Lecturas compartidas
Ricardo Torres y sus días
perdidos
Leo los poemas de Ricardo Torres |
Algunos tienen pinta de
poetas, otros la tienen y lo son. Es el caso de Ricardo Torres, escritor
silencioso que acaba de publicar su primer libro, “Los días perdidos”, “prosas
poéticas” subtítulo, a mi parecer, redundante. Torres es de Ibagué, del 73. Lo
leí dos veces, en la antesala de Avianca, en aplazamientos que duraron un día
completo. Agradezco de entrada el acompañamiento. Más grato repetir poesía que
improperios. No lo leí con rabia ante la agonía de esos espacios repletos de
gente ofuscada, campos de batalla y lágrimas. Claro, me miraban como bicho
raro, clavado en el interior de la portada con paisaje ibaguereño, calle de
árboles y un extraño personaje caminando hacia el fondo.
El poeta, en su dedicatoria
personal, entre otras cosas, me dice: “… estas palabras viajan a sus manos con
el deseo de que no naufraguen en el camino”. En la segunda lectura empecé a
hacer notas en las inmaculadas páginas en blanco. Me di cuenta que los textos
navegaban en mi agudo criterio para con la poesía. Comparto algunas de las
apreciaciones que dejé plasmadas en el envés de los poemas.
Retoma el ritmo de una
imagen, historia, remembranza, recuperando la narrativa que tanto elude la
“poesía” de hoy. (…) Naturaleza, pájaros y desolación, transitan en estos
poemas que parecen congelados en un lenguaje sugerido. (…) Sentimientos
reposados en claroscuros imposibles, cuartos y casas deshabitadas. Cotidianidad
que la palabra devela en el justo momento de la evocación, de la figura no leída
o vuelta a leer en poemas y canciones impredecibles. Puertas, pasadizos que el
lector transita sin tocar la madera, canto de aves, siempre sedientas.
Cigarros muertos con picos de
alquitrán y ceniza, el humo ha partido ya y el poema sigue encendido.
Los árboles crecen como los laberintos
de Ricardo, en el llamado lastimero, existencial, del poeta. No está tirado en
la hierba como Whitman sino en las ramas, como Calvino. Los árboles —dicen—
mueren de pie, los de R. Torres, viejos, agobiados, siguen ahí, sin futuro.
Nos queda el saber de un
lenguaje que denota, un pájaro que emigró, un amor que no fue, un paisaje de
calles sin Borges ni Poe, una canción en el fondo del bar, sin Pessoa, quizá un
saxo, atrás, escondido, Julio, el Cronopio Mayor. Poesía de lo urbano sin el
advenedizo Mario B, con el palpitar de Costantino.
Cadáveres asordinados,
lenguas envenenadas para la palabra no dicha. Transeúntes que evocan a
Juanmanuel R., en las cartas a buzones del viento.
Poesía hermosamente
derrotada. Días perdidos, lienzos despedazados en las figuras abstractas de
amantes que se diluyeron en los manchones de las paredes.
Poesía para los solitarios.
Poesía que sigue navegando sobre turbulencias.
Jorge Eliécer Pardo. 2017
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