La paciencia de vivir el arte y el
teatro
Jorge Eliécer
Pardo
Estas consideraciones parten desde una butaca y un escenario: el libro
que se tiene en las manos y el relato que nos contará peripecias durante 37 años. Cada página que el lector-espectador pasa es como el telón que se abre
para dar vida a personajes imaginarios y a los movimientos de las manos que un
demiurgo entrega a ese invisible y silencioso visitante que recorre una
historia vivida y la de un soñador invencible.
Esta función tiene que ver con un viaje, un país, un espectáculo
inacabable. En estas páginas, o mejor
escenas, o mucho mejor, reminiscencias, se halla Colombia, sus conflictos,
horizontes, rescates y añoranzas. Con seguridad, en la tras-escena de la
animación de objetos que el prestidigitador envuelve con el soplo de la vida, el
lector-espectador se siente tornillo o sombra, poeta o asesino. Al contrario
del arte de la evidencia aquí se desentraña el arte de lo profundo de los
objetos-hombres-animales-naturaleza, agua-origen y fin, en un discurso no
verbal que habita a quienes viven la experiencia de la seducción y la poesía.
El epígrafe traído de Cien años de
soledad, de Gabriel García Márquez, … las cosas tienen vida propia —pregonaba el gitano con áspero acento—,
todo es cuestión de despertarles el ánima, nos hace, en los nimbos
que nos conducen a la ensoñación, saber que todo lo que nos rodea tiene ese
hálito atrapado en sus formas y elementos.
Siempre, detrás de todo grupo existe un eje que mueve el andamiaje de los
procesos y resultados de un proyecto cultural. Un soñador que hace que la
ilusión tomé forma así se continúe en ella, como atrapado en los espejos. Es el
caso de los obstinados de Paciencia de
Guayaba con su irreductible Fabio Correa. Irrestricto seguidor del mundo y
sus partes inanimados, quizás el pionero de este género o técnica teatral o por
lo menos el más empecinado. ¿Qué es la animación de objetos? Este libro nos lo
cuenta en un lenguaje sencillo que bien parecería la continuación de esa pieza
de títeres, varillas griegas, claro oscuros llenos de vida e interés, muñecos
como los lectores-espectadores en el largo o corto trasegar de la vida.
En el escenario manual de estas páginas las máscaras caen y vemos la
callada narración de Paciencia de Guayaba.
Nos introducimos en la magia de sombras, cuentos míticos y folclóricos,
narraciones tristes de sucesos acaecidos en un país que aún ríe. De la mano, o
las manos del grupo, el lector-espectador se entera y maravilla de la memoria
de los titiriteros en Colombia, largo y duro periplo y sus hacedores. Todos,
sin omisión, con generosidad y admiración.
Las páginas nos llevan de la mano por países y enseñanzas para que el
grupo crezca en medio de aventuras sin que el ánimo y el compromiso se mengue y
su capacidad positiva sea derrotada. Muchos países, viajes a Francia, Cuba,
trashumantes artísticos en escenarios del mundo, Brasil, Alemania, Bélgica,
Checoslovaquia, Bulgaria, España. Nos cuentan las sedes de Paciencia en Colombia, en el barrio Santa Teresita entre 1980 y
1990, nido de sus afectos del Centro Nariño de Bogotá donde se inició el show.
El trotamundos Correa, proveniente de la contracultura, el hipismo, la
revolución Cubana, el Paris del 68 y los sucesos de México del 69, egresado de
Bellas Artes de la Universidad Nacional de Colombia, investigador juicioso,
académico desabrochado, erudito sin poses, responde a los postulados de Richard
Sennet en El artesano: nosotros somos guionistas, directores,
actores y constructores. En su quehacer cultural ha recorrido, en su
existencia de luchador, creador e investigador, el teatro comprometido, el
realismo socialista, las teorías maoístas y las tendencias trotskistas. No ha
abandonado su compromiso crítico de la sociedad. Personajes como El siete colores, o la vida de Efraín
González, el tristemente célebre bandido que reconstruyó el gran cronista
colombiano Pedro Claver Téllez, conocedor de la violencia bipartidista de los
años 50 y 60, dándole al montaje de Paciencia
de Guayaba un enfoque atemporal que vislumbraba el nacimiento del
paramilitarismo en la permanente guerra verde o de las esmeraldas.
El lector-espectador de este libro sabe que al director fundador no le
interesa ser el centro del foco, se nota que se esconde en la cámara oscura
para no ser protagonista, pero este lector-espectador no puede pasar
desapercibido el hecho de su trashumancia por el arte, la paciencia que ha
puesto a su trabajo durante 36 años.
Los ejes de su visión de mundo, la transversalidad de sus obras y
adaptaciones, sensibilidad, apreciación estética, comunicación y deseo.
Cumpliendo la perspectiva social del grupo y su compromiso ecológico y con el
medio ambiente como en Arte Hache Dos O,
donde logra la simbiosis, la trasparencia del agua con la poesía, el arte, la pintura,
la música, la mortalidad y la finitud. Más allá del cosmos con sus agujeros
negros, analogías de la dura realidad de la vida de los trabajos infantiles en
la laboriosidad de hacer zapatos con pieles de animales. Sus seguidores han
vivido historias provenientes de la oralidad primigenia, de las culturas
indígenas del Amazonas y de la africanidad, aquellas que dilucidan cosmogonías
de nuestra permanencia en el planeta. Discusión entre naturaleza y cultura. Narraciones
simbólicas en negruras chinescas, títeres de guante, actores, sombras y,
principalmente, animación de objetos.
Este lector-espectador formó parte de 9-4-48
en una vespertina maravilloso donde mi mundo se tornó diferente frente al
teatro. El 9 de abril de 1948, el afamado y triste asesinato de Jorge Eliécer
Gaitán en las calles de Bogotá. Montaje circular que motivó mi voz de
actor-lector-espectador, voz que suena en la páginas finales de este viaje.
Al terminar el recorrido por las textos, imágenes y testimonios de este documento
histórico de Colombia, un objeto de mi niñez apareció en uno de los cajones y
entendí cómo nacen las obras teatrales para convertirse en realidades del
mundo:
[Vi
el león de caucho que emergió de mi clóset y me llevó a mi niñez, en El Líbano,
Tolima, cuando el general dictador Gustavo Rojas Pinilla, a través de sendas, nos hizo una
navidad alegre mientras en nuestra escuela los militares se apropiaban de los
salones y las pizarras. El león del General me observa con ojos de tiempo y
recupera mi frágil infancia y revive mi dolor y zozobra en tiempos futuros al
hacerme mayor en medio del conflicto armado colombiano. Algunas veces saco mi
león y lo pongo en la mesa para mirar en él los ojos tiernos de mi madre y
hermanos].
Así
el mundo del teatro, así la historia de Paciencia de Guayaba, así la
vida y el muñeco o actor que todos llevamos al que sólo le falta el aliento de
la creatividad que dramaturgos, como Fabio Correa, entregan para que el mundo
sea mejor o menos triste.
9.4.48
Los títeres de El Bogotazo
Para conmemorar los 62 años del triste asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido el 9 de abril de 1948, en la plazoleta —pequeña ágora de cemento— me encontré con los sucesos de aquel fatídico día en una puesta en escena muy peculiar. Con el maquillaje de fondo de la casa museo de Gaitán, en el barrio Santa Teresita —calle 42 con 15— el suceso de la ciudad volvía a repetirse en cuatro mesas que ocupaban buena parte de la plaza. Escenarios abstractos que devolvían el tiempo y lo atrapaban en naturalezas muertas de época, comprimidas en el simbolismo que siempre conlleva el arte.
Se trata la Fundación Teatro de Títeres, Paciencia de Guayaba, dirigido por Fabio Correa Rubio desde 1981. Múltiples libros sobre el 9 de abril, novelas, películas, documentales, llenan la bibliografía sobre el hecho histórico pero, 9.4.48 —alusión al día, mes y año del suceso— es una atractiva propuesta desde los títeres-objetos. La obra ha sido diseñada para que el público circule alrededor de las cuatro mesas, maquetas, escenarios, locaciones, para que pueda disfrutar la labor no sólo investigativa sobre el tema sino la escogencia de los objetos que adquieren vida en los movimientos y sonidos que acompañan el desarrollo de los sucesos.
Allí, la ciudad cotidiana de mediados del siglo XX, con su dinámica, simbolizada por esferas donde ocurrirán los hechos, trasmite abulia, diálogos y pequeñas disputas con la vigilancia de los cerros. Dos actores titiriteros acompañan al espectador en el viaje por la revuelta popular, dando vida a los objetos, o reanimando el momento histórico con palabras u onomatopeyas ayudadas por el fuego, la música, la radio, las luces y los discursos.
Las manifestaciones promovidas por Gaitán en busca de la paz, o mejor en la súplica por detener la violencia armado con el silencio y las antorchas, están hermosamente simbolizadas. El espectador se mete en ese escenario diminuto donde cada elemento tiene una función social y estética. Como la abstracción y el símbolo es tragado por el conjunto de la ciudad bastará con los que pueda atrapar el espectador para entender lo que allí ocurre. Es por eso que al final, cuando todo está consumado, los asistentes se acercan y descubren una nueva lectura de la obra.
El momento mismo del 9 de abril, el asesinato y la hecatombe se encuentran en la tercera mesa-ciudad. Antecede al momento del sacrificio del líder, la música y el ambiente entre sórdido y artístico de una Bogotá conservadora. Fabio Correa recrea entonces tornillo y brochas, carritos y madera, videos y luces que atrapan la sensación de una época recobrada. Romance y sexo, banderas rojas y azules y la indefectible muerte. Difícil emparentar y mezclar sitios, voces lejanas, megáfonos, sirenas y fuego en el centro de la ciudad-mesa. Pero Correa lo logra.
Finalmente los momentos de la reflexión en la mesa cuarta, reflexión que aún no hemos terminado. Periodistas, fotógrafos, destrucción. Preguntas, gritos, panegíricos, asesinos encubiertos, construcción de la falsa memoria.
Cuando el silencio recobra las alas, el mismo silencio que ha dado la historia a los culpables de los crímenes de Estado, los asistentes también permanecen atónitos. Ha pasado más de una hora, al principio se escucharon algunas risas, luego un discreto respeto, después el desbordamiento para entender no sólo lo que hay sobre las mesas sino lo que hay detrás de esos animados objetos que nos relatan la historia de manera diferente.
Imagino a los niños pidiendo explicaciones a los mayores o profesores sobre lo que allí se narra y veo en mi imaginación, los mismos objetos animados, grapadoras, carretes, ambulancias de juguete, bombillos, tuercas y tornillos, construidas a gran escala, en un gran parque.
Plausible montaje, donde no se ve la improvisación sino el estudio, la documentación e investigación histórica y escenográfica. Busqué entre los despojos a Juan Roa Sierra, el posible asesino de Gaitán, y encontré el muñeco de madera tirado por una cuerda (seguramente la corbata desde donde lo arrastraron por la Carrera Séptima) y al final de la cuerda, el anillo con la calavera.
Gratificante encontrar una elaboración estética que nos hace vivir, desde la abstracción artística, un suceso que aún duele a los colombianos. Fabio Correa que nos recrea un suceso no para explicarlo sino para eternizarlo en la diacronía de la historia violenta de Colombia, contribuye a la construcción de la memoria. Razón tenía Kundera cuando escribió que la lucha del hombre por el poder es la misma de la memoria contra el olvido.
Jorge Eliécer Pardo
jorgeeliecerpardoescritor@gmail.com
Fotografías, Jorge E Pardo
Los videos fueron tomados en cámara fotográfica por JE Pardo
-->
Publicar un comentario