5 de marzo de 2013

CRÍTICA: “El pianista que llegó de Hamburgo” de Jorge Eliécer Pardo. Antonina del Sol



Antoninna del Sol*

En letras sonoras me dejo incluir en la historia del mundo, esa heredada, no vivida, que como espejo me repite la realidad no escarmentada, y que por vagos instantes me hace reconocer como parte de ella, en el deber de recordar y calificar sus tenues acontecimientos y sus excesos, resaltando la valentía de los ideales que nunca serán vanos, aunque como las ilusiones tempranas están signadas a perder su inicial color, quizá justifiquen en cambio, la vida de los hombres.


Como una película en donde los personajes son imagen vívida, roles comunes, un héroe que siente y es otro cualquiera, pero es él, una catarsis que no se puede evitar sentir de uno, una vida que apenas estás recorriendo letra a letra; suspirar y soñar, palpitar en la ganancia, la pérdida, y la espera… Y que en puntos hacia delante colma de música el transcurrir indomable del tiempo en silencios y no silencios. Así Hendrik, el héroe nacido en “otro mundo”, que como ventana y horizonte, se encarga de ver y ser visto en reflejos que pertenecen y no a éste, su nuevo paisaje, una república suramericana, no muy alejada en el tiempo y sus avatares, a su remota patria, con la cual comparte similitudes en pasados y presentes de convivencia, que extravían y aplazan la llegada al paraíso, que hemos ensoñado y, que como él, no dejamos de esperar, para encontrarnos con lo que sentimos hemos dejado, pero que está ahí en nuestra memoria de crepúsculos.



Hendrik, héroe con álter ego a bordo, forzosamente no pudo, aunque entre anhelos, seguir una vida normal de padre y esposo, en músicas de estaciones, que serian las mismas y para siempre; aún así estuvo presente en esa escena de esposo y padre que solo probó ser, y que en recuerdos nos hizo entender que una vez es suficiente para no olvidar el amor, que sólo en músicas se puede describir, y que Jorge Eliécer Pardo nos hace escuchar en un Concierto que es palabra y consonancia, instaurando un pentagrama secreto donde los hombres y sus palabras enfatizan sus destinos; y es de esta manera, como a través del autor me veo escuchando el Concierto No.1 en Do Menor de Brahms; inspiro, y puedo acaso intuir que alguna vez alguien, un hombre, escuchó estas mismas vibraciones, y las idealizó en su mente, y recreó un jardín sostenido de menores y mayores, jugando a cambiar de lugar como él y su realidad que estaba en shock, y mutaba drásticamente en dos puntos: tenía que vivir de alguna forma las acciones y las decisiones de un siglo que había resuelto la vida y la muerte de tantas cabezas inocentes, como la de él —cuando es él— aquél músico y su familia de la Alemania de la ignominia, con la esperanza de no perder lo que queda.

Cómo invade la desazón al sentir que la historia se repite una y otra vez, y no como en la de Hendrik y las sinfonías que hacía como propias, ya que en nuestra memoria, en esa, la colectiva, los anhelos se pierden en el hastío de un porvenir diferente.

Y como una premisa de las muchas que nos ha dejado esta película en letras, la de “El pianista que llegó de Hamburgo”, rama de hojas y datos memorables, de nombres y lugares que han precedido la memoria, he decidido no citar otros nombres de hechos que no nos enorgullecen, más que por las miradas de corazones que se han vuelto fuertes por el sufrimiento del abandono, el abandono del derecho a la felicidad; a cambio de eso me deslizo como otro álter ego de este héroe, en el cuerpo de un humano más, envuelto en las acciones, implosiones de un queja, no propia, que se expandió como una atómica a miles de kilómetros de distancia, que arrasó y sigue arrasando con sin número de nociones e ilusiones, que en el aire pueden sentirse aún.

Y sólo como héroe o antihéroe, pudo Hendrik vivenciar este sinuoso camino, de rostros y corazones que a lo largo de su vida salvó, sin darse cuenta —para salvar el suyo— que era el camino de vuelta, el que conducía a su patria, y que en esa profundidad de sangre en la que navegaba, podía delatarse en músicas y miradas que trasladaban a un celeste de paz; tal vez sentía las imágenes en melodía, homenajeando el dolor en un rito que no comprendía y hacia cotidianamente, el ritual de las tonalidades, que llevan por un espiral en ese no tan sórdido mundo; ese mismo ritual que fue su vida, y lo sumergió a tantos lugares que resguardaba en su corazón; bellezas que no supieron ser vistas de otra forma, si no desde esa solitaria y melancólica mirada, que personalmente me identifica de muchos modos; el aventurero que quizá esté extraviado en nosotros, al que las circunstancias lo obligan a callar, a anular ciertas formas, más instintivas, y de supervivencia, más animales, aunque, por suerte y paradoja, también más civilizadas; esa forma existe y clama por ser escuchada, la musa, la inspiración, esa contemplación, que ocurre cuando nos hayamos en la totalidad; este pianista apasionado, nos dejó ver, que llevaba la totalidad de la sinfonía de su vida, y la repetía como fragmento de cuadros sumados en repetitivos puntos, que separaban y unían las invisibles líneas del limite y de la música.

El pianista llega de Hamburgo, anunciando los cuatro restantes libros que sobrevendrán en esa saga que conforma “El Quinteto de la Frágil Memoria”, en el que Jorge Eliécer Pardo, entreteje laboriosamente en la ficción, la historia minuciosa de las guerras de un país cuya estrella, en versos muy colombianos, nos ha sido siempre herida en el costado; en letras sonoras, dije ya, me dejo incluir en esta historia del mundo, la de Hendrik, la de todos, la de “El pianista que llegó de Hamburgo”, para dejarnos transcurrir como lectores, para blindarnos con una armadura de sensibilidad, y acompañarnos sereno por ese bucle que se nos dibuja entre quedarnos o irnos, toda nuestra vida, dejándonos fluir como la buena literatura, con nuestras ilusiones estampadas en aquel hierático traje que nos da valor, para despertar al sueño de los días y las noches, y dar fe de ese otro relato consabido que prescinde de nosotros en cualquier escena; nos encargamos entonces de homenajear esta escritura para sentirnos seguros en el vacío de nuestra cotidiana eternidad.



* Joven diseñadora audiovisual y de modas. Directora de e l e v o editores, con su primera publicación “Letras de Cambio” de Ana María Rivera. Tiene un libro inédito de Poesía Experimental, “el Evo”. Reside actualmente en Bogotá.





Unknown dijo...

Me encantó tú ensayo y la forma como enfocaste está magnífica novela.

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