7 de junio de 2017

CRÍTICA: Irene, edición española. Prólogo.


8a edición, Pigmaleón, España, 2017

Prólogo
Jorge Eliécer Pardo es un escritor colombiano, de la generación posterior a Gabriel García Márquez. Nació en 1950, en plena guerra civil colombiana, entre militantes de los partidos tradicionales, liberal y conservador, que dejó trescientos mil muertos y varios millones de desplazados de las zonas rurales a los centros urbanos del país. Su literatura estará signada por el fenómeno social que, a través de historias de amor, identifica distintas épocas de Colombia.
Los caminos de Irene
Irene es una novela de amor y desamor. Sus personajes deambulan por el espacio límite de un edificio citadino impersonal y los laberintos de sus pasados angustiantes. Son hombres derrotados por una sociedad postmoderna y una visión temerosa de mujeres independientes, amantes, ambiciosas y soñadoras de un nuevo mundo para ellas. Una migala, araña del tamaño de un gato adulto, avanza en la vida azarosa de Octavio Sarria, el protagonista. En la cueva simbólica, distintas historias se entretejen: la conserje del edificio esperando a su amante guerrillero, el abogado solitario que camina todas las noches como un prisionero, el violinista que pulsa el arco como anunciando su existencia, el rostro de una mujer imaginada por un pintor desaparecido, la terrorista que deja sólo una sonrisa en la primera página de un diario vespertino.
Esta breve novela ha generado un importante número de notas y ensayos de críticos colombianos, europeos y de Estados Unidos, quizá más extensos que la propia novela. Ollie O. Oviedo, académico de Eastern New Mexico University y experto en surrealismo literario, la tradujo al inglés, junto con Ángela McEwan, y la divulgó en universidades norteamericanas y de Australia al considerarla obra de estudio por su nivel estructural. Según su análisis, Irene es narrativa dual, novela romántica al borde de un naturalismo social y un existencialismo artístico. Representa el tablado donde la humanidad entera nada en círculos, como pez, tratando de existir más que de vivir; personajes atrapados en la misma condición existencial que los de Hemingway en The Sun Also Rises. Muestra, por medio de elementos surrealistas, la vida de Octavio y el consciente esfuerzo de confrontación de su fragmentado ego, versus su inconsciente, resultado de la eterna lucha socioeconómica y política del personaje latinoamericano, ya sea en contra de las fuerzas represivas del gobierno o en contra de su ambiente cultural”.
Opiniones psicoanalíticas
Dos connotados médicos psicoanalistas e intelectuales del arte y la cultura encuentran en este libro la profundización simbólica de los debates contemporáneos del hombre. 
Alberto Fergusson Bermúdez conceptúa que “en cuanto terapeuta estoy acostumbrado a observar la manera como la literatura siempre anticipó múltiples hallazgos psicoanalíticos. Para Freud dicha situación fue evidente. Ahora es Pardo quien en su novela Irene nos impone un nuevo reto: conceptualizar acerca del erotismo en el acto de morir. El proceso de una novela no es responsabilidad exclusiva de su autor. El lector debe terminar de montar el escenario que el escritor presenta. Debemos terminar de armar a Irene, a Octavio, a Marta, al estudiante y a todos aquellos personajes cotidianos, solitarios, citadinos que nos describe Pardo. En mi caso por ejemplo, sin que el autor lo dijera explícitamente en su obra, decidí, no sé bien por qué, que casi todos los días de la novela eran lluviosos, grises, nublados. Decidí que Octavio es muy arrugado para su edad. Decidí que Irene al alejarse se veía muy atractiva. Decidí que la abuela se avergonzaba de mostrar toda su sabiduría. Decidí que las camas permanecían sin hacer crónicamente y que los personajes se negaban a dar el paso definitivo que separa el dormir de la vigilia. La vida de todos los personajes parecía ser un aperitivo de la muerte. La anécdota no inunda esta novela. Queda espacio para la reflexión. Se presenta un universo simbólico. La Araña simbolizando todo lo femenino, lo tierno, lo agresivo, lo erótico, lo enigmático, lo silencioso y lo hábil. El caballo, como elemento masculino. El hombre conquista con el ruido equino. La mujer conquista con el silencio de la araña. Lo brioso y lo inaudible obtiene una preciosa dinámica a lo largo de la novela. Debemos comprender que el denominado erotismo en el acto de morir se refiere al momento más dramático y extremo de un elemento erótico que en menor grado hace parte del erotismo humano en general. Podemos pensar que en cada coito se muere un poco. En ocasiones, la migala parece transformarse en la moral. Sin embargo no en cualquier moral, sino en aquella que de ser infantil es cruel, severa de máscaras para expresar el sadismo humano. Toda persona que lea esta novela encontrará la migala interior que todos llevamos”. 
El psicoanalista Rafael Mejía afirma que Irene es un texto que podría caber en la llamada Estética del Deterioro. Nieta del romanticismo suicida y posiblemente hija del existencialismo, no solamente se refiere a enmarcar antiguas ruinas, o dar brillo y realismo a una lata usada de cerveza. No sólo es una estética arqueológica. También tiene por objeto el drama humano, grupal o individual. El deterioro de las condiciones de vida, de los derechos humanos, de los asuntos políticos. La simbología es constante, la araña es un símbolo descrito macroscópicamente por Freud como la madre fálica y, microscópicamente, como el genital femenino, tibio, simétrico, abultado, oscuro y peludo, el bicho es asimilado a la conformación del genital femenino. De allí se desprenden unas largas piernas. Irene es oralidad, en psicoanálisis, primer período del desarrollo libidinal, donde comer y ser comido son los fines y las ansiedades vinculadas al placer y el prototipo de funcionamientos posteriores de la sensualidad. Los personajes navegan entre la neurosis y la muerte: el que ama muere: lo atrapan, lo encarcelan, lo devoran, lo pican, lo torturan, lo inyectan o le dan un tiro por la espalda. La cópula, ‘devoradora de machos’, tiene el mismo rango de la muerte, que va detrás de Irene ‘sigilosa y traicionera’ para sumarse al ‘abismo del orgasmo’”.
El sombrero en el sexo
La escritora y ensayista española Carmen Martín, en su artículo, Irene o El Ángelus de Millet, dice que “Irene pertenece a la categoría de obras literarias que han sido creadas desde la mente del inconsciente del autor. No es infrecuente encontrar en la literatura o en las artes plásticas, obras en las cuales el artista ejerce de portavoz involuntario del inconsciente colectivo de nuestra comunidad. Pardo, para contarnos su historia, se ha situado dentro del personaje. La atmósfera se palpa, nos envuelve y envuelve al personaje. Cumple la finalidad de provocar nuestra angustia y de ser atributo del protagonista. La atmósfera que envuelve a Octavio Sarria, como una tela de araña, es un universo desolado. […]. En El Ángelus los personajes están representados en el momento que pronto vivirán Octavio Sarria e Irene. Él, pasivo y receptivo, el hombre-hijo, espera sumiso —el sombrero en el sexo— la agresión de la Mujer-Madre, cuya postura es idéntica a la de la mantis religiosa justo en el momento en que se dispone a amar-devorar a su pareja. Al observar el cuadro, Dalí llega a la conclusión de que la cesta que se encuentra entre los protagonista de la obra, no es más que un disfraz del objeto mucho más inquietante que primitiva e intencionalmente pintó Millet: el ataúd de un niño. La novela forzosamente había de titularse Irene. Irene es el todo, el punto de partida y el final del mundo de Octavio. Irene es el supremo poder. Es lo temido y lo deseado. Es la Gran Madre, factor que rige la mente, el universo de Octavio. Irene es el definitivo encuentro con el supremo acto del amor y la muerte. […]. El autor ha conseguido construir una novela densa y compleja, surreal y simbólica, conjugando hábil y profundamente el mundo del consciente y del inconsciente. La obra es un esqueleto que el escritor ha creado para que el lector acabe dando forma. Es, en suma, una obra abierta a múltiples lecturas que ponen de manifiesto las excelentes dotes narrativas de Jorge Eliécer Pardo”.
Telaraña de frustración
La académica mexicana Mary Fanelli Ayala, en su estudio comparativo entre Jorge Eliécer Pardo y la novelista uruguaya Cristina Peri Rossi, Irene y La nave de los locos, afirma que “representan paralelos técnicos y estilísticos en su desarrollo del tema de la búsqueda de identidad en la América Latina contemporánea. Ambas obras construyen una telaraña de frustración la cual dramatiza la indagación de la identidad en la sociedad moderna. Utilizan una estructura fragmentada y a veces surreal que complementa la complejidad del dilema de sus protagonistas. Ambos autores crean novelas ricas en uso de la intertextualidad, técnica extraordinariamente apropiada para desarrollar un enfoque que se diferencia de los modelos del cuerpo más tradicional de la literatura latinoamericana. Pardo y Peri Rossi cuestionan los mitos clásicos y contemporáneos, esos textos extra-literarios que han definido el mundo de los personajes, al igual que el de la sociedad. […]. La importancia primordial de las mujeres en la novela Irene representa un paso significativo hacia la desmarginalización de la mujer en la literatura latinoamericana y denota un nuevo enfoque en la narrativa contemporánea sobre el personaje femenino fuerte y central. La novela de Pardo refleja un esfuerzo significante para borrar las fronteras de género que se han aceptado, por tanto tiempo, como normas literarias. De hecho, aunque el protagonista de esta novela sea masculino, todos los demás personajes importantes son mujeres. No es Octavio Sarria quien logra sus metas en esta obra, sino las mujeres que lo rodean”. (Readerly/Writerly Text).
Relato descomunal de la soledad del hombre contemporáneo
La crítica literaria Berta Lucía Estrada Estrada, en reciente lectura (2017) afirma: “Irene, que bien podría titularse La Migala, como el cuento de Juan José Arreola, es una breve sinfonía, perfecta como el mecanismo de un reloj o como una operación matemática; y por ello mismo compleja y enigmática. […]. En La Migala de Juan José Arreola leemos: la migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye. Es la frase que abre el minicuento, en ella está el logos, casi que se podría decir que el resto de la narración sobra, que es una explicación no pedida; lo mismo se podría decir de la nouvelle Irene de Pardo: Octavio Sarria jamás arrancó de su existencia la oscura guarida de un sueño viscoso. […]. Las migalas de Juan José Arreola y de Jorge Eliécer Pardo representan la pesadilla en la que viven sus personajes a partir del momento en que encuentran en su camino al enorme arácnido. Arreola nos describe muy bien el ambiente de delirio que va a apoderarse de su personaje: comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar… […]. La Migala e Irene constituyen el relato descomunal de la soledad del hombre contemporáneo; el mismo que habita en grandes urbes y edificios de apartamentos donde diariamente se cruza con los vecinos, pero a duras penas conoce sus nombres o lo que hacen o han hecho. Es la soledad atávica, la que pesa más que la muerte misma. Sus protagonistas son seres derrotados por la vida, pesimistas, escépticos, nihilistas, y sobre todo son conscientes que no hay redención alguna. […]. Y mientras el personaje de Arreola piensa (me) he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada, Sarria sabe que la soledad lo acorraló y que el terror lo cubría como una tela de araña tan fuerte que inmovilizado aguardaba el zarpazo por la espalda. […]. La muerte de Sarria me hace pensar ineludiblemente en la película japonesa de Nagisa Oshima, El imperio de los sentidos (1976). […]. Kichizo Ishida, interpretado por el actor Tatsuya Fuji, leyó en algún libro que el orgasmo perfecto ocurría en el momento preciso que la amante anudaba un lazo en la garganta de su pareja hasta procurarle la muerte. […]. La leyenda cuenta que tres días después encontraron a Sada Abe errando por las calles de Tokio y aún llevaba el pene de Ishida dentro de su cuerpo. Podría decirse que Sada Abe se convirtió así en una mantis religiosa, luego de la cópula terminó por devorar a su pareja masculina. Como siempre la realidad supera la ficción”.
El autor
Su primera novela, El jardín de las Weismann (1979, 12 ediciones) relata la aventura de una saga de alemanas que llegan a la zona del café y se ven atrapadas por el erotismo, la violencia y la muerte. El crítico de Toulouse, Jacques Gilard, traductor de algunas obras de Gabriel García Márquez, la vertió al francés (Le jardín des Weismann, 1996) y la comparó con Intolerancia de Griffith. Esta ópera prima fue adaptada como serie en la televisión colombiana bajo el nombre La estrella de las Baum. De ella se ha dicho: “Es El jardín de las Weismann, bello, tenso y angustiado poema sinfónico. Si no me engaño, como diría Borges, esta novela se debe catalogar entre las mejores de la segunda mitad del siglo pasado en Colombia”, (Peña Gutiérrez, Isaías, Universidad Central); “El Jardín de las Weismann, texto en la cátedra Literatura Hispanoamericana de Universidad de La Sorbona, es una pequeña joya de la literatura latinoamericana”, (De León, Olver Gilberto, profesor y crítico uruguayo); “Siempre he sostenido que El Jardín de las Weismann, es una de las mejores novelas en el muy triste panorama de la novela de la Violencia. La he visto como un objeto tan finamente construido como un reloj suizo. Incluso, si dirigiera algún día un taller para escritores jóvenes, elegiría dos textos obligatorios como lectura, El Coronel no tiene quien le escriba, de Gabriel García Márquez y El Jardín de las Weismann, de Jorge Eliécer Pardo”, (Williams, Raymond, Universidad de Cornell). “El Jardín de las Weismann obra clásica contemporánea de la narrativa nacional”, (Díaz-Granados, José Luis, poeta y crítico colombiano).
De su tercera novela, Seis hombres una mujer (1992, 3 ediciones, Mondadori, Caza de Libros, Pijao) dice el académico William Geovany Rodríguez Gutiérrez que “Jerónimo Santos, personaje de la narrativa colombiana, es sin duda uno de los más conflictivos en el plano psicológico, así como lo han sido en la narrativa universal, Los hermanos Karamazov, que estructura en su narrativa Fiódor Mijáilovich Dostoievski y, La muerte de Iván Illich, de León Tolstoi”, (Universidad del Tolima).
El Quinteto de la frágil memoria, es su más reciente proyecto narrativo, compuesto por las novelas, El pianista que llegó de Hamburgo, La baronesa del circo Atayde, Trashumantes de la guerra perdida y dos libros inéditos: La última tarde del caudillo y Maritza, la fugitiva. Un ambicioso fresco de sagas y sucesos históricos que se ocupa de más de cien años de la Historia de Colombia; una Comedia Humana que, al decir del escritor, le tomó quince años de investigación y escritura.
Eugenia Muñoz, crítica de Virginia Commonwealth University, ha dicho sobre El pianista que llegó de Hamburgo (2012, 4 ediciones, Cangrejo Editores, Pijao) que “Pardo ha creado su obra maestra. Es un trabajo de gran envergadura que contiene diversidad de temáticas novelescas, técnicas y estructuras literarias desarrolladas paralelamente entre la no ficción y la ficción”. La poeta y critica literaria Luz Mary Giraldo (Universidad Nacional de Colombia), escribe que “como en tantos autores contemporáneos, en esta novela de Jorge Eliécer Pardo, el arte es la única salida: en este caso la música que, contrario al amor y su muerte, acompaña. Es arte supremo, verdadera iniciación, fortaleza, redención, religión, es decir, en sentido estricto, religare, unión profunda, vibración del oído al corazón”.
Sobre La baronesa del circo Atayde (2015, Cangrejo Editores), la investigadora literaria Cecilia Caicedo Jurado la calificó como “un delicioso fresco de la historia, reconstruida con profundidad y concatenación”.
Luis Carlos Muñoz Sarmiento, escritor, crítico y docente colombiano, afirmó que Trashumantes de la guerra perdida (2016, 2 ediciones, Pijao-Caza de Libros, Cangrejo Editores) “relata la guerra desde la gente del común, no desde las élites del poder, y desde diversos ángulos; hace interesantes los sucesos pequeños, como pensaba Schopenhauer que debía ser la gran literatura; resalta, descubre o devela una nueva narrativa histórica mezclando lo particular con lo general y haciendo patente lo que sucede dentro y fuera de los personajes; pone sobre el tapete la discusión de si ha muerto la novela o no, de si esto es periodismo y aquello literatura o al revés; es una obra sobre la vida misma, sobre cómo se cruzan la experiencia y la realidad objetiva, la subjetividad y los hechos desnudos, la mayoría de las veces determinados por esos seres informes y voraces que son los poderosos, los políticos…”.
Pardo también es reconocido como cuentista, su estilo poético, sarcástico, político y surrealista, no traicionan su visión de mundo donde el hombre de hoy lucha por comprender, reflexionar su presencia en el mundo.
Entre los libros de narraciones cortas se destaca Los velos de la memoria, una colección de relatos sobre el conflicto armado en Colombia, con seis ediciones, una en francés, Les voiles de la mémoire (Éditions Folle Avione, 2016, traducida por Jean-Pierre Dezaire y prologada por el filósofo social Jean-Jacques Kourliandsky). 
Esta nueva edición de Irene abre a los españoles la posibilidad de encontrar un novelista de nuestro tiempo. Al terminar la aventura, ningún lector dejará de reflexionar sobre el mundo y sus conflictos existenciales donde cada uno interactúa inefablemente.

Los editores






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