30 de mayo de 2018

CRÍTICA: Seis hombres una mujer, Pigmalión-Pijao, Edición española de 2018. Resume los sueños, frustraciones y contradicciones de la generación de los años setentas en América Latina. Un libro en el que la literatura también es protagonista por su intertextualidad.




4a edición, Pigmalión - Pijao Editores. 

Prólogo



Seis hombres una mujer es la segunda novela de Jorge Eliécer Pardo, escritor colombiano de la generación posterior a Gabriel García Márquez, que se edita en España, Pigmalión (2018). La primera bajo el nombre de Irene (2017, Pigmalión) un libro de amor y desamor donde la poesía y los conflictos sociales navegan por sus páginas. El autor nació en plena guerra civil colombiana (1950), entre militantes de los partidos tradicionales, liberal y conservador, que dejó trescientos mil muertos y varios millones de desplazados de las zonas rurales a los centros urbanos del país. Su literatura estará signada por el fenómeno político que, a través de historias de amor, identifica distintas épocas de Colombia.

Seis hombres una mujer

La década de los sesentas, fundamental en el desarrollo intelectual de los escritores que se encuentran hoy en puestos de decisión en Colombia, es el marco cronológico e ideológico de esta novela. El Mayo del 68, la revolución cubana, el existencialismo, la lucha guerrillera y el activismo universitario de izquierda —con sueños socialistas— determinan el comportamiento posterior de los personajes que deambulan como fantasmas por sus capítulos.
Recurrente historia de amor —como todas las de Jorge Eliécer Pardo— recrea sucesos en Bogotá. Jerónimo Santos y Ruth Mazabel, estudiantes de ingeniería, comparten un intenso romance, sumergidos en la música, la literatura y el activismo político. Él, hijo de un hacendado que consiguió propiedades en la violencia de los años 50, conectado con gamonales de provincia; ella, de un jubilado de los Ferrocarriles Nacionales. Jerónimo vive una relación caótica con su padre y logra llegar a ser ingeniero con sacrificios y soledades. Su hermano mayor, Carlos, se ha marchado para las guerrillas y desaparece en medio del caos de un país que se derrumba.
El azar y la vida conducen a Jerónimo a la burocracia. La contradicción es manifiesta y el amor se lesiona. Ruth no puede admitir que sus metas y sueños sean reemplazados por un empleo en el gobierno. Jerónimo, sin darse cuenta, se halla metido en escenarios de poder, al lado de un senador con un pasado escabroso de peculados. En una cena con el Jefe conoce a su hija Leonor, graduada en Ciencias Políticas. Ruth decide marchar sin despedirse. En medio del marasmo del poder y la política, Jerónimo se casa con Leonor y tienen dos hijos. Lo designan en un alto cargo del gobierno y, al despertar de una aparente pesadilla en la cual se entrelazan conflictos afectivos e ideológicos, cae en la inmensa nostalgia de los recuerdos. Sumergido en la biblioteca que formó con Ruth en los años universitarios indaga por las frases subrayadas, el mensaje secreto que Ruth le ha dejado para rescatarla. La crisis aumenta hasta el punto de abandonar la oficina y vagar por la ciudad en su búsqueda. En el Bar de Diva se hace a la amistad de hombres mayores, jubilados, a quienes les cuenta su dolor y, como legión de solitarios alcohólicos, se dispersan por la urbe a averiguar por ella. Beben y hablan largas horas y, finalmente, cada uno la encuentra. Los noctámbulos viven en el país de las desapariciones forzadas.
Las contradicciones en el amor y la relación del pasado y presente conducen a Jerónimo a un desequilibrio emocional que lo lleva a la locura. Innegable contradicción entre sueños románticos de juventud y la aterradora realidad que lo consume sin remedio.
Una novela que resume los sueños, frustraciones y contradicciones de la generación de los años setentas en América Latina. Una polifónica historia de desencuentros que plantea la soledad en la que se sumerge el hombre contemporáneo que ha perdido sus valores en el falso mundo del poder. Un libro en el que la literatura también es protagonista por su intertextualidad.

La crítica ha dicho

Berta Lucía Estrada Estrada, crítica literaria residente en Francia, de la Universidad de la Sorbona, en la más reciente lectura de la novela (2018), plantea en su comentario, Seis hombres una mujer o la metáfora del desamparo, que “Jerónimo Santos, el personaje central es un derrotado de la vida, náufrago de la existencia. Un hombre atormentado hasta lo indecible que navega, más bien naufraga, por los mares ignotos de la desesperanza, del olvido, de la añoranza, de la morriña. Viaja en pos de una quimera, en pos de una mujer que solo existe en su memoria obnubilada y enfermiza; él la crea y él la destruye, él la posee y a través de él la poseen sus amigos que comparten también su ebriedad. Es un hombre que se deja arrastrar por los convencionalismos de su casta social, la familia, la esposa, los hijos, el puesto de funcionario amargado, el mismo que olvidó sus sueños, que dejó atrás lecturas y autores que en algún momento le abrieron puertas, ventanas que daban al infinito; un infinito que se cerró en una noche sin estrellas y sin luna, la noche de su existencia oscura, carente de sentido y futuro.
Las mujeres de Pardo son mujeres soñadas, etéreas, invisibles, y aún así dejan una huella indeleble, una huella por la que los hombres que las aman caminan por el resto de sus vidas. El lenguaje es poético, tiene el sello, la impronta que caracteriza todo el trabajo de Pardo.
Seis hombres una mujer es un libro filosófico. Hurga en el soledad del hombre contemporáneo, del hombre que se sabe solo, de ese hombre que mira la eternidad sabiendo que él es finito; por eso mismo siente la pesadumbre aposentarse en su espalda y hundirlo en la cárcava que es su propia existencia; esa existencia inane, absurda, incoherente, vacía; esa existencia que conduce a la nada y por ende al pavor de saberse mortal y solo en un mundo en el que él no tiene guarida; sabe que el calor de la llama aumenta su frío y que la flama solo alumbra para que penetre más en la oscuridad del desamparo.
Jerónimo Santos, y por supuesto sus compañeros de farra y desventura, es una metáfora del hombre contemporáneo, del hombre que ya no sueña, o si lo hace es a través de la nebulosa del alcohol; como el Cónsul, el alter ego de Malcolm Lowry, en Bajo el volcán, ese otro personaje atormentado y derrotado por la vida, perdido en su propio laberinto; un laberinto sin Dédalo, sin hilos de Ariadna, sin alas para salir volando por alguna ranura. Y como Lowry, Jerónimo Santos, en compañía de sus amigos, camina como un funámbulo por la cuerda floja, siendo consciente que pronto caerá al vacío, al igual que él su única pértiga son dos botellas de licor, una en cada mano; éstas, en vez de lanzarlo al vacío que tanto anhela, evitan su caída, tal vez porque saben que no hay red que detenga el salto al vacío. No en vano el libro abre con un epígrafe de Walt Withman: Si no me encuentras no te desanimes; si no estoy en aquel sitio búscame en otro. Te espero… en algún sitio estaré esperándote.
Pero, ¿cómo se espera a una sombra? ¿cómo se encuentra a la sombra que alguien ha creado de sí mismo? ¿cómo se materializa la presencia fantasmagórica que un beodo pare para sí mismo? ¿cómo alcanzar los sueños que surgen de las pesadillas del alcohol para luego perderse en la desmemoria, en el olvido?
Podría decirse que Santos es el personaje que más tarde se convertirá en Hendrik Joachim Pfalzgraf, el pianista que llegó de Hamburgo, y por supuesto en Carlos Arturo Aguirre, el artesano del barrio Egipto. Me refiero a los dos personajes centrales de El pianista que llegó de Hamburgo y La baronesa del circo Atayde, las dos primeras novelas que dan inicio a la saga El quinteto de la frágil memoria. En Santos y sus amigos ya está la simiente de un recuerdo del futuro, léase de un espejismo que dibuja el croquis de la mujer ideal, de la mujer única; esa que solo existe cuando se han bebido varias botellas de alcohol y a las que se acaricia en el duermevela de la dipsomanía, para luego despertar en las mañanas frías en una cama sucia y abandonada hace mucho tiempo por el cuerpo de una mujer cualquiera; porque ya ni siquiera son capaces de ir tras las huellas que las mujeres reales dejan cada noche de desvarío en el pavimento eternamente húmedo de las calles bogotanas. Santos y sus amigos de farra son el alter ego de esos otros dos fracasados y derrotados que aparecerán más de veinte años después en la saga a la que hago referencia.
En otras palabras Jorge Eliécer Pardo logra hacer de su narrativa un universo en el que indaga siempre sobre la fragilidad de la condición humana, sin olvidar por supuesto su marca mayor: reflejar y contar la historia colombiana, al menos la historia que ha sacudido a este país en los últimos sesenta años.
Y es que a través de la metáfora del desamparo, de la soledad, Pardo hurga en el infierno de la violencia social y económica para mostrarnos la violencia que cada ser humano vive al interior de su propia caverna; otra forma de hablarnos del fracaso del ser humano, de su incapacidad de amar y de comunicarse con los otros, sobre todo consigo mismo.
Seis hombres una mujer, es el relato del autoengaño, de ese mar ignoto en el que los seres humanos navegamos creyendo que al día siguiente encontraremos una tabla de salvación, cuando en realidad nos internamos cada vez más en el laberinto de mares insondables, ese mar al que los griegos solían ver a veces como un abismo, como las puertas del averno; allí donde ya no hay más caminos y donde la posibilidad del regreso no existe”.
La profesora y escritora de Virginia Commonwealth University, Eugenia Muñoz, en su ensayo, Seis hombres una mujer: la revolución perdida, enfatiza en que “la voz narrativa escudriña y hurga en la mediocre y sombría cotidianidad de la vida conyugal de Leonor Valenzuela y Jerónimo Santos ambos, al final, presas del matrimonio sin el amor verdadero, de los deberes, de las apariencias sociales, de las vacaciones anuales en playas cuyo sol, olas y gaviotas, nada dicen a sus pieles ni a sus ansias insatisfechas. Jerónimo vive mordido por el pasado que nunca llegó a ser el futuro feliz y compartido con Ruth. Por eso toda su historia narrativa es una búsqueda infructuosa de la mujer que dejó ir, que obligó a marchar de su vida por haberse entregado al mundo al que ella no se sometería nunca: Te quiero así como hemos crecido... Demos la bienvenida a la nueva etapa de nuestra vida, sin matrimonio, sin compromisos, sin ataduras, sólo sabiendo que nada podrá hacernos desistir de todo lo que hemos proyectado (Pardo, 133, de la edición de Grijalbo Mondadori). Se reitera aquí la ideología de la juventud de los años 1970, deseosa de ser consecuente con el manejo de su libertad individual. Y de nuevo, este personaje femenino es más firme y decidido que su compañero para mantener su filiación y lealtad, especialmente cuando ama verdaderamente. Es más, Ruth sabe amar con libertad y se la concede también a Jerónimo cuando se da cuenta de que él oscila entre ella y la influencia de su familia, por favor, mi Jerónimo, no hagas eso porque sé muy bien que ese otro que se meterá en el vestido de paño oscuro no eres tú ni lo serás jamás. Te amo pero sabrás decidir la vida, no debes sacrificarte por mí, pero tampoco te sacrifiques por un mundo que no te llenará nunca (Pardo, 133). Con estos razonamientos Ruth le indicaba el camino verdadero, pero él no estuvo en capacidad de seguirlo y la deja sola con los ideales de cambios, reformas, sueños y planes para toda una vida juntos. Se perdió allí la oportunidad del ‘matrimonio feliz entre marxismo y feminismo’, parafraseando a la inversa a Heidi Hartmann. Lo único concreto que le quedó a Jerónimo Santos fueron los libros que leía con Ruth. Esos libros de literatura que encierran los caminos secretos de la vida para llegar a los mensajes más insospechados y anhelados, como los que Ruth le subrayaba a Jerónimo. Aunque para Jerónimo es tarde para el amor, no lo es para ejecutar la acción que finalmente lo salva, cuando se enfrenta a la ruptura con ese mundo de mentiras en que ha vivido y se entrega, por fin, a la labor de crear el libro que ideó con Ruth y para Ruth, quien desde el epígrafe de Walt Whitman, que abre la novela, y como fuerza impulsora creadora, desde el recuerdo le repite siempre a Jerónimo: Si no me encuentras no te desanimes; si no estoy en aquel sitio, búscame en otro. Te espero... en algún sitio estoy esperándote. Al final, el libro de Jerónimo es la misma novela que leemos los lectores y lectoras y allí es donde se encuentra Ruth Mazabel”.
En Seis hombres una mujer: las extrañas formas del fracaso, el profesor e investigador universitario Jorge Ladino Gaitán Bayona, reflexiona con “Milan Kundera que ‘la novela es el espíritu de la complejidad’. A ella, como gran forma de la prosa, le corresponde visitar los intrincados laberintos de la condición humana desde diversas estrategias y recursos literarios. Esa conmoción estética y humanística que invita a repensar el ser desde el reconocimiento de la ambigüedad, la aporía o el absurdo, se hace presente en la lectura de Seis hombres una mujer, una obra en la que se indaga el fracaso del intelectual cuando la lógica del trabajo y del éxito social lo alejan de las personas y mundos alternos que el arte había labrado en la juventud. […]. Alguna vez expresó Cioran que ‘fracasar en la vida es acceder a la poesía’, refiriéndose a ese paraíso de la palabra al que acceden quienes renuncian al éxito de la vida calculada. Esta es la vía que toma el protagonista cuando al entrar a la universidad desdeña la estabilidad económica que representa el mundo del padre. En su nuevo espacio vital, en el que sobrevive haciendo cartas amorosas y resolviendo ejercicios de matemáticas, abraza las incertidumbres del arte. De la mano de Ruth —con quien el amor está repleto de lecturas y sorpresas— Jerónimo justifica su tiempo y su devenir ontológico. Sin embargo, la misma universidad al arrojarlo de nuevo al orden, la razón y la sociedad capitalista cuando le entrega su título de ingeniero, lo retorna al designio político trazado por el progenitor. El intelectual, convertido ahora en doctor —lo que motivará la huida de su compañera de ‘ocio creativo’ a medida que se entroniza socialmente— gracias a un matrimonio por conveniencia y a su relación con la alta esfera política, se sabe degradado por una rutina y una creciente urgencia amorosa que lo incitarán a escudriñar un pasado del que apenas le quedan ecos y nostalgias: Ruth y el convencimiento de que perpetuarse en el tiempo no es dejar los hijos que culparán a un padre descuidado que se obnubila en su frustración, sino comprometerse con la libertad y la belleza a través de la creación literaria. Esta novela, en definitiva, no sólo revela una cuidadosa escritura, una destreza narrativa de quien sabe manipular el tiempo y los recursos de la intertextualidad y la poesía. Además del placer de contar y de construir un mundo de ficción creíble, se evidencia una visión moderna del arte, en la medida en que, sin descuidar los valores estéticos, se ahonda en los conflictos fundamentales de la existencia (en este caso el deterioro y el hastío del hombre culto que sacrifica el arte y el amor por las promesas del dinero y el poder). La complejidad psicológica de los personajes, la belleza del lenguaje, la tensión y pulsión estética que nutren esta obra, invitan a la relectura y a considerar que la literatura, más allá de los sacrificios, heridas y renuncias que exige el ritual de la palabra, es, ante todo, tal como lo expresara el poeta guatemalteco Luis Cardoza y Aragón ‘la única prueba concreta de la existencia del hombre’”.
El académico William Geovany Rodríguez, en su ensayo, Un existencialista irreconciliable analiza que “Jerónimo Santos, protagonista de la obra en mención lo es, ya que en últimas es lo que determina su personalidad. Éste personaje es sin duda uno de los más conflictivos en el plano psicológico en la narrativa colombiana, así como lo han sido en la narrativa universal, los hermanos Karamazov, que estructura en su narrativa Fiódor Mijáilovich Dostoievski e Iván Illich, personaje principal que da vida a uno de los libros de León Tolstoi. […]. Santos, cada vez que se enfrenta así mismo tiene que correr con el peligro de que sus propios mundos oscuros lo devoren. Por eso en ocasiones el temor no lo deja actuar como le pasó con el hombre de la sombra, una vez que lo ve su pecho se llena de temor y la angustia que se apodera de él no hace posible destruir sus demonios porque el hombre de la sombra seguirá allí vigilándolo. En conclusión Jerónimo Santos resulta ser todo lo que enfrentó un hombre que estuvo dado al naufragio emocional porque su inestabilidad con su existencia lo llevó a declinar en muchas de sus revelaciones, hecho que no permitió que él pudiera descubrirse a sí mismo”.
El investigador Leonardo Monroy Zuluaga razona de Seis hombres una mujer que, “en la medida en que crece la narración de Jorge Eliécer Pardo, el protagonista se convierte en un símbolo de muchos de los activistas de la izquierda del sesenta y del setenta en Colombia, que terminaron arrullados por el canto de sirenas de los cargos públicos. Es un fenómeno que parece repetirse en varios países, como lo comprueba por ejemplo, para México, una novela como La región más transparente, de Carlos Fuentes. […]. Pero la sencillez con la que se narra el conflicto del antiguo setentero, los casi imperceptibles saltos de tiempo, la detención en momentos neurálgicos de un activista transformado por los protocolos, y ciertas disertaciones que aunque realizadas poéticamente no desentonan con el perfil de los personajes y el narrador, la hacen una pieza interesante. A eso habría que añadirle, su corta extensión, que colabora con el efecto buscado. Seis hombres una mujer invita a la reflexión sobre la cristalización de los ideales, el tiempo que nunca se podrá recobrar y los destinos no deseados. En especial sobre esto último, tal vez una de las experiencias más amargas para un ser humano”.

Jorge Eliécer Pardo. © Foto de Mara 2017

El autor
Su primera novela, El jardín de las Weismann (1979, 12 ediciones) relata la aventura de una saga de alemanas que llegan a la zona del café y se ven atrapadas por el erotismo, la violencia y la muerte. El crítico de Toulouse, Jacques Gilard, traductor de algunas obras de Gabriel García Márquez, la vertió al francés (Le jardín des Weismann, 1996) y la comparó con el film Intolerancia de Griffith. Esta ópera prima fue adaptada como serie en la televisión colombiana bajo el nombre La estrella de las Baum, que ganara un premio Catalina en Cartagena de Indias. De ella se ha dicho:
“Es El jardín de las Weismann, bello, tenso y angustiado poema sinfónico. Si no me engaño, como diría Borges, esta novela se debe catalogar entre las mejores de la segunda mitad del siglo pasado en Colombia”, (Isaías Peña Gutiérrez, Universidad Central).
El Jardín de las Weismann, texto en la cátedra Literatura Hispanoamericana de Universidad de La Sorbona, es una pequeña joya de la literatura latinoamericana”, (Olver Gilberto De León, profesor y crítico uruguayo).
 “Siempre he sostenido que El Jardín de las Weismann, es una de las mejores novelas en el muy triste panorama de la novela de la Violencia. La he visto como un objeto tan finamente construido como un reloj suizo. Incluso, si dirigiera algún día un taller para escritores jóvenes, elegiría dos textos obligatorios como lectura, El Coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez y El Jardín de las Weismann, de Jorge Eliécer Pardo”, (Raymond Williams, Universidad de Cornell).
El Jardín de las Weismann obra clásica contemporánea de la narrativa nacional”, (José Luis Díaz-Granados, poeta y crítico colombiano).
Su segunda novela, Irene (8 ediciones, traducida al inglés), es una historia de amor. Sus personajes deambulan por los espacios ilimitados de la ciudad y por los laberintos de sus pasados angustiantes. Es un libro sobre la soledad del hombre de hoy, una novela que debate la vida incomunicada de inquilinos de edificios y avenidas que recrea y testifica el poder de una imagen evocada desde la inconsciencia: el espejo de la cotidianidad que carcome junto a la monotonía. Las arañas, ese símbolo freudiano erótico y maternal acorrala, como la represión ejercida por la violencia física, a Octavio Sarria, perseguido por sus recuerdos de infancia y por su incapacidad para amar. Detrás de Octavio, de su música, de sus viajes, de sus rebeldías y sueños, se halla el hombre de un país convulsionado. Distintas historias se entretejen, la portera del edificio esperando a su amante guerrillero, el abogado solitario que camina todas las noches como un prisionero, el violinista que pulsa el arco como anunciando su existencia, el rostro de una mujer imaginada por un pintor igualmente desaparecido, la terrorista que dejó solo una sonrisa en la primera página de un diario vespertino. Irene es la superficie ilusoria donde no queremos vernos pero que sabemos estamos atrapados. Representa a la mujer de hoy, independiente, autónoma, amante, ambiciosa y soñadora que comparte desde el amor las contradicciones del mundo.
Berta Lucía Estrada Estrada, estudiosa de la obra de Pardo, en reciente lectura (2018) categoriza, en apartes de su ensayo, Relato descomunal de la soledad del hombre contemporáneo: “Irene, que bien podría titularse La Migala, como el cuento de Juan José Arreola, es una breve sinfonía, perfecta como el mecanismo de un reloj o como una operación matemática; y por ello mismo compleja y enigmática. […]. En La Migala de Juan José Arreola leemos: la migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye. Es la frase que abre el minicuento, en ella está el logos, casi que se podría decir que el resto de la narración sobra, que es una explicación no pedida; lo mismo se podría decir de la nouvelle Irene de Pardo: Octavio Sarria jamás arrancó de su existencia la oscura guarida de un sueño viscoso. […]. Las migalas de Juan José Arreola y de Jorge Eliécer Pardo representan la pesadilla en la que viven sus personajes a partir del momento en que encuentran en su camino al enorme arácnido. Arreola nos describe muy bien el ambiente de delirio que va a apoderarse de su personaje: comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar… […]. La Migala e Irene constituyen el relato descomunal de la soledad del hombre contemporáneo; el mismo que habita en grandes urbes y edificios de apartamentos donde diariamente se cruza con los vecinos, pero a duras penas conoce sus nombres o lo que hacen o han hecho. Es la soledad atávica, la que pesa más que la muerte misma. Sus protagonistas son seres derrotados por la vida, pesimistas, escépticos, nihilistas, y sobre todo son conscientes que no hay redención alguna. […]. Y mientras el personaje de Arreola piensa (me) he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada, Sarria sabe que la soledad lo acorraló y que el terror lo cubría como una tela de araña tan fuerte que inmovilizado aguardaba el zarpazo por la espalda. […]. La muerte de Sarria me hace pensar ineludiblemente en la película japonesa de Nagisa Oshima, El imperio de los sentidos (1976). […]. Kichizo Ishida, interpretado por el actor Tatsuya Fuji, leyó en algún libro que el orgasmo perfecto ocurría en el momento preciso que la amante anudaba un lazo en la garganta de su pareja hasta procurarle la muerte. […]. La leyenda cuenta que tres días después encontraron a Sada Abe errando por las calles de Tokio y aún llevaba el pene de Ishida dentro de su cuerpo. Podría decirse que Sada Abe se convirtió así en una mantis religiosa, luego de la cópula terminó por devorar a su pareja masculina. Como siempre la realidad supera la ficción”.
Otros críticos han conceptuado: En Irene “Jorge Eliécer Pardo escribe de una manera singular, asociada con libertad. Tal vez por eso mismo toca y describe con ingenio eventos que para el Psicoanálisis son materia de observación reflexiva”. Rafael Mejía, Psicoanalista.
Irene es la novela urbana que, con la poesía como tránsito, descubre las flaquezas y desarraigos de sus personajes, citadinos que entran y salen por las páginas, circunscritos al vicio de su monotonía, cotidiana como ellos mismos”. René González. Diario El País, Suplemento Dominical, Cali.
Irene es una novela de blancos y negros. De baches y cumbres. En ella no hay amor sino esperanza. Pero, tanto el profesor como Irene se desesperan, todo queda en negativo fotográfico. Tanto (y acaso tan exageradamente) que al final, cuando las arañas parecen perderse y el lector descansa porque Irene por fin acopló al profesor, se sospecha que el arácnido es él y no su pensamiento”. Ana María Azcárate. Revista Hoy por Hoy, Bogotá.
Irene es una tierna novela que muestra lo dulce, lo erótico, lo pasional de una relación sexual, dibujando con preciosidad la placidez y felicidad del encuentro de un hombre y una mujer”. Myriam Bautista. Revista Semana, Bogotá.
Irene, nos impone a los psicoanalistas un nuevo reto: conceptualizara acerca del erotismo de la muerte, o mejor aún, acerca del erotismo en el acto morir”. Alberto Fergusson Bermúdez. Psicoanalista. Revista de Psicoanálisis.
Irene es una novela estructurada en el símbolo donde la complicidad del lector no solamente es manifiesta sino activa”. Fidel Vilanova. Novelista español. El Heraldo, Revista Dominical, Barranquilla.
“Con esta novela de amor, que se escribe en medio del desamor de una sociedad violenta, clama por la armonía de un planeta que se nos está desarmando entre rudezas y atrocidades”. Gustavo Páez Escobar. Diario El Tiempo.
“La mujer araña, esta tejedora, es simultáneamente un objeto de deseo, una mujer tejida, textualizada, convertida en literatura, asediada por las palabras”. Eduardo Jaramillo Z. Boletín Cultural del Banco de la República.
“Toda la obra se desarrolla en el ambiente denso y vaporoso de los sueños, la indiferencia social y la angustiante soledad”. María Elvia Bello. Revista El Carnero.

El Quinteto de la frágil memoria, es su más reciente proyecto narrativo, compuesto por las novelas, El pianista que llegó de Hamburgo, La baronesa del circo Atayde, Trashumantes de la guerra perdida, La última tarde del caudillo y, Maritza, la fugitiva (inédita). Un ambicioso fresco de sagas y sucesos históricos que se ocupa de más de cien años de la Historia de Colombia; una Comedia Humana que, al decir del escritor, le tomó quince años de investigación y escritura.
Agunos criterios sobre El pianista que llegó de Hamburgo (2012, 4 ediciones, Cangrejo Editores, Pijao Editores): “Pardo ha creado su obra maestra. Es un trabajo de gran envergadura que contiene diversidad de temáticas novelescas, técnicas y estructuras literarias desarrolladas paralelamente entre la no ficción y la ficción”. Eugenia Muñoz, crítica de Virginia Commonwealth University.
 “Como en tantos autores contemporáneos, en esta novela de Jorge Eliécer Pardo, el arte es la única salida: en este caso la música que, contrario al amor y su muerte, acompaña. Es arte supremo, verdadera iniciación, fortaleza, redención, religión, es decir, en sentido estricto, religare, unión profunda, vibración del oído al corazón”. Luz Mary Giraldo (Universidad Nacional de Colombia).
Sobre La baronesa del circo Atayde (2015, Cangrejo Editores), la investigadora literaria Cecilia Caicedo Jurado la calificó como “un delicioso fresco de la historia, reconstruida con profundidad y concatenación”.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento, escritor, crítico y docente colombiano, afirmó que Trashumantes de la guerra perdida (2016, 2 ediciones, Pijao-Caza de Libros, Cangrejo Editores) “relata la guerra desde la gente del común, no desde las élites del poder, y desde diversos ángulos; hace interesantes los sucesos pequeños, como pensaba Schopenhauer que debía ser la gran literatura; resalta, descubre o devela una nueva narrativa histórica mezclando lo particular con lo general y haciendo patente lo que sucede dentro y fuera de los personajes; pone sobre el tapete la discusión de si ha muerto la novela o no, de si esto es periodismo y aquello literatura o al revés; es una obra sobre la vida misma, sobre cómo se cruzan la experiencia y la realidad objetiva, la subjetividad y los hechos desnudos, la mayoría de las veces determinados por esos seres informes y voraces que son los poderosos, los políticos…”.
El profesor Emérito de la Universidad Nacional de Colombia, doctor en historia de la Universidad de Oxford, Hermes Tovar Pinzón, dice que “mientras leía Trashumantes de la guerra perdida pensaba en Vivir, la obra maravillosa del escritor chino Yu Hua. Toda la historia dolorosa de la China, desde los años de 1920 a 1980, o mejor desde la lucha de las guerrillas de Mao Tse Tung hasta las barbaries de los guardias rojos, va desfilando en este relato como una pesadilla que aplasta nuestra sensibilidad. […]. Por otro lado pensaba en ese hermoso libro Pueblo en vilo de Luis González un historiador que nos enseñó a ver la revolución mexicana y la guerra de los cristeros en el marco de su propia aldea. […]. Tal vez no era yo el lector apropiado de una novela tan importante como Trashumantes de la guerra perdida pues viví muchas de las cosas allí narradas y por ello pienso que el olvido es la negación de la historia y, lo que ha sucedido en el Tolima y Colombia desde el siglo XVI a hoy, no se puede olvidar ni se puede repetir en nombre de ninguna reconciliación”.

Pardo también es reconocido como cuentista, su estilo poético, sarcástico, político y surrealista, no traicionan su visión de mundo donde el hombre de hoy lucha por comprender, reflexionar su presencia en el mundo.
Entre los libros de narraciones cortas se destaca Los velos de la memoria, (acompañados por fotografías de mujeres compasivas —en sentido filosófico— con las víctimas de la guerra), una colección de relatos sobre el conflicto armado en Colombia, con seis ediciones, una en francés, Les voiles de la mémoire, (Édtions Folle Avione, 2016, traducida por Jean-Pierre Dezaire y prologada por el filósofo social Jean-Jacques Kourliandsky). 
Sobre este emblemático libro que alude la más cruenta realidad social de Colombia, ha dicho Eduardo García Aguilar, novelista, crítico, periodista de EFE de Francia: “Los velos de la memoria me han conmovido profundamente… Prosa sobria, sencilla y efectiva… cuando leemos cada uno de los textos parecen dictados por un ser misterioso… como si no hubieran sido escritos… poemas donde el autor usa la voz de los fantasmas que convoca… Ni la izquierda, ni la derecha, ni lo religioso o lo no religioso, ni los malos ni los buenos están exentos de cierta culpa. Me recuerda muchos libros de la violencia de grandes escritores mexicanos y pienso en el maestro Edmundo Valadés, su cuento, La muerte tiene permiso, gran clásico de la literatura mexicana… El libro de Pardo está llamado a convertirse en clásico de la literatura colombiana”.
Y Angélica Pérez Pérez de RFI, Radio Francia Internacional de París, señala que es un “testimonio desgarrador de una guerra que dura desde siempre; Los Velos de la memoria da voz a las víctimas en Colombia de masacres y asesinatos brutales. Es la muerte que habla. A partir de la indefensión y el dolor, Jorge Eliécer Pardo construye unos relatos de una enorme carga simbólica dibujada en los ritos que hacen las mujeres para paliar el sufrimiento, conjurar el olvido y devolverle la dignidad a sus muertos. Narraciones ataviadas de una poética tan horrorosa como sublime que convierten a la obra de Pardo en arquetipo de la estética del horror. La prosa de Pardo es audaz y valiente  porque osa dar a cada uno de los actores  de la guerra en Colombia el papel que ha jugado y sus responsabilidades. Los Velos de la Memoria es una obra de ficción que permite superar las premisas simplistas y peligrosas que cubren la memoria y con las que se corre el riesgo de hacer una paz a medias, tan funesta como la guerra misma”.

Esta nueva edición de Seis hombres una mujer —como la de Irene— abre a los españoles la posibilidad de encontrar un novelista de nuestro tiempo. Al terminar la aventura, ningún lector dejará de reflexionar sobre el mundo y sus conflictos existenciales donde cada uno interactúa inefablemente.

Los editores

Otras ediciones de Seis hombres una mujer:


1a edición Grijalbo Mondadori,


2a edición Caza de Libros


3a edición Pijao Editores








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