizada por el psicólogo suizo como un proceso en el que la “unión de los
opuestos sobre un nivel más elevado no es, como ya se destacó, ningún asunto
racional, y tampoco cosa del querer, sino un proceso de
Referencias
bibliográficas
desarrollo psíquico que se expresa en
símbolos. Históricamente fue siempre representa- do por símbolos y aún hoy se
manifiesta en el desarrollo individual de la personalidad a través de figuras
simbólicas” (Jung, 1929, p. 38).
Cassirer, E. (1944). Antropología filosófica. Introducción a una filosofía de
la cultura. (Sexta edición). México D.F., México: Fondo de cultura
económica.
Jung, C.G. (1989). Psicología y alquimia.
Recuperado de http//: www.bibliociencias.cu
Pardo, J.E. (2011). “Sin nombres,
sin rostros ni rastros”. En Gaitán, J., Monroy, L. & Vargas L. (Ed),
Cuentos del Tolima:
Antología crítica (pp. 351 – 358). Ibagué, Colombia:
Sello Editorial Alma Mater. Simmel, G. El conflicto de la cultura moderna. Revista
Reis 2000 (89), 315-330. Recuperado de http//: www.dialnet.uniroja.es
Los
ríos de los desaparecidos en el cuento Sin
nombres, sin rostros ni rastros, de Jorge Eliécer Pardo
Jennifer Paola Canizales
Cardona
Estudiante Universidad
del Tolima
Foto © JEP |
En cada expresión de las
mujeres no deja de conservarse la nostalgia del recuerdo de sus desaparecidos,
por ello, el autor del cuento no se conforma con configurar el cuerpo
despedazado, sino que va más allá de los sentimientos de los personas, esto es,
del peso que deben cargar en un nuevo día y se dan cuenta que les falta algo de
sí, que es real, que un día partieron y no regresaron.
Se me ha acabado el agua de mis ojos
pero no la rabia. El perdón, el olvido y la reparación, han sido para mí una
ofensa. Nadie podrá pagar ni reparar la orfandad en que hemos quedado. (Pardo,
2011).
El cuento de Jorge Eliécer Pardo, Sin nombres, sin rostros ni rastros, fue ganador del concurso de cuento Sin Rastro en el año 2011, cuya
temática era la desaparición forzada; aquí se mezclan la denuncia nacional y la
literatura para configurar artísticamente dicho fenómeno. Las protagonistas son
mujeres que les han otorgado el título de viudas, huérfanas y sin hijos por el
fallo constante de la violencia en Colombia.
Ellas narran las visitas al río con el
azar de la esperanza de que puedan bajar los cuerpos de sus seres perdidos,
algunas los adoptan, otras cosen las partes del rompecabezas para conceder el
nombre de sus muertos a quienes les ha sido deshabitados por el agobio de la
proclamación de una seguridad nacional.
El ser querido arrebatado es lo que un
ser humano jamás desea sentir, el desencuentro en las noches interminables, las
vueltas en la cama y las sábanas ajadas, rebelan el recelo de las madres, las
abuelas, las esposas, las hermanas, las tías que no conocen el paradero de sus
familiares, “No sabemos si estamos dentro de un sueño o nosotras flotamos
despedazadas en el agua turbia, en espera de unas manos caritativas que nos
hagan el bien de la cristiana sepultura” (Pardo, 2011, pág. 4). Cavilar en el
dicho popular “amanecerá y veremos” es el suplicio que menos quieren recordar
cuando el sol se pone entre las montañas.
Porque lo que habla en el fondo de los
seres, desde el fondo de los seres, lo que habla en el seno de las aguas, es la
voz de un remordimiento. (...) Y el Universo comprende los reproches de un alma
herida y el Universo se calla y el arroyo indisciplinado deja de reír, la
cascada de tararear, el río de cantar.
¡Y tú, soñador, que el silencio entre
en ti! Cerca del agua, oye soñar a los muertos; eso ya les impide dormir.
(Bachelard, 2003, pág. 108).
El agua es el espejo de ondas donde se
miran las mujeres melancólicas, así como pescan los órganos separados de sus
familiares, así se ven ellas en el reflejo que da la superficie, con los labios
resecos y la mirada perdida hacia una posible esperanza.
En el relato hay huérfanas, viudas,
pero ¿cómo nombrar la pérdida de un hijo? ¿Existe un nombre para este vínculo
que queda inservible para el lenguaje, para las palabras? Las madres son las
víctimas expatriadas que caen en la melancolía. “No importa que seamos un
pueblo de mujeres, de fantasmas, o de cadáveres remendados, no importa que no
haya futuro.” (Pardo, pág. 4) Tampoco importa vivir, renunciar al pueblo, ya no
les interesan las decisiones del gobierno frente a su región, están ahí, en el
río, aguardando ilusiones de las partes de otros muertos porque tampoco están
seguras de que si las manos que pescaron en las noches son las de su ausente.
Son mujeres que trascendieron los vestigios del duelo para dar lugar a la
melancolía.
Todos tenemos a nuestros NN en el
cementerio, les ofrecemos oraciones y flores silvestres para que nos ayuden a
seguir vivos porque los uniformados llegan a romper puertas, a llevarse nuestros
jóvenes y a arrojarlos despedazados más abajo para que los de los otros puertos
los tomen como sus difuntos, en reemplazo de sus familiares. (Pardo, 2011)
Pareciera que todo estuviera calculado
cuando se trata de apropiarse del cuerpo e infundir terror para ganar algo de
terreno en el poder del país. Luego de la época de la violencia, en los años
ochenta y noventa se violentaron con más vigor las desapariciones forzadas, no
solo escondiendo los cuerpos sino partiendo las partes del mismo para no dejar
sospecha de quiénes eran. En los ochenta, en la Toma del Palacio de Justicia
bajo el gobierno de Belisario Betancourt, justo en los diálogos de paz con el
Movimiento 19 de abril (M-19), desaparecieron a doce personas, de quienes
varias fuentes confirman que la última vez que los vieron vivos fue cuando los
llevaba el Ejército Nacional.
“Si la justicia humana no castiga a los
verdugos, la otra sí los pondrá en el banquillo de los que jamás volverán a
enfrentarse a los ojos suplicantes de los ultimados. (Pardo, 2011). Los
familiares de las víctimas no descartan la atrocidad del Estado, saben que la
justicia en Colombia se arrincona cuando le ajusta, que el crimen organizado es
“justificable pero nunca será legítimo” (Arendt, 2015, pág. 28). Teresita
Gaviria, una de las coordinadoras de las Madres de la Candelaria, contempla la
posibilidad de la reconciliación, mas no del olvido que alguna vez les propuso
el Estado, y comenta anécdotas de otras madres melancólicas que trabajan todos
los días para alivianar la zozobra.
Yo tengo la señora que enterramos la
semana pasada, le dije: mija, usted para qué guarda esos pantaloncillos de su
hijo (...) Y dijo: No señora, ese pantaloncillo se va a la tumba conmigo, ese
fue el último pantaloncillo que le lavé a mi hijo antes de desaparecer.
(Cardona, 2014).
En cada expresión de las mujeres no
deja de conservarse la nostalgia del recuerdo de sus desaparecidos, por ello,
el autor del cuento no se conforma con configurar el cuerpo despedazado, sino
que va más allá de los sentimientos de los personas, esto es, del peso que
deben cargar en un nuevo día y se dan cuenta que les falta algo de sí, que es
real, que un día partieron y no regresaron.
Nos han dicho que no somos los únicos
en el puerto, que en Colombia los ríos son las tumbas de los miserables de la
guerra. Los viejos nos han dicho que siempre los ríos grandes y pequeños
albergan a las víctimas, desde la violencia entre liberales y conservadores de
los siglos pasados cuando venían inflados, flotando, con un gallinazo encima
(Pardo, pág. 3)
Ahora bien, las mujeres melancólicas
ven sus reflejos en el agua, confiando a que pasen los cuerpos mutilados.
Cuando logran “pescar” alguna parte de cuerpo encuentran que “muchos párpados
ya no se dejan cerrar y, dicen en el puerto, que es para que no olvidemos a los
sanguinarios” (Pardo, pág. 2). En sus ojos está la refracción de los atroces
criminales. Es el revivir de las torturas que hoy se remedan en el río.
El agua, en el cuento de Jorge Eliécer
Pardo, es un errar entre la pesca de los cuerpos y la esperanza, “¿a dónde van
los desaparecidos?/ busca en el agua (...)” (Blades, 1984). Quizá el agua es
para los criminales una salida que anula huellas, una purificación del mal que
muy en el fondo quieren que hagan con ellos, es en otras palabras “el perdón de
los pecados”.
“Los niños no llegan a las playas, no
son pescados por manos bondadosas. Dicen que a ellos los rescata un ángel
cuando los asesinan” (Pardo, pág. 4). Para los niños desaparecidos el agua
también es purificación. La liquidez de la materia transforma el cuerpo en
espíritu y en un proceso de purga son rescatados por ángeles que si bien no
están allá arriba, se hallarán en un pasaje tranquilo en los ríos que
“sonorizan con una extraña fidelidad los paisajes mudos” (Bachelard, pág. 30)
Las mujeres colombianas liberan
fortaleza, pero ¿de dónde lucir como si nada les pasara si su familia no está
completa? por ello, el río se trastoca y es su confidente, le cuentan los
secretos, le narra las anécdotas que alguna vez pasaron con sus desaparecidos.
En ese instante el agua se les aparece como “un ser total: tiene un cuerpo, un
alma y una voz” (Bachelard, pág. 30).
Estas mismas ensoñaciones son
denunciadas cuando la furia y la impotencia derraman lágrimas en el puerto,
“quiero que venga un hombre trabajador y bueno como los pescadores y
agricultores de por allá arriba y que yo pueda hacerle los honores que no le
dieron cuando lo fusilaron (Pardo, págs. 1,2). Sin embargo, todo lo que
estuvieron recordando se va esfumando como la sombra del árbol cuando cae la
noche, las imágenes contadas en el puerto se escurren y ese universo queda en
la profundidad listo para ser recordado al día siguiente.
Referencias
bibliográficas
Para las mujeres, las orillas de los
ríos son la entrada al no desarraigo de la memoria, “Mis hermanas tirarán las
atarrayas y los chiles para no dejarlos pasar, uno no sabe si el que le toca es
el sacrificado que con su muerte acabará la guerra”. (Pardo, 2011, p. 2) Se
culmina la guerra de la melancolía cuando se encuentran alguna parte del
cuerpo, mientras no se halle “cada hora meditada es como una lágrima viviente
que va a dar en el agua de las penas (...) el mundo animado por el tiempo es
una melancolía que llora” (Bachelard, 2003, p. 90).
Arendt, A. (2015). Sobre la violencia. Digital
RLull.
Bachelard, G. (2003). El agua y
los sueños. México: Fondo de Cultura Económica. Blades, R. (1984).
Desapariciones.
Cardona, A. (Productor), & Cardona,
A. (Dirección). (2014). La bùsqueda
de las madres [Película]. Colombia. Obtenido de
http://www.semana.com/nacion/multimedia/madres-de-la-candelaria-la-
busqueda-de-sus-hijos-desaparecidos/389902-3
Pardo, J. E. (Enero- Diciembre de
2011). Sin nombres, sin rostros ni rastros. Desde el Jardín de Freud(11),
317-320.
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