Berta Lucía Estrada Estrada. © JEP |
La última
tarde del caudillo,
de Jorge Eliécer Pardo.
O la recuperación de la memoria
Berta Lucía Estrada Estrada
Crítica Literaria
A
modo de introducción
La
última tarde del caudillo de Jorge Eliécer
Pardo, es el cuarto volumen de El
quinteto de la frágil memoria, saga histórica en la que ha estado inmerso
el autor desde hace más de veinticinco años.
En esta obra se entrelazan los
protagonista de los tres primeros tomos, El
pianista que llegó de Hamburgo (Pardo, 2012), con sus emblemáticos Matilde
Aguirre y Hendrik Joachim Pfalzgraf; Carlos Arturo Aguirre, el eterno
enamorado de María Rebeca, el carpintero del barrio Egipto de La Baronesa del Circo Atayde, (Pardo,
2015) y, por supuesto, la guerra bipartidista de Laureano Gómez y el dictador
Gustavo Rojas Pinilla, figuras centrales del tercer volumen alrededor del surgimiento
de los grupos armados convertidos en guerrillas en el cual giran infinidad de
personajes, víctimas anónimas que conforman los Trashumantes de la guerra perdida, (Pardo,
2017).
No obstante, cabe la aclaración
que La
última tarde del caudillo (Pardo, 2018) rompe
con el esquema narrativo de las obras mencionadas; la narración se desarrolla
en un escaño del Parque Nacional Enrique Olaya Herrera donde Matilde cuenta a
su hijo Federico Bernal, de 11 años, los trágicos sucesos del 9 de abril de
1948 que vivió al lado de su hermana Sofía buscando a su terco abuelo por las
calles de una ciudad incendiada en el evento que los colombianos conocemos como
El Bogotazo; al mismo tiempo rememora
su vida y la de su padre y, al hacerlo se dice —en reiterados monólogos
interiores— que debe relatarle toda la verdad sobre su vida; no lo hace, no
encuentra ni las palabras adecuadas ni el valor que requiere su confesión.
Recordemos que Matilde Aguirre es una
mujer enamorada de su profesor de piano Hendrik Joachim
Pfalzgraf, el músico que llegó de Hamburgo; es lo que comúnmente se llama una
mujer adúltera, conducta muy grave en la sociedad de los años 50 y 60 del siglo
pasado, sin descontar la condena de la Iglesia. Incluso el marido, en caso de
encontrar a su esposa con su amante, podía matarla con toda impunidad, alegando
“ira e intenso dolor”, algo que no aplicaba en el caso contrario.
Las visitas al parque convierten —por el andamiaje— a La última tarde del caudillo en un libro
diferente a los anteriores, una puesta en escena novedosa; podría decirse
incluso que muy postmoderna, puesto que Matilde mezcla los sucesos íntimos con
el acontecimiento que partió la historia de Colombia en dos, el asesinato de
Jorge Eliécer Gaitán.
La estructura novelesca remite al lector a dos obras clásicas
del siglo XX, Ulises de James Joyce y
a La señora Dalloway de Virginia
Woolf, que dieron inicio a una revolución narrativa sin precedentes, verdadera ruptura
literaria que no había sido vislumbrada antes. Llamo la atención que las dos
novelas transcurren en un solo día; así la vida de los personajes desfilen durante
esas veinticuatro horas que comprenden la narración. Esta característica,
conocida como flashback, muy
probablemente no habría sido posible sin el advenimiento del cine. Las
alternativas de jugar con el tiempo, algo inconcebible en la novela
decimonónica donde el tiempo era lineal. En otras palabras la literatura, por primera
vez en su historia, recibía una clara y contundente influencia que la cambiaría
para siempre. Lo digo porque hasta ese momento era ella, en cierta forma, la
que había influenciado a las demás disciplinas. Y si aludo al uso del lenguaje
cinematográfico es porque Pardo hace gala de ese recurso en el desarrollo de La última tarde del caudillo. Los saltos
en el tiempo son permanentes y posibles gracias a la evocación de Matilde
Aguirre. La remembranza puede ser también una
especie de láudano, de catarsis para sacudir el dolor, máxime cuando se le nombra;
un viaje interior, un regreso a la semilla con el fin de entender quiénes somos
y para dónde vamos.
Y la evocación cobra
especial importancia cuando se piensa que Colombia —un país azotado por una violencia
cuasi endémica— suprimió la enseñanza de la historia del pensum escolar; un
gran desatino que ha impedido que los colombianos menores de cuarenta años sepan
—así sea fragmentariamente— la historia nacional. Una sociedad que desconoce el
pasado no puede entender el presente y mucho menos proyectar su futuro; y lo
que es peor, está condenada a repetir su pasado. También es cierto que la
historia que se impartía en las aulas escolares era la oficial, donde el
discurso que la contradijera estaba proscrito; pero al menos se hacía un
ejercicio para entender la problemática social, religiosa, cultural, ideológica,
política y económica que giraba en torno a ella. Por lo anterior, El quinteto de la frágil memoria de Jorge
Eliécer Pardo, viene a llenar ese vacío que los políticos de turno nos
impusieron hace algunos años, convencidos que una sociedad que no piensa ni
analiza ni critica es una sociedad de borregos dóciles que fácilmente se llevan
al matadero si así lo ordena el mandamás de turno. ¡Y vaya si han logrado su
objetivo!
El
título —visto como logos y pathos—
Hace algunos días leía con cierta
preocupación una entrevista a un joven escritor que confesaba con bastante
ingenuidad que era muy malo para poner títulos a sus cuentos y que generalmente
era su editor o algún amigo quien los sugería y él simplemente los aceptaba.
Algo que considero craso error, voy a explicar por qué.
El título de una obra literaria —cuento,
novela, poesía, teatro o ensayo— debe ser una hoja de ruta que permita al autor
navegar por aguas seguras y que el lector se sienta atrapado inmediatamente por
esa bitácora que despierte su interés por descubrir que hay detrás de ella.
El título debe ser un compendio de la
obra que va a leerse, algo que no debe obviarse. Incluso alguna vez leí en una
columna de Umberto Eco que decía a los alumnos que participaban en sus talleres
de creación literaria que lo primero que tenían que tener claro, antes de
comenzar una obra de ficción, era el título, o la obra podía no encontrar el
rumbo adecuado. No digo que sea una verdad de a puño y que siempre sea así,
pero creo que funciona para muchos escritores, posiblemente para la mayoría.
El título contiene nada menos ni nada
más que el Logos, o sea el discurso, el razonamiento que predominará
en la obra y, por supuesto, también el Pathos,
es decir, el título debe cautivar, atrapar, enamorar, generar interés y
expectativa en el lector que lo descubre en la carátula del libro; al mismo
tiempo que proyecta en su mente una serie de imágenes sobre lo que posiblemente
va a encontrar en sus páginas.
Es lo que nos genera el título La última tarde del caudillo, de Jorge
Eliécer Pardo, sobre todo para el lector colombiano
que sabe que el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, “El Caudillo”[1],
marcó el inicio de esa larga guerra de más de sesenta años que nos ha asolado y
de la cual apenas estamos saliendo, guerra que surge en parte por el llamado a
la venganza.
Venganza:
Ethos y palabra clave
No soy un hombre, soy un pueblo. Si avanzo, síganme, si
retrocedo, empújenme, si me matan, vénguenme. Jorge
Eliécer Gaitán. Este es el epígrafe que abre La última tarde del caudillo y vuelve a
ser repetido en la página 82.
Y si hago alusión a este llamado a la “venganza” es porque ese grito representa
el Ethos de la novela de Pardo. La venganza se convierte en una conducta,
en la razón de ser de un pueblo que se siente traicionado y necesita vengar a su líder así ese acto desesperado
sólo conduzca al caos, al infierno, a un túnel sin salida y a la exacerbación
de todas las pasiones inherentes a la fragilidad humana.
Venganza
es una palabra reiterada diez y seis
veces en el libro, siempre con la carga semántica que la caracteriza. Por
supuesto el autor hace de ella la clave de su ejercicio ficcional. Veamos:
Matilde Aguirre asiste indemne a la hecatombe de El Caudillo: “Ve cómo el pueblo,
enfurecido, no dejará piedra sobre piedra” (Pardo, 2018: 82). “Odios y
venganzas, las causas más viles de las guerras, dijo a su hijo” (Pardo, 2018:
157).
En realidad la palabra venganza se camufla en la narración: “Aguirre
decía que los curas azuzaban a la violencia desde los púlpitos. —Los liberales y los demonios se sientan en
la misma mesa” (Pardo, 2018: 157).
Azuzar u odiar son verbos
que aparecen una y otra vez: “Ella odió la orfandad” (Pardo, 2018: 61). “Los
jueces y la policía tenían en secreto la sospecha de que a nadie le interesaba
saber quién era el culpable, pero que un desquiciado, o varios, fueran
inculpados, detendrían odios y venganzas que, como sombras, se deslizaban por
el país” (Pardo, 2018: 72).
La palabra odio se
registra once veces, importante si se tiene en cuenta que es un adjetivo
calificativo que designa un sentimiento generalizado en los personajes que deambulan
en la obra de Pardo y que incitan a la venganza:
“Cumplen órdenes de Gaitán a pesar de que en sus corazones
hay odio, ganas de venganza” (Pardo,
2018: 214).
Y estas dos palabras, venganza y odio, nos llevan al nodo narrativo:
La Violencia desatada desde Palacio
por Doña Bertha y su esposo Mariano Ospina Pérez, esa etapa aciaga de la
historia colombiana, poco contada y aun menos novelizada.
“Volverán las ratas a rasgar la tierra, subir por las
paredes, arrancar tiras de personas, sin un grito. Las cloacas vomitarán más y
más ratas en las guerras perdidas. Ojalá cuando seas adulto y nosotros estemos
bajo tierra, sepas quiénes fueron los verdaderos asesinos y entiendas que
después de El Bogotazo la
guerra en Colombia no pararía” (Pardo,
2018: 326).
La
última tarde del caudillo es, ante todo, el
relato de La Violencia contado desde
otra perspectiva; es la visión de los vencidos, de los desharrapados, de los
obreros que no tienen nada que perder porque lo perdieron todo antes de nacer.
Y por supuesto nos tropezamos con la
imagen del dictador Gustavo Rojas Pinilla el militar rocambolesco que dejó una
estela de poder y satrapía que aun se hace sentir; el dictadorzuelo que puebla
el tercer libro de la saga, Trashumantes
de la guerra perdida; ese que surgiría tras un golpe de Estado y que en su
momento no alcanzaron a dimensionar. “Nos lanzamos a la calle a vitorear al que
empezaron a llamar Segundo Bolívar, teniente coronel Gustavo Rojas
Pinilla. Soñamos con la concordia y los buenos tiempos venideros, lejos
de las armas” (Pardo, 2018: 280).
Porque la saga de Pardo es en realidad
la historia de la inutilidad de las guerras, sobre todo de la colombiana, cuya
herencia ha sido el despojo sistemático a los desheredados, cuya violencia es ejercida
desde las entrañas mismas del poder omnímodo, el que no acepta el diálogo ni la
inclusión —poder que llamamos Estado— dando como resultado una sociedad fracturada,
habitada por el dolor, el rencor y por la impotencia al no lograr ser una
sociedad más justa, más equitativa, menos violenta.
“Te quedas callado cuando hablábamos de ese día, sin
comprender cómo la guerra te persigue. Habías huido de Alemania y la muerte te
lamía de nuevo” (Pardo, 2018: 19).
Lo que lleva a preguntarme:
¿Estamos condenados a repetir nuestra
historia de horror por otros cincuenta años?
¿Estamos condenados a cien años de
soledad y guerra fratricida?
Y si hablo de fratricidio es porque La Violencia en realidad fue una guerra
civil nunca aceptada como tal, y por supuesto invisibilizada; como si al no
nombrarla se pudiese creer que nunca existió, que es sólo una leyenda que se
cuenta en las noches para infundir miedo y poder controlar a los niños que no
desean dormir.
Tal vez por ello Jorge Eliécer Pardo
recurre a una metáfora, la de la invasión de las ratas, utilizada por Albert
Camus en su obra egregia, La Peste.
Las
ratas
La guerra, y todo lo que representa,
está asociada con imágenes dantescas, con la hecatombe, con la desaparición del
mundo que conocemos; no en vano cuando una guerra se acaba descubrimos con
horror ciudades arrasadas, de cuyos escombros salen personajes famélicos, sombras
de sí mismos que se habían escondido en las alcantarillas para no morir en los
bombardeos. Incluso antes, mucho antes del arcabuz, cuando las guerras se
hacían con espada, Atila decía que por dónde él y sus huestes pasaban ni la hierba
volvía a crecer. También solemos decir que la especie humana no sobrevivirá a
una tercera confrontación mundial, solo las ratas repoblarían los vestigios
dejados por la inconciencia humana.
Tal vez por ello Camus hizo de las
ratas y la peste la metáfora de su libro, una metáfora que en realidad
denunciaba la llegada del nazismo y la ocupación alemana en Francia durante La Segunda
Guerra Mundial; al menos es la explicación que le da a Ronald Barthes que había
escrito que la referencia a dicho período, en la obra de Camus, solo se trataba
de un mal entendido. Camus le responde:
“La Peste, dont j’ai voulu qu’elle se
lise sur plusieurs portées, a cependant comme contenu évident la lutte de la
résistance européenne contre le nazisme. La preuve en est que cet ennemi qui
n’est pas nommé, tout le monde l’a reconnu, et dans tous les pays d’Europe.
Ajoutons qu'un long passage de La Peste a été publié sous l'Occupation dans un recueil de Combat et que cette circonstance à elle seule justifierait la
transposition que j'ai opérée. La Peste, dans un sens, est plus qu’une chronique de la résistance.
Mais assurément, elle n’est pas moins”. (Camus, 1975).[2]
Jorge Eliécer Pardo retoma esta
metáfora en su novela La última tarde del
caudillo; tal vez por ello la palabra rata
aparece veintitrés veces:
“Luego huían hacia sus casas porque se decía que mataban
liberales en calles y barrios y que una extraña invasión de ratas se llevaba
los niños” (Pardo, 2018: 313).
Con esta alusión es imposible no pensar en El flautista de Hammelín; además esa es precisamente
la función principal de la guerra: dejar a los pueblos sin sus niños; erradicar
la simiente que podrá devolverle algún día su vida, su existencia, su razón de
ser. Colombia es un país que ha padecido esta especie de “maldición”; conoce
muy bien al flautista que secuestra la infancia e implanta en su lugar un
ejército de ratas por espacio de varios decenios.
Y mientras el flautista se roba a los niños, la invasión de
ratas, que deja detrás de su melodía de sombras, es la encargada de darse un
festín con los desaparecidos de la guerra; ellas son las calladas y eficientes
cómplices del matrimonio Ospina Pérez que desde Palacio las azuzó para que
salieran de las madrigueras e hicieran el trabajo sucio que ellos preferían
ignorar: “ … está infestado con ratas. Sobreviven en el Fucha. Aprovechan las
alcantarillas. La primera noche de El Bogotazo, atacan, borran vestigios
de cientos de asesinados” (Pardo, 2018: 80).
Y más adelante:
“ … el pueblo inhuma o se lleva a sus muertos, los arrebatan
a las ratas nocturnas” (Pardo, 2018: 277).
Una metáfora que refleja —como un terrible juego de espejos—
la tragedia a la que se enfrentan miles de colombianos cuando emprenden la
búsqueda de sus seres queridos; esos que comúnmente conocemos como “desaparecidos”.
La
Poiesis en La última tarde del caudillo
La saga histórica de Jorge Eliécer
Pardo tiene una característica común, el lenguaje; en realidad es una de sus
columnas vertebrales, las otras dos, la
violencia y el amor. El lenguaje
de Pardo lo había resaltado en mi ensayo sobre las dos primeras novelas en El puzzle de la memoria o el aroma a trópico
de Jorge Eliécer Pardo (Estrada, 2016: 25).
“El manejo del castellano en Jorge
Eliécer Pardo es de una gran riqueza en todos los sentidos, gramatical, verbal,
sintáctico. Si se habla de una fuerza descomunal en los libros de Pardo, es,
precisamente, el lenguaje. (…) “Es impecable, limpio, rico en metáforas que nos
hacen volar y caer en picada, sumergirnos en aguas turbulentas y en lagos sin
olas, nos hace pisar el rocío del amanecer y viajar en el ojo del huracán. Es
avasallador por decir lo menos. Es como cabalgar en un caballo desbocado que
corre por la cresta de la cordillera vadeando abismos ocultos por la bruma.
Otras veces es plácido como las aguas de un lago en tiempos de verano” (Estrada,
2016, 34).
Dicho de otra forma en el lenguaje de
Pardo encontramos la Poiesis en su estado primigenio, la música interna que
navega a todo lo largo de la narración que nos ocupa. Su lenguaje puede ser
visto como la creación de la que
hablaba Platón en El Banquete, léase la
producción; de ahí su carácter polisémico y su perdurabilidad en el tiempo, su
atemporalidad.
Y si hablo de atemporalidad es porque
en la saga El quinteto de la frágil
memoria están las claves para que los sociólogos, historiadores, antropólogos,
dramaturgos o literatos, que deseen desentrañar la convulsa historia colombiana
en treinta o cincuenta años, de la que no habla la historia oficial, van a
poder escarbar en estas páginas que Pardo ha puesto delante de los ojos
atónitos de muchos colombianos que hoy se niegan a ver el lado oculto del
espejo; los mismos colombianos que como borregos siguen falsos mesías engendrados
por egos, poder y negocios oscuros; que han habitado el Palacio de Nariño, ese
mismo palacio que sirvió de sede a la pareja Ospina Pérez para dirigir desde
sus ventanas las hordas de ratas que cubrieron con su manto de ignominia las
calles de Bogotá; una mancha que se extendió por el territorio y que dejó una
bruma espesa, un banco de niebla que apenas comenzamos a penetrar. Me refiero no
solo a La Violencia contada en Trashumantes de la guerra perdida y en La baronesa del circo Atayde, sino a los
paramilitares y guerrilla que aparecen en El
pianista que llegó de Hamburgo.
Tal vez por eso Matilde Aguirre le dice
a su amado, o al menos piensa, en uno de sus eternos monólogos interiores, que
se lo dice o que se lo ha dicho: “Las ratas grises te acompañan. … huyes pero
el gran genocida te alcanzará, se meterá en tus espejismos, en las pesadillas
de las tardes, en nuestro socavón de noche ficticia, y los roedores de La
Candelaria te despiertan para devolverte la existencia”. (Pardo, 2018: 28)
Recuérdese que Hendrik Pfalzgraf, el pianista que llegó de
Hamburgo, venía huyendo de otras huestes, conocidas como las SS, y por supuesto
huía de las garras de su jefe, el que llenó a Europa de campos de concentración
y que inventó las cámaras de gas y los hornos crematorios; hornos que más tarde
replicarían las hordas paramilitares en Colombia.
Porque la historia es una eterna serpiente que se muerde la
cola.
Con esto quiero decir que estamos ante
un escritor que conoce a fondo los secretos de una buena narración, que sabe
abrir y cerrar una novela —en este caso una saga— y que no deja ningún hilo
pendiente. Algo que no siempre logran todos los novelistas.
Tal vez por ello al comienzo de La última tarde del caudillo leemos: “Federico
concluirá años después que es un árbol talado, sin genealogía, atormentado por
los abandonos”. (Pardo, 2018: 10)
¿Es esta frase el abrebocas para el próximo libro de la saga
El quinteto de la frágil memoria?
Imagino a Federico como personaje principal, el mismo que va a tratar de armar
el rompecabezas de su propia vida. No en vano en El pianista que llegó de Hamburgo aparece al final, cuando adulto, movido
por la compasión, recoge de la Calle del Cartucho a Hendrik
Joachim Pfalzgraf; así el pianista no sepa quien es ese hombre con el que suele
sentarse en un banco del ancianato donde él lo lleva para que muera tranquilo;
lejos de la violencia de la calle donde ha pasado los últimos años obnubilado
por el olor a alcohol y pegante que le borra la memoria.
Quisiera
recordar que el nombre del autor, Jorge Eliécer, no es puesto al azar, por el
contrario, los progenitores del escritor lo escogieron
como homenaje claro al Caudillo que
habían seguido con pasión y convicción. No en vano, después del asesinato de
Gaitán, y cuando las hordas de ratas invadieron el campo y los poblados, en esa
marcha con la que buscaban borrarlo de la memoria colectiva, el padre del
escritor Pardo tuvo que huir varias veces, esconderse debajo de la tierra y
llevar a su familia al exilio,
convertirla en trashumante o desplazada.
Y si hablo de exilio es porque cuando
se sale de un pequeño poblado tolimense de los años cincuenta a una ciudad de
varios miles de habitantes como era Bogotá, es simple y llanamente partir al
exilio. Una tragedia que está presente a todo lo largo de la saga de El quinteto de la frágil memoria,
tragedia constante en la historia de Colombia; recuérdese que somos el país con
la población desplazada más grande del mundo, cerca de siete millones de
personas[3],
nada menos ni nada más: gran vergüenza y gran tragedia.
A modo de conclusión
La última tarde del caudillo es
un libro para ser leído en voz alta en mítines, reuniones familiares, escuelas,
colegios y universidades, o bien para ser leído al oído de la persona que
amamos; la poiesis interna hace que
su discurso sea escuchado como una sinfonía hermosa y totémica, donde la voz
humana rescata el oficio de antiguos juglares; lo que confirma que El quinteto de la frágil memoria es una
verdadera saga —lo digo entre otros aspectos— por su característica de
oralidad en el que las historias viajan de boca en boca, cada oído guarda
una a una las palabras escuchadas y la memoria se encarga de hacer el resto.
Valenciennes,
Francia, abril de 2017
Referencias bibliográficas
CAMUS,
Albert. Carta de Albert Camus a Roland Barthes, https://etlettera.wordpress.com/2015/01/15/1s-es-l-lettre-dalbert-camus-a-roland-barthes-sur-la-peste-janvier-1955.
ESTRADA,
B.L. (2016), “El puzzle de la memoria o el aroma a trópico en la obra de Jorge
Eliécer Pardo”. En: Martínez Fabio —compilador— (2016). Guerra y literatura en la obra de Jorge Eliécer Pardo. Cali,
Universidad del Valle, 464 páginas.
PARDO,
J.E. (2018). La última tarde del caudillo.
Bogotá: Cangrejo Editores. En prensa.
__________
(2017). Trashumantes de la guerra perdida.
Bogotá: Cangrejo Editores. 422 páginas.
__________
(2015). La baronesa del circo Atayde.
Bogotá: Cangrejo Editores. 246 páginas.
__________
(2012). El pianista que llegó de Hamburgo.
Bogotá: Cangrejo Editores. 286 páginas.
[1] El Caudillo, así lo llamaba el pueblo
que lo seguía precisamente “cautivado”
por la pasión que le infería al discurso dado en la plaza pública.
[2] “Mi
intención con La Peste era que fuese
leída desde diferentes ángulos, y por supuesto su contenido es una lucha
evidente de la resistencia europea al nazismo. La prueba es que ese enemigo,
que no es nombrado, es reconocido por todo el mundo y por todos los países
europeos. Sin olvidar que un largo pasaje de La Peste fue publicado durante La Ocupación en uno de los números
de Combate y que solo este aspecto justificaría la transposición que yo hice. La Peste, en cierto sentido, es mucho
más que una simple crónica de La Resistencia, pero tampoco la demerita”.
(Traducción libre de la autora del artículo).
[3] http://www.elpais.com.co/colombia/es-el-pais-con-mayor-desplazamiento-forzado-en-el-mundo-onu.html
ver en El Espectador.com
Carlos Orlando Pardo |
La última tarde del caudillo
novela de Jorge
Eliécer Pardo
Carlos Orlando Pardo
Escritor y crítico literario
No son pocos
los libros que se enmarcan en el crimen cometido contra el líder popular
liberal Jorge Eliécer Gaitán. Tampoco son escasas las novelas publicadas a lo
largo de estos setenta años transcurridos desde ese momento en el que cambió la
historia de Colombia. Muchas fueron escritas bajo el furor de los
acontecimientos cuando aún los hechos no se decantaban y tomaron partido en los
señalamientos bajo el calor de la militancia política. Otras se quedaron en la
simple descripción de los hechos y algunas no tuvieron ninguna trascendencia
desde lo literario y quedaron como valiosos testimonios de un hecho perdurable.
Durante los
últimos veinte años el panorama ha cambiado, pero sigue siendo un tema
atractivo para los novelistas, mucho más cuando existe la afortunada tendencia
de reconstruir y recrear hechos que la gente en general desconoce en sus
detalles, sus causas y consecuencias. Para saber que lo que somos hoy es
producto de aquellos sombríos episodios, salta la literatura que sensibiliza y
ofrece perspectivas novedosas desde el lenguaje, la técnica y los datos
reveladores de un execrable asesinato.
Precisamente
es lo que logra el ya curtido novelista Jorge Eliécer Pardo en su novela La última tarde del caudillo. Pudiera
decirse que en virtud a la saga que viene trabajando desde hace un cuarto de
siglo bajo el nombre El Quinteto de la frágil memoria, aquí,
con esta cuarta entrega, redondea un período de la historia colombiana y se conocen
nuevas facetas de sus personajes que deambulan por El pianista que llegó de Hamburgo, La baronesa del circo Atayde, y Trashumantes
de la guerra perdida.
Es
vertiginosa la estructura de La última
tarde del caudillo por cuanto los episodios van en pequeños segmentos
sucediéndose las escenas que poco a poco completan el cuadro de acciones y
personajes en el mismo momento, inclusive en otra hora, pero que trascurren
como si viéramos varias pistas en una sola página. Lo simultáneo ofrece
agilidad y una manera particular de presentar la historia, tan usual en el cine
o en las series televisivas, pero no en la novela, que si bien es cierto puede
ir desarrollándose de un plano a otro, en este caso como juego sincrónico mostrado
al lector, para que cada quien vaya armando el camino como un rompecabezas o
simplemente como una figura para armar.
Los detalles
que rodean el antes del crimen, el momento en que sucede y lo ocurrido luego,
reflejan una larga tarea investigativa en donde recuperamos escenarios urbanos
de la Bogotá de los años cuarenta a sesenta, marcas comerciales, personajes,
nombres de artistas, canciones, costumbres, comidas, olores, titulares de
prensa, actitudes, conductas y posiciones de quienes intervinieron en el suceso
y cuyas actitudes hoy se encuentran olvidadas pero aquí resucitan. No es por
fortuna una novela sesgada que magnifique al mártir sino que lo muestra con sus
flaquezas y defectos y narra la variedad de posturas asumidas por sus amigos y
enemigos y por múltiples estudiosos del hito nacional. Reveladores trascienden
los nuevos pormenores que aquí surgen como descubrimiento en el desarrollo de
la historia y que eran desconocidos, resultándonos un regalo valioso para
quienes somos contemporáneos del suceso y vivimos sus consecuencias.
Paralelo a
los hechos de Gaitán que son la columna vertebral de la novela, bajo una
atmósfera de alto contenido poético con lirismo filosófico sobre el amor y la
muerte, todos los héroes y antihéroes centrales de las obras anteriores de
Pardo alcanzan de nuevo su protagonismo y nos familiarizamos enterándonos de
otros ángulos de sus aventuras y desdichas, producto de los desplazamientos y
la guerra donde, por ejemplo, Hendrik, el pianista que llegó de Hamburgo que si
bien es cierto no nace en este país sino que lo padece, además de sus recuerdos
de la ignominia, se interna en sus sentimientos e evocaciones, así como lo
hacen Matilde, Sofía, Augusto y el mismo Carlos Arturo que surge en las
acciones y nostalgias.
Con La última tarde del caudillo uno se
tropieza con un libro poco usual en todo sentido y nos queda, gracias a la destreza
del autor, la sensación de haber estado no solo visitando sino sintiendo lo que
se respira en cada página donde la felicidad es esquiva y la violencia el aire
natural. Lo que se palpa es la condición humana y la condición de nuestra
nación que no solo se sume sino consume a los demás en una atmósfera de desamparo
y desasosiego permanentes, gracias a la injusticia y sectarismo que todos los
bandos asumen para ir por la vida.
Comprometido
cada lector con sus razones y militancias, con sus ideologías y gustos, con su
postura de clase social en donde los unos declaran a los otros sus enemigos,
tenemos un panorama poco grato para el entendimiento y al final, lo que siempre
sucede donde los muertos y la pobreza campean como una bandera triunfante y
nadie responde ni por la vida ni por la muerte de generaciones que van
sucediéndose bajo el mismo ritmo. La lección de la historia no se aprovecha y
la lectura de esta novela, independiente de los sucesos, nos deja la lección de
una gran literatura sobre unos años indignantes.
El autor revisa el primer ejemplar enviado por su editor Cangrejo Editores |
Revista Prisma, Inglaterra
De Unimedios. Luz Stella Millán. Conversaciónhttp://www.uniminutoradio.com.co/el-colibri-invitados-jorge-eliecer-pardo-con-su-ultimo-libro-la-ultima-tarde-del-caudillo-en-compania-de-su-esposa-elsa-y-la-actriz-maria-leon-arias/
Jorge Eliécer Pardo y su esposa Elsa Castañeda |
Las 2Orillas. Reseña
De Las 2Orillas. https://www.las2orillas.co/la-ultima-tarde-de-gaitan/
Feria Internacional del libro de Bogotá, 2018 En el Stand de Cangrejo Editores |
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