19 de enero de 2018

CRÍTICA: Jóvenes lectores de El pianista que llegó de Hamburgo. Alejandra Ramírez V.


El pianista que llegó de Hamburgo:
un viaje a través del simbolismo literario y el cambio de la voz narrativa
Alejandra Ramírez Valbuena

“La novela debe meterse en la piel, y más debajo de ella. Debe ser polisémica y una sinfonía a la soledad, el silencio, el erotismo y el paisaje”
(J.E. Pardo)

Un libro es la manifestación y recopilación de años de conocimiento y segundos de inspiración. La sociedad y los apogeos históricos, así como las más penosas coyunturas de la humanidad son parte fundamental de la construcción literaria. El pianista que llegó de Hamburgo (2012), del escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo, es un relato leal con la historia que narra la problemática social colombiana en relación con los conflictos del individuo, abarcando dos grandes temas: la guerra y la soledad. La literatura en este caso, teje la memoria colectiva y obliga al lector a leer entre líneas, a encontrar una voz que pretende protestar y enseñar, a través de la historia del judío alemán Hendrik Joachim Plazgraf. El autor, utiliza las introspecciones del protagonista como elemento fantástico, que se evidencia a través del simbolismo literario y la polifonía de la voz narrativa.
Lectoras de El pianista
La novela rescata el verdadero sufrimiento de una persona nacida en la miseria de la guerra, mostrando la caída del personaje Hendrik Plazgraf, cuya vida es concomitante a las tragedias causadas por los conflictos bélicos del siglo XX que, paulatinamente, lo obligarán a romper lazos con su familia a cambio de libertad y poesía, generando una condición de transeúnte errante en la soledad.  Las pérdidas de la guerra y las pocas miradas del amor hacen que el inmigrante hamburgués logre hermanarse con el dolor de un país ajeno.
El papel primordial de llevar a cabo la exteriorización de una obra, de la mente del autor al papel y al lector, lo tiene el narrador. En la obra, la voz heteroglótica determina la importancia de la memoria, presentando un papel idóneo como conciliadora entre el contexto histórico y la vida de los protagonistas, evidenciando a su vez el multiperspectivismo. Por un lado, el narrador omnisciente presenta el contexto histórico como una relación de causa (guerra) y efecto (la vida de los personajes), en orden cronológico lineal guiando el conducto temático de la obra a través de argumentos históricos, con gran carga de verosimilitud.
Los padres de Hendrik se conocieron en un camerino de tercera donde Florence, soprano lírica, desmaquillaba su rostro triste […] Hablaron de la soledad y del arte y en el tono de las palabras supieron –por separado– que aunque no encontraban su gran amor, por lo menos podían compartir los rigores de la miseria. Esa misma noche se hicieron amantes. (Pardo, 2012: 19).
En esta cita, el narrador omnisciente relata la historia de Hannes, el padre de Hendrik, hombre que vivió la primera parte de la dictadura fascista de Hitler y desde entonces reconoce cómo su familia estaría unida eternamente a una histórica hecatombe, siendo Hendrik producto del amor nacido en la necesidad.
Hannes presintió que estarían unidos a la desgracia de la guerra. Hitler odiaba a los marxistas y a los judíos y ellos estarían marcados con ese destino. (Pardo, 2012: 19).
La voz extradiegética, presenta de esta forma el destino inexorable que persigue a los personajes y direcciona las decisiones que toman, desde el primer capitulo La desgracia de nacer donde no queremos, donde se evidencia esa marcada pesadumbre e inconformidad frente al destino otorgado para los judíos a través de la historia. Por otro lado, la narración homodiegética se evidencia en el capítulo “Los livianos sueños”, en el cual, como dice J. Muñoz (2010: 6), se presenta de una manera íntima y absolutamente natural las distorsiones fantásticas usadas para generar una crítica implícita frente a la situación sociopolítica, y que forman parte de la literatura del siglo XXI. Esta introspección que irrumpe sorpresivamente en la obra se considera fantástica, porque el narrador protagonista se autoexamina de una forma inconsciente, al encuentrarse en un estado onírico. Como afirma Alfonso (2015), la tradición violenta colombiana sumada a la utilización del nazismo como trasfondo permite analizar la dualidad entre realidad y ficción. En esta medida, Hendrik vive por medio de las introspecciones, la realidad de un judío en la Alemania nazi:
Hitler, mi eterno enemigo, se apodera de mi cuerpo y me hace ver la terrible realidad de mi vida. (Pardo, 2012: 51).
El narrador protagonista, que habla desde la inconciencia en forma de monólogo interior, relaciona de manera fantástica sus sentimientos más fuertes y sus recuerdos, tanto de su historia en Colombia como de las reminiscencias de su tierra natal, formando un universo fantástico y autárquico que permite analizar su psicología.
Alejandra Ramírez con el autor de la novela
Por otra parte, los textos literarios han sido creados para perdurar en la memoria histórica, es por lo tanto común en el escritor contemporáneo una fuerte influencia de grandes obras de la literatura. Escribir es persistir. Martínez (2001), en La intertextualidad literaria, define esta última como la relación que mantiene un texto literario desde su interior (subtexto) con otros textos, sean estos literarios o no (intertextos). El narrador omnisciente utiliza los referentes literarios marcados y, en palabras de Martínez (2001), esta explicitud orienta al receptor hacia esa lectura perspicaz que supone la intertextualidad. Así mismo, este narrador maneja la alusión[1] que lleva al lector a leer meticulosamente y a tener un grado de conocimiento previo para entender las conexiones a las que hace referencia el autor: “Le pareció oír la voz de Matilde: Jamás comprendí las palabras de los hombres, crecí en los brazos de los dioses” (Pardo, 2012: 143). En el anterior fragmento, el autor cita, utilizando a Matilde como medio, al poeta romántico alemán Johann Christian Friedrich Hölderlin, cuyas obras fueron creadas bajo el contraste entre la locura y la razón. La frase perteneciente a su poema Cuando yo era niño muestra esa lejanía con la realidad; aquella lejanía que Hendrik también siente, siendo él un poeta y músico sumergido en una guerra ajena, encuentra la forma de alejarse de su existencia por medio del amor hacia Matilde. Adicionalmente, se emplea la prolepsis como recurso narrativo y, por medio del intertexto, el lector logra predecir lo que pasará a continuación, haciendo el papel del destino inexorable mencionado anteriormente. Por ejemplo, Tristán e Isolda (capítulo 34) establece una analogía entre los amantes de la novela de Pardo: así como Tristán enloquece por la pérdida de Isolda, Hendrik pierde la cordura al morir su amada Matilde, y en su perturbada búsqueda es cuando más se evidencia el elemento fantástico que se presenta en las constantes irrupciones del protagonista. Culmina a través de la muerte, cuando se reencuentran los amantes, relacionando así el eros y el thanatos en la obra. En esta medida, el narrador omnisciente trabaja el intertexto como una prolepsis indirecta, para evitar el rompimiento de la secuencia cronológica de la historia.
Por otro lado, durante las introspecciones, Hendrik fantasea con una realidad paralela a la que vivía, con su amor imposible (ya que Matilde era casada) y con él mismo: judío que escapó de la guerra y no enfrentó su destino como el resto de sus familiares. En algunos casos, Hendrik lo personifica, rompiendo la secuencia cronológica, evidenciando el elemento fantástico y dando origen al caos en la obra. Esto se expresa en la vida que construyen Matilde y Hendrik en sus clandestinos encuentros, en la habitación del segundo piso.
Con el ropero paralelo aprendieron a disfrazarse. Matilde recibió la primera falda en el piso de abajo (...) No puedo ponerme eso, dijo. No es para que lo luzcas en las calles y La Merced, es para nosotros, en el mundo de arriba (...). (Pardo, 2012: 163).
Esta realidad paralela le permite a Hendrik una redención, vivir en un mundo donde puede ser el eterno amante de Matilde y disfrutar de su amor. Por eso, es aquí donde se refugia al morir ella.
(...) fui como Nosferatu hasta la iglesia para robarme el cadáver de Matilde pero no la encontré [...] Matilde tenía un vestido de sastre, el pelo recogido con una hebilla de nácar y los pendientes de oro que le regaló Augusto, de su exclusivo muestrario. Debía lucirlos hasta el último momento cuando descendiera a la bóveda que compraron en el cementerio central. (Pardo, 2012: 267-268).
Como es posible evidenciar en este fragmento, la unión de Matilde y Hendrik era imposible, ella en vida sería de Augusto, su marido, como se refleja al usar los pendientes que él le regaló hasta el postrero momento en que es sepultada. Después, ella será libre y Hendrik ansiaba reencontrarse con su amante. Nueva relación con Tristán e Isolda, desde un plano más personal y evidente para el lector.
Por otra parte, la música es un tema literario tratado desde la antigüedad cuando las historias eran narradas oralmente. El artista es aquel que pone su corazón antes que su mente, que transforma su realidad en una poesía y, de los sucesos más trágicos, rescata lo bello. A veces no alcanzan las palabras para expresar todo lo que se siente y, en su obra, Pardo presenta la música como un símbolo intertextual destacado. En esta medida, el narrador omnisciente introduce la música como la redención de Hendrik frente a su triste realidad, siendo esta su única compañía
Hendrik –desde su cueva– veía crecer el fervor en la gente y el miedo en los ojos de su tío cada vez que se reunían a estudiar a los que conformaban el triángulo B de la música alemana: Bach, Beethoven y Brahms. (Pardo, 2012: 23).
Una constante en la obra es la repetición del Concierto No. 1 de Brahms caracterizado por el significante que generaba al compositor, Brahms, al ser escrito para su compañero Robert Schuman —nombrado constantemente en el libro— cuando perdió el juicio por esquizofrenia. Ambos representantes del Romanticismo, con su música identificaban y significaban una liberación: “Las historias de la música los sacaron del ostracismo[2] envueltos en las notas del maestoso[3] Concierto No. 1 en do menor opus 15, de Brahms” (Pardo, 2012: 91).
Por otro lado, el narrador homodiegético que presenta otra realidad y el elemento fantástico, hace referencias musicales de artistas como Wagner y Bruckner, reconocidos por ser destacados representantes del antisemitismo en la música y opositores de los compositores románticos, Brahms y Schuman. Durante las instrospecciones, Hendrik se relaciona con estos artistas representantes del nazismo, porque personifican, como se dijo anteriormente, la realidad nazi de la cual escapó toda su vida. De esta forma el pensamiento antisemita forma su alter ego. El artista Wagner es un símbolo fundamental, pues fue el compositor de la ópera Tristán e Isolda, la cual es una alegoría a la vida de Hendrik. Esto simboliza cómo la vida de este hombre fue trazada por las decisiones de otros, cómo los nazis y la guerra determinaron su destino, al igual que un compositor determina hacia dónde se dirige su obra “... dirijo Tristán e Isolda [...] Amamos los postulados y la música de Ricardo Wagner. Somos románticos [...] Ante la música nuestro Ahasverus estará rendido” (Pardo, 2012: 179). La música en este plano le permite a Hendrik eliminar su condición de Ahasverus “el inmortal judío, el Judío Errante. Símbolo exactísimo de su raza, sobre la que pasa una fatalidad misteriosa, con grandes caídas y grandes fortunas, sin que jamás pueda estar seguro de su destino” (Risco, 2005: 10). En esta medida, la música es un símbolo de la contradicción entre la narración omnisciente y homodiegética, puesto que ésta representa la redención de Hendrik, su único amor y hogar verdadero. Pero, al mismo tiempo, muestra la lucha interna del protagonista por el odio que siente por sí mismo al ser un judío.
Lectora analítica y autor
Como síntesis, El pianista que llegó de Hamburgo es una obra cuyo valor radica en la capacidad de evidenciar, por medio del contraste entre la realidad y la fantasía en la narración polifónica, el dolor de la guerra y la forma en que la soledad y el desplazamiento borran paulatinamente la identidad de las personas que la sufren. Esto evidenciado por medio del elemento fantástico, las introspecciones con las que Hendrik escapa de su realidad y, en otros casos, afronta el destino del que huyó en su juventud en Alemania. Es una novela que impulsa a leer meticulosamente, para visualizar los dos lados de la historia: uno de valor narratológico que permite apreciar la ingeniosa manera como el autor trata la historia de Colombia y el mundo, por medio de la vida de un hombre común que deseaba ser un artista; la novela sirve para aprender a leer entre líneas, donde silenciosamente se escucha el grito que Jorge Eliécer Pardo pretende que el lector escuche, para comprender cómo la guerra asesina la identidad de la persona y, poco a poco, se convierte en sino irremediable, al igual que la locura que se llevó la vida de Hendrik Plazgraf.









[1] “(...) figura retórica de carácter lógico encuadrada tipológicamente entre las figuras del pensamiento por sustitución (...)” (Martínez, 2001: 88)
[2] La palabra resaltada se encuentra de esa forma, porque representa el lenguaje polisémico que emplea Pardo: según la Real Academia Española (2016) tiene dos significados válidos para el contexto en que aparece: se puede tomar como destierro político en los antiguos atenienses o como un apartamiento de cualquier responsabilidad o función política o social.
[3] Lento y solemne (Pardo, 2012: 91).
Berta Lucía Estrada Estrada dijo...

Alejandra Ramírez Valbuena: ¡Qué buen ensayo! Felicitaciones. No sólo esta muy bien escrito y documentado sino que denota una gran dosis de inteligencia, análisis y crítica; un análisis perspicaz y profundo. Podría decir, sin miedo a equivocarme, que estamos ante una nueva crítica literaria, bienvenida Alejandra Ramírez a este universo de la literatura al que pocos se aventuran.

Berta Lucía Estrada Estrada
Poeta y Crítica Literaria

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