Mención de honor en poesía en este concurso |
Monólogo de una tarde de lluvia, de Berta Lucía Estrada:
una sola voz para la búsqueda
Si la poesía no detiene
el tiempo, carece de sentido. Por eso, leer este poemario, dividido en dos
partes, frenó mi ímpetu de voyerista del lenguaje para pensar en mi padre. En
todos los padres del mundo, intelectuales o no.
Convoca a la reflexión. Hace el viaje por los sitios de la poeta, pero
también por los míos, o mejor, los de mi padre. El mío no jugó ajedrez pero
tuvo adversarios invisibles, como los personajes del portugués, el de El libro del desasosiego y sus ambientes
solitarios.
“… a la sombra tutelar de
Pessoa, /reía con un jaque mate /dado a algún adversario invisible…”.
Sí, tuve a mi padre en mis
brazos cuando se volvió pequeño, lo levanté, ¡Cómo es de frágil la existencia!
“… se transformó en Úrsula
Iguarán, /tan seco y diminuto /que podía esconderlo /en los cajones de la
cómoda…”.
Homenaje de viejo y sabio, como
la gran matriarca.
“ … con esa sapiencia de hombre
antiguo, /de caminante milenario … de hombre sabio…”. Mi padre también miraba
hacia el negro de la noche. Como el tuyo, como muchos, siempre unido al cosmos
y todo lo que hay en él, en el misterio y la luminosidad. Así son los padres de
la eternidad, los que jamás salen del recuerdo, porque poseen esa sabiduría de
la mirada, del tiempo y la nunca ausencia. Va creciendo, tu padre, en el poema,
vuela, lo veo, lo admiro en tu palabra.
“ … todos los caminos eran un
laberinto…”. Ahh presiento que perdió la visión, la de los ojos, pero no la del
mundo y de los seres humanos.
Ocultos en los pensamientos del
mundo tu padre, el mío “ … se escondía (n)
/detrás del aroma de una taza de café…”. Viajabas en las volutas grises.
“… era la hora /en la que mi padre /buceaba en las profundidades /de un poema azul…”. Este verso me hizo
cerrar los ojos y vi la profundidad y, al fondo de la nada, él. “… su presencia
/habita /en mi memoria…”. Las referencias van deshilvanadas, por toda la
conversación, por ese monólogo aprehendido en la lectura compacta y ondulante.
Recuerdo el poema de Borges en
las alusiones y la quietud de las piezas de un juego de ajedrez: “No saben que
la mano /señalada /del jugador gobierna su destino, /no saben que un
rigor adamantino /sujeta su albedrío y su jornada/... “.
Y el sumun de esa evocación de
Berta Lucía Estrada:
“ Envuelta en el quitón de
Eurídice
descendí al Hades
en busca de mi padre
Recorrí sus laberintos de sombras
cada una de ellas lo ocultaba
debajo de su croquis
En un grito,
-gestado
en la noche de los tiempos-
sin voz y sin ruido,
me escuché a mí misma diciendo
-Padre, te busco…
No hubo respuesta
Trato de recordar el sonido de
su voz
¡Ilusa!
Entablo un diálogo
con las sombras mudas
-resbalo en un monólogo sordo-“
“ … Poseo una sola certeza:
El silencio secuestró la voz
amada de mi padre…”.
“ … Sigo su huella,
guía que me conduce
al túmulo donde él reposa para
siempre…” .
Anoche seguía pensando en tu
padre y en el mío, en los padres del mundo. En los buenos padres de esta
efímera existencia. Antes de dormir, mirándolo en su silla, reposado, me di
cuenta de que me gustaría ser buscado por mi hija, o evocado, que me hiciera un
Monólogo bajo la lluvia. Porque también pertenezco a movimientos de las fichas
de ajedrez, viajes, libros, amaneceres, cielos estrellados y tormentas.
Jorge Eliécer Pardo
Bogotá, octubre de 2017
¡Qué hermosa reseña! profunda, emotiva, ¡cómo hurgas en lo invisible! ¡cómo logras transformar en fragancia lo que no tiene olor! Gracias por este lectura que me llega hondo, muy hondo.
Berta Lucía Estrada Estrada
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