10 de julio de 2019

CRONIQUILLA: De cómo y por qué escribí El quinteto de la frágil memoria.


Maritza la Fugitiva
Cierre de El quinteto de la frágil memoria[1]

Jorge Eliécer Pardo

Como en todas las fiestas en las salas de nuestras casas, doy la bienvenida a mis amigos, lectores, familiares, escritores, críticos literarios, traductores, dramaturgos, pintores, cantautores, fotógrafos y editores de Colombia, Estados Unidos, Francia, Alemania y Portugal. Hermosa tarde para mis libros en el cierre de mi Quinteto de la frágil memoria. Me doy cuenta, por su temática y estilo, de que no he escrito varias novelas sino una, fragmentada en ocho. Si, ocho, porque las tres primeras se unen al agasajo de esta tarde: El jardín de las Wiesmann, Irene y Seis hombres una mujer.

Las ocho novelas de Jorge Eliécer Pardo. 2019.

Si hubiera entendido en los años de mi adolescencia —cuando decidí escribir cuentos— que el tema obligatorio de la muerte me perseguiría, no habría escogido este oficio. Del pequeño micromundo de mi infancia, en El Líbano, Tolima, pasé por Ibagué y Bogotá; en los periplos que nos ofrece la vida he narrado la provincia, lo regional, para llegar a la metrópoli. Relatar la ciudad es un acto de exorcismo recóndito. Novelar la ciudad es conocer su historia desde la historia de cada uno.


Escribiendo El Jardín de las Weismann, 1970, en Ibagué.

Jamás olvidé lo social sin caer en la literatura partidista ni mucho menos de ideologías. Y la literatura tiene ese compromiso, sin adoctrinamientos ni discursos; es necesario el texto estético que además de la muerte también cuente los sueños y las esperanzas. Vanas muertes porque el hombre nuevo no ha llegado y pasarán décadas para el milagro. Así, para sobrevivir la guerra, sembremos sensibilidad para la vida.
Los que creímos en la utopía del socialismo, los herederos de los sesenta, los hijos del rock and roll, el psicoanálisis, el surrealismo, la liberación femenina, el amor libre, el cine de autor, la gran literatura Latinoamericana, el mayo del 68, estábamos subsumidos en el falso poder de la burocracia y la mala política. Una generación completa que manejó pequeños podercitos del panal estatal. Se nos quitó la esperanza y, cuando han pasado tantas páginas, nos damos cuenta de que la muerte es la verdad de esos esfuerzos.
Dejé de publicar durante veinte años, de 1992 al 2012, para jugarme la vida de mis equivocaciones y aciertos con un libro que podría ser un gran fracaso: la vida de los colombianos a través de una saga familiar, desde el lejano instante en el que José María Melo se tomó el poder en nombre de los artesanos, hasta el momento en que los aviones se estrellan contra las Torres Gemelas y El Pentágono. Jamás había aceptado de mi otro yo, como diría Borges, ese compromiso. No tendría temor de decir mi verdad sobre la manera como nos han malformado para la muerte. Fui de la mano de Germán Guzmán Campos, que una noche me entregó no solo documentos inéditos de su esclarecedor libro sobre la violencia en Colombia, sino su exigencia de hacer la novela; me dijo —como maestro que siempre fue— que debía escribirlo desde el amor, con ese jardín que cultivé en El Líbano, que lo hiciera con honestidad, disciplina y esfuerzo y estoy aquí para decirles que lo he culminado, es El quinteto de la frágil memoria.
Con Germán Guzmán Campos, Bogotá, 1982

Fueron veinte años en los que Elsa, mi mujer, y yo, recorrimos la nueva historia de Colombia; tantas noches de insomnio, poblado por los personajes que empezaban a dictarme el libro. Cuando me di cuenta, la novela tenía dos mil páginas. Imposible editorialmente. No me desanimé, reescribí y dividí ese magma en cinco libros autónomos que fueron apareciendo desde 2012 en Cangrejo Editores, Pijao Editores y Caza de libros.

El pianista que llegó de Hamburgo
El primero, El pianista que llegó de Hamburgo, una sinfonía inconclusa. El escritor no busca las historias, ellas encuentran a sus autores.
Con Víctor Hugo Cangrejo en la entrega del primer ejemplar. Bogotá, 2012

En un viaje a Alemania, no incluía Hamburgo, pero el azar me llevó allí, a la casa de Brahms, navegando por el Elba con un músico que me contó la historia de su abuelo que siempre soñó con vivir en América. Lo demás fueron los sueños y el Concierto Número Uno para piano de Brahms. Lenguaje donde la poética se mezcla para los silencios. Creo que es una novela de silencios, como los tiene la música para existir, como lo tiene el amor para existir. Tenía claro que la Historia con mayúsculas debía ser controlada, no por el autor sino por el protagonista. Hendrik, mi pianista, es un personaje prestado de la música, como sacado de un pentagrama donde las líneas son las cuerdas que aprietan y torturan. Creo que vino por el camino de las sombras y el dolor, el mismo que posiblemente recorrieron sus coterráneas, las Weismann, que florecieron y se marchitaron en mi Jardín, huyendo de la guerra. Hitler lo hace abandonar su patria pero jamás dejará de martirizarlo.
Exposición Expedición al olvido. Curadora: Elsa Castañeda. 
Encuentro de colombianistas norteamericanos, Ibagué, 2019. Matilde el personaje.


Matilde el personaje
Con Hendrik caminé y reconstruí las migraciones y el desarrollo de la ciudad. Creí en su fidelidad y su sueño en el amor y el arte. Sus bucles canela cubriendo las orejas; sus ojos azules, y su caminar lento, vestido con su traje de lino ratón a punto de elevarse con los vientos de los Llanos Orientales. Con Hendrik-Nosferatu toqué el velo de la locura y el detritus de las calles imposibles de las grandes ciudades, los callejones de los milagros, en busca del amor y la cordura. Con él sufrí la zozobra de la creación y el fracaso. El sino de la tragedia nos arropó para ser reivindicados por el arte y el amor-desamor.

Con el actor colombiano Sebastián Ospina preparando 
la adaptación de El pianista para teatro. Bogotá. 2012.
La baronesa del circo Atayde
La segunda novela, La baronesa del circo Atayde. Carlos Hernán Sánchez, periodista de la SBS de Melbourne, Australia, me preguntó: ¿Por qué el circo?, nostalgia de los tiempos idos, de las maravillosas carpas del Atayde, Egred, Royal Dumbar, ¿Por qué aparece ese circo y esa mezcla ficción, realidad e historia?


Exposición Expedición al olvido. Curadora: Elsa Castañeda. Encuentro de colombianistas norteamericanos, Ibagué, 2019
Le respondí que por dos hechos fundamentales, primero de tipo familiar, mi abuela trabajó en el circo Atayde y este vestigio alimentó e hiperbolizó la crónica familiar y, segundo, he tenido siempre un gusto estético por el circo; de niño mi madre nos llevaba a la carpa y tuve por el espectáculo un sentimiento muy profundo, por la belleza, el riesgo, la escenificación, la música, el humor, las luces; considero que el teatro resume casi todas las manifestaciones del arte producidas por el ser humano, danza, canto, poesía, magia, prestidigitación, hombres que vuelan, mujeres que desaparecen, hay una transmutación muy grande de la vida en el circo, esto y mucho más hizo que escribiera La baronesa de circo Atayde. De niños, mis hermanos y hermanas  y yo (somos diez hijos) tuvimos un circo en el patio de la casa en el barrio Tres esquinas de El Líbano. Zurciendo mi novela grande, de la saga familiar, me encontré con la penetrante mirada de ella, mi abuela, que como María Rebeca, el personaje de este texto, desapareció de un momento a otro de la historia de la vida de mi familia. Con acierto, mi hermano escritor y crítico, Carlos Orlando Pardo, afirma que La baronesa, María Rebeca, es la personificación de la mujer libertaria, como María Cano, con quien deambula, sin pasado, sin futuro, como un presente de lealtad mientras la tragedia, el fuego y el abandono, cubre su vida. En La Baronesa del circo Atayde se vive la sociedad del siglo XIX y XX y el nacimiento de la modernidad de la capital colombiana. Saúl Aguirre, artesano que participa en el levantamiento y golpe militar del general José María Melo, confinado en Panamá e integrante de masones y conspiradores, vive el advenimiento de una ciudad pastoril a la Bogotá de la mitad del siglo pasado. Su hijo, Carlos Arturo, artesano de la madera y, María Rebeca Pérez, contorsionista y trapecista del circo Atayde, viven una apasionante y triste historia de amor. 


Ensayo de la presentación de la novela con la actriz y cirquera Paola Martínez

En La baronesa del Circo Atayde, María Rebeca, artista del aire, renace todas las noches desde el baúl de madera y cristal, en medio del círculo de arena, para trepar por hilos invisibles y convertirse en mujer voladora e inalcanzable, número central del circo mexicano de los hermanos Atayde. Recorre el mundo convencida de que el amor no existe hasta su encuentro, en la Bogotá de los años 20 del siglo pasado, con Carlos Arturo, conspirador, que le devuelve la ilusión de la felicidad atrapada en la talla en nogal que moldea para cumplir su destino y soledad. Personajes testigos del fusilamiento de Raymundo Russi, la que llamaron dictadura del general José María Melo, las luchas fracasadas de Rafael Uribe Uribe y la Guerra de los Mil Días, las andanzas de María Cano, la muerte de Jorge Eliécer Gaitán y la toma del poder de Gustavo Rojas Pinilla. Historias que protagonizan el advenimiento de la sociedad moderna colombiana entre telones de guerras civiles y argucias por el poder. Novela que relata acontecimientos históricos desde la cotidianidad de seres anónimos en medio de los avatares de un país en conflicto social y político. Carlos Arturo y María Rebeca, libertaria y sin pasado, comparten, un erótico, apasionante y legendario romance.

Con Víctor Hugo Cangrejo en la entrega del primer ejemplar. Bogotá, 2015

Trashumantes de la guerra perdida
En la tercera novela, Trashumantes de la guerra perdida, se vive el desplazamiento de la familia Guzmán por las montañas de la Cordillera de los Andes huyendo de la confrontación entre liberales y conservadores. La guerra del café y las desapariciones forzadas los hace parias y fantasmas en la construcción de la modernidad colombiana. Padecen la represión de las tropas oficiales y son testigos de la conformación de las autodefensas liberales que originaron las guerrillas modernas. 


Exposición Expedición al olvido. Curadora: Elsa Castañeda. 
Encuentro de colombianistas norteamericanos, Ibagué, 2019

Hay en Trashumantes de la guerra perdida mujeres de la guerra, viudas y eternas enamoradas, costureras de mortajas y lutos que en cada puntada hilvanan la esperanza. Es, a mi parecer, la novela más política de todas, El Líbano está en muchas de sus páginas, la significación de la colonización antioqueña del siglo diecinueve y veinte y la llamada Guerra de Laureano Gómez, o la Violencia, con sus chusmeros y pájaros. 

"Desquite"
Desquite y Sangrenegra y sus fechorías y el contubernio con los políticos, la dictadura de Rojas y los gobiernos conservadores que dejaron más de trescientos mil muertos y millares de trashumantes de la guerra perdida. Allí estoy yo, de la mano de mi hermano por las calles de Bogotá en una de esas trashumancias en un capítulo que me costó desgarramientos y viejas deudas Los niños peligrosos por ser del Tolima y venir de la zona de guerra, por ser pájaros y guerrilleros.

Con Víctor Hugo Cangrejo en la entrega del primer ejemplar. Bogotá, 2017

La última tarde del caudillo
En La última tarde del caudillo dos hermanas adolescentes deambulan por las calles de la Bogotá incendiada y saqueada en la revuelta del 9 de abril de 1948 en busca de su padre, artesano masón. En un fluir de conciencia Matilde Aguirre cuenta a su hijo Federico los acontecimientos aciagos del comienzo de la violencia partidista en Colombia a través de los diarios manuscritos de su papá.
En esta banca del Parque Nacional Enrique Olaya Herrera de Bogotá, Matilde cuenta a su hijo Federico lo que vivió el 9 de abril de 1948.


En La última tarde del caudillo aparecen historias entrecruzadas donde el amor y la muerte, el desasosiego y el fracaso, proyectan hechos y emociones de mediados del siglo veinte vigentes en el presente. No se trata una biografía de Jorge Eliécer Gaitán, a pesar de que el inmolado es el sustento de la novela, en ella, a manera de vasos comunicantes, se muestra una sociedad y una ciudad que crece bajos las consecuencias de El Bogotazo. Esta historia desataría para muchos la guerra bipartidista que dejó centenares de muertos y desplazados, víctimas e historias que poco han cambiado desde el siglo pasado. La novela transcurre, en uno de sus muchos planos narrativos, en la voz de Matilde, joven madre que cuenta a su hijo cómo salió a las calles de Bogotá, junto a su hermana, en busca de su padre, la tarde del magnicidio. Sentados en el Parque Nacional Enrique Olaya Herrera, la narración se vuelve silencio, en los monólogos interiores que la madre no puede relatar a Federico, su hijo, porque en ellos habita la figura de su amante, su profesor de música, el pianista que llegó de Hamburgo.


Jorge Eliécer Gaitán, el líder liberal asesinado en Bogotá el 9 de abril de 1948. 
El Bogotazo.

Juan Roa Sierra, el presunto asesino de Gaitán

Por La última tarde del caudillo ejércitos de ratas devoran los cadáveres descompuestos del 9 de abril de 1948, y Matilde, esa extraña protagonista que habita todas las novelas de El quinteto, susurra que vamos, como ella, caminando por las calles poco concurridas, hacia el Teatro Faenza, y también que no somos apariciones ni personajes de película, sino presencias atormentadas por vivir un tiempo equivocado, en un mundo de “elaborada y escandalosa mentira”, llamado literatura.



Exposición Expedición al olvido. Curadora: Elsa Castañeda. 
Encuentro de colombianistas norteamericanos, Ibagué, 2019
Elenco para la presentación de la novela en el Gimnasio Moderno: 
Lucy Martínez, Marialeón, Alfonso Guaneme. Bogotá, 2018

Barrio La Merced de Bogotá donde viven Matilde y su hijo Federico.
Al lado del Parque Nacional.
Maritza, la Fugitiva
En Maritza, la Fugitiva, Federico Bernal y Maritza Guzmán sufren la sociedad colombiana del finales del siglo veinte y comienzo del diecinueve. En 1978 el poeta Jorge Luis Borges visita Bogotá y el azar une a la pareja que confrontará no solo sus vidas pasadas sino la fuerza de los conflictos sociales y políticos de los que son parte. Las guerrillas urbanas, el narcoterrorismo, el miedo y el encarcelamiento de los ciudadanos en sus propias casas así como el idealismo y la ruptura de las últimas utopías, constituyen los entornos de una historia de guerras sin resolver. Transcurre entre los años 1978 y 2001, hasta la fecha exacta en que se produce, en Nueva York, el atentado a las Torres Gemelas. Federico Bernal, carga sobre su espalda no solo esa ciudad en la que nace, recién destruida por los aconteceres del 9 de abril, sino la sangre memoriosa que pareciera el caudal de la tragedia y el origen de todos sus males gracias a un pasado tormentoso.
Los diarios secretos de Maritza
Maritza Guzmán, la antagonista, encarna, sin lugar a la duda, la travesía vital de todas aquellas mujeres cuya existencia y juventud parte de la década del 70 del siglo pasado. Representa ese sector de clase media que llega a la universidad y al conocimiento de ideas y autores, envolviéndose en su mundo que juega a la intelectualidad, el existencialismo y la revolución, convencidas de estar realizando la mejor y más valerosa apuesta de sus vidas. Seguramente para algunos será la derrota, para otros la independencia, así sea para morirse de hambre, de aislamiento y fuga o en una travesía aventurera. Simboliza el mito de unas creencias que se desvanecieron y por las que se jugaron la vida una buena parte de jóvenes formados en las lides de la revolución y en la creencia de los cambios para un país nadando bajo los engaños y la represión. Traiciones y muertes, equivocaciones sin reversa, van ofreciendo el panorama del dolor y la violencia entre torturas y desapariciones. Maritza Guzmán tiene un pasado lleno de pequeños héroes de la cotidianidad, de familiares que se mecen entre la prostitución, las armas, el desplazamiento forzado, la rebeldía y el libre pensamiento, la lucha por sobrevivir, la guerra y la guerrilla, el amor y el olvido.
Federico Bernal, en su pugilato con Maritza sobre el amor, el sexo, la literatura y la revolución, encara temas de la cultura tan cercanos a mi como autor: La guerrilla del M19, la toma de el Palacio de Justicia, la tragedia de Armero y la poesía hecha por mujeres, al igual que la discusión en torno al nadaísmo.
Uno de los nadaístas aludidos en la novela: Jotamario Arbeláez. 
Con Jorge Eliécer Pardo, en Bogotá, 2013. Punto de Convergencia, 
presentación de Los velos de la memoria.
Terminé Maritza la Fugitiva (la más extensa, 630 páginas en la edición de Cangrejo Editores) y advertí que estaba poseído. Llevaba muchos años sin que eso me ocurriera y temí que la sensación final de desasosiego y derrota, la angustia misma del personaje pegándoseme en la ropa y en la piel, me llevara a espantarla como si estuviera ardiéndome en el fuego de su soledad y sus eternos temores. Muchas veces quise huir de la novela pero el abismo me llamaba y mucho más las razones por las cuales me encontraba así. Entonces no era difícil, tras cruzar ese túnel, entender que no hay efecto sin causa. Combates cuerpo a texto para lograr crear la manera de descubrir y develar el pequeño universo caótico de las interioridades del protagonista. Nada más trágico que la cobardía y nada más triste que ser testigos de una caída camusiana donde la esperanza no es posible sino en las telarañas del ensueño y las de una pesadilla interminable. Busqué mostrar la metamorfosis de la ciudad de Bogotá y la del país. Poco a poco, como en un estriptis doloroso, se van despellejando sus calles y lugares para dejar al descubierto su verdadero rostro, el que existe detrás de las máscaras y las amables versiones oficiales y turísticas. Aquí está la Bogotá de ayer y la de hoy retratada de cuerpo entero como otra gran protagonista de la novela. Pero no es tanto su geografía urbana sino su cartografía humana y sus mentalidades. Nada se traiciona y todo sobrevive. Es por allí donde transcurren parte de los periplos de los personajes, inclusive con relación a casos paradigmáticos de América Latina, pero ante todo es el lugar donde caminan y sueñan y luchan y esperan gentes que son el retrato de unas vidas como las nuestras o la de nuestros padres y abuelos sometidos siempre a la violencia y a los caprichos y azares del poder y/o el amor.
Si bien existe un hilo conductor, la relación de Federico Bernal y Maritza Guzmán, personajes contemporáneos, imbrica la saga que los precede o con la que conviven física y mentalmente, que van y vienen de un libro a otro, dentro de un escenario, un tiempo, una atmósfera. Lo lejano aparece cerca y lo cercano pareciera lejos. Es la magia que se teje con el tiempo y una especie de Aleph en relación con el espacio. Poco más de un siglo transcurre en el corto tiempo de días y escasas noches que un hombre gasta en encender y apagar su televisor, en evocar y añorar, sufrir y amar, como si la vida se nos presentara así antes de morir o enloquecer. El amor y la política dos recurrentes elementos que puede hallar el lector en la novela. Son dos sentimientos complementarios pues han alimentado estos años en los que, dormido y despierto, me he enfrentado con la literatura: el amor en la política. La política en el amor. El amor por la política. La política contra el amor. Las dos caras o las múltiples del mismo binomio son producto de mi conciencia, convivencia y acercamiento con la política. Política y amor. Las dos, enemigas del sentimentalismo y la politiquería.
El autor con Elsa Castañeda en el ritual de la última lectura. Cartagena, 2018
De ahí en adelante Maritza la Fugitiva iría adquiriendo esa vida que no se roba sino que es propia, como la nuestra, la del escritor y la del lector. Crecía tanto y tan rápido que me obsesionaba creyendo que yo era Federico Bernal, que se acostaba al lado de mi mujer y que yo tan solo era su amanuense o —quizá— su habitual camarógrafo. Pero aprendimos a convivir, sobre todo en los últimos cinco años de amantazgo total. Dejó de dictarme sus dolores en el sueño y esperaba que me sentara frente a mi Mac para retomar el hilo. Creció tanto que un amigo escritor, en tertulia de café, me dijo que ya no era un personaje normal sino un fofo ser a punto de llevarme a urgencias. Me satisfizo el comentario saboreando el expreso pero al llegar a casa, Federico me cobró la complicidad. No era un fofo personaje por lo largo de sus disquisiciones, sino un delgado ser humano entre la muchedumbre que eludía. Así creció y crecieron sus ramas, las pocas de su árbol talado, como él mismo dice. Claro que conocí a un Federico, y me tropecé con muchos de ellos. El Federico amigo no tenía tantas contradicciones, pero el Federico Hijo, sí. El Federico amigo no era coleccionista de joyas pero sí de obras de arte, de pequeños formatos que compraba a principiantes, algunos vueltos maestros. Federico amigo, no era rico pero sí con dinero, tenía gustos por la música clásica y vivió y viajó por Europa, muchas veces. Federico Hijo no salió nunca de Colombia, vivió en una enorme casa del barrio La Merced y, en su calidad de hijo único, cargó y descargó en mi libro todos sus traumas de niñez y adolescencia. Federico Pardo, trató, y algunas veces lo logró, introducir en él algunos de sus criterios sobre el mundo pero la mayor parte de ellos fueron impuestos por Federico Hijo. No creyó en el amor pero vivió enamorado de una sola mujer. Jamás lo aceptó porque, condescender, era permitirse un dolor más consciente. Su final se debate entre la locura del amor y la locura de su tiempo. Algunas veces consideré que era un usurero de todo pero luego me explicó que no era más que producto de su soledad y miedo, un hombre perdido en la incertidumbre que después Elsa me explicaría como el caos del vacío; lo efímero, el hueco negro de la posmodernidad, el ahogo de la sociedad líquida. Maritza, en cambio, se despedazaba en múltiples amigas. Militantes revolucionarias, creyentes de la lucha armada como única posibilidad de cambio en los años ochenta, poetas y teatreras. La vi en tantas mujeres metamorfoseadas en esas traslúcidas vegetarianas, pregoneras de la Nueva Era, la utopía ecológica, las sabidurías ancestrales, las prácticas orientales y el desencanto de la izquierda.
Con Víctor Hugo Cangrejo en la entrega del primer ejemplar. Bogotá, 2019


Lanzamiento
Exposición Expedición al olvido. Curadora: Elsa Castañeda. 
Encuentro de colombianistas norteamericanos, Ibagué, 2019
Debo callar… ofrezco disculpas por volver a mi oficio de escritor, el que les comparto en forma de voz secreta que los invita a recorrer la aventura de El quinteto de la frágil memoria. Maritza la Fugitiva los espera y, ustedes y yo, seremos cómplices siempre. Y en este recorrido, de la mano de Cangrejo Editores, de Leyla y Víctor Hugo, de esos cinco libros que han podido navegar sin restricciones de ninguna índole, porque es una editorial plural, abierta y respetuosa con el autor, cerramos un ciclo para abrir otro, el eterno retorno de la poesía para la vida. Espero que Cangrejo sea albacea de toda mi obra. Otro sueño de mis siete décadas.
Carlos Orlando y Jorge Eliécer Pardo, Ibagué 2016

Ahora en esta tarde maravillosa, con ustedes como cómplices, cierro los ojos y pasa la película. Espero que los detalles fundamentales lleguen y mi fluir de consciencia no deje huecos iluminados en el viaje que acompaña la bella gracia de vivir. Ahí está mi madre leyendo en voz alta los cuentos de Las Mil y una noche, recitando a “Garrick actor de la Inglaterra”, cantando un bolero y estimulando siempre mi vida como ser humano de bien y como escritor. Y mi hermano Carlos Orlando que me conduce de la mano y me entrega los primeros libros para navegar, hasta ahora, por los laberintos fascinantes de otros que determinaron los míos. Mi hermano escritor, con el que veré el último atardecer en un paisaje iluminado. Veo a mi familia en el ritual de las navidades dando gritos de alegría, hijos, nietos, sobrinos y la música, el teatro y el amor.
Gloria Inés de Pardo con el autor. Ibagué 2018
Todos tenemos derecho a la poesía, al amor, a la relativa felicidad. Todos somos una parte de Dante Alighieri y, como él, merecemos una inspiradora musa, amante, novia, esposa, compañera. Este tiempo que nos tocó también tiene nueve círculos que el poeta italiano nos dibujó en la bitácora de la existencia. Una noche la encontré entre los versos:
“El sacristán ha visto
Hacerse viejo al cura
El cura ha visto al cabo
Y el cabo al sacristán
Y mi pueblo después
Vio morir a los tres
Y me pregunto por qué nace gente
Si nacer o morir es indiferente…”.
En esos versos y en los que vendrían, en la voz de Joan Manuel Serrat, estaba ella: mi musa, guardiana, ángel protector, de esos ángeles sin alas pero que vuela libre en mi espacio desde hace más de treinta y siete años. Hoy está aquí, con ese halo sagrado que nadie ve, entre la bruma iluminada de la trasparencia. Elsa, como mi madre, en sus tiempos y espacios, representan a las mujeres con voz propia, autonomía, independencia. No son ni fueron media naranja de nadie, fueron, son y serán, naranjas completas para el amor y la vida. Las dos tienen su cuarto propio, al decir de Virginia Woolf. Elsa sabe que forma parte de mis partes, que nos merecemos todos los poemas que no he escrito, todas las canciones que jamás nos abandonan, otros viajes, otros paisajes, otros premios y, sobre todo, que merecemos este amor construido todos los días. Salud, mi ángel protector. Mi Maritza, jamás Fugitiva.

Bogotá, mayo 4 de 2019
El quinteto de la frágil memoria, Cangrejo Editores, 2012-2019




[1] Discurso pronunciado en la Feria del Libro de Bogotá, abril de 2019, en el lanzamiento de Maritza la Fugitiva.

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