Tras las
huellas
Cecilia
Caicedo Jurado
Cecilia Caicedo J. |
La baronesa del Circo Atayde, es la segunda novela que desarrolla Jorge Eliécer Pardo en un ambicioso proyecto, construido como saga y titulado “El quinteto de la frágil memoria”. La obra que abre esta saga la publicó con el título de “El pianista que llegó de Hamburgo”, que en orden al desarrollo de la argumentatividad realmente es la segunda. Lo cual estaría significando que al autor no le interesa la lógica del asunto sino la lectura fragmentada de su mundo narrativo y que será el lector del quinteto el encargado de restituir el sentido de la historia, si es que la historia tuviese algún sentido, especialmente si lo que está de por medio es el recuerdo, que nos asiste no de manera lineal, sino abriendo puertas escondidas.
La
baronesa
que es la novela que nos ocupa se abre a partir de la página 27 con la imagen
de una niña, que “…no tenía seguridad si María Rebeca fue siempre su
nominativo, pero ese era el nombre con el que representaba su “número”, esto es
su actuación en el circo mexicano Atayde, que le obligaba a viajar cada vez que
emergía de la caja o se colgaba de la cabellera en actos circenses estelares.
Caja y aquí comienza el
sentido de esta novela que nos permite titular esta nota: Tras las huellas. La caja en efecto funciona como la de Pandora,
podíamos también asumirla como la linterna de Diógenes que ilumina la diégesis
narrativa. ¿Que hay y que descubre el narrador en la caja de Pandora? Al entrar
en su lectura quien se entrega a leer esta deliciosa novela de Pardo encuentra
los múltiples pisos que la componen:
1.- El hilo conductor es
la vida de Rebeca, con sus amores, desamores, rebeldía explícita y puesta en
escena de una teoría de género para leer lo femenino que ilustra muy bien los
orígenes remotos y olvidados de lo que hicieron algunas muy pocas mujeres
colombianas en el siglo pasado. Con Rebeca el tiempo parece no existir a fuerza
de existir desde muy duros y agobiantes niveles de significación.
2.- La lectura íntima de
Rebeca se convierte en pretexto para ir tras las huellas de otra historia, la
de los orígenes de la violencia política colombiana. El recuerdo convertido en
palabras pronunciadas por un hombre viejo, militante de la naciente izquierda,
comunista, oficialmente matriculado en el liberalismo que se expresaba en
acciones de rebeldía y en propuestas políticas para transformar la geografía
ideológica de entonces, pero también masón y ateo, como igual era solidario y
comprometido con la causa de los artesanos, porque esa era su profesión la que
hereda y recibe con orgullo su hijo Carlos Arturo Aguirre, el narrador principal
de la novela.
Son dos pisos
argumentativos tejidos de tal manera que los dos son uno. Unidad que se utiliza
para reinscribir la historia política de Colombia. En Pardo el tema no es
nuevo, por el contrario es un imperativo categórico que circula por la obra de
este escritor que en el año 2013 recibió el premio nacional de literatura
otorgado por los lectores de la revista Libros y Letras. Y no es actitud nueva
porque las expresiones de violencia política y social a lo largo de su obra han
sido escritas desde diferentes focalizaciones discursivas, pero siempre con esa
lupa que permite la utilización de la metáfora aguda para impedir que el olvido
se instale en la conciencia lectora. El mejor ejemplo de ello está en Los velos de la memoria.
Rebeca, la baronesa que
es simbiosis de ángel y demonio, que no se expresan como dualidad porque las
dos fuerzas aladas son unión, síntesis, y camino de expresión.
“Niña que habría nacido
en una playa y la bautizarían con agua salobre” (Pardo: 28).
La carpa del circo como
cueva, la caja en la que la introducen para sus números acrobáticos como útero,
las cuerdas que la impulsan a los vuelos como frágiles alas de mariposa, sólo
suspendida de su larga cabellera. Y en esa vida que es la ilusión vendida a los
compradores de emociones, la niña en principio, la adolescente y finalmente la
mujer, construye su vida pero también construye su sentido de independencia, de
libertad, de buscadora de caminos, de nuevas expresiones para asumir su vida.
La vida de esa niña no
podía ser más dolorosa, bastándose a sí misma sin tener más refugio que la caja
del circo en la que nace con cada acto de acrobacia ejecutado le brinda armas
nuevas para enfrentar su propio mundo. El cómo lo afronta es tan complejo como
las posibilidades que le ofrece el mundo exterior. Leyendo a esa mujer que
finalmente resuelve en la rebeldía la tradicional compostura a la que se debían
las mujeres de su tiempo posibilita el recuerdo de otras mujeres que en el
escenario político habían por fuerza conquistado los espacios de la palabra y
del accionar social. Por las calles de lo que entonces debieron ser escenarios
pueblerinos, recordamos la palabra fuerte y vigorosa de María Cano, para no
citar sino un ejemplo superior. En Cano la voz de la protesta social encarnó
una de las primeras puestas en escena de la mujer política en defensa de los
pobres y los oprimidos. Las calles de una Pereira que emergía apenas en el
escenario o las de Antioquia toda, en compañía de hombres aguerridos y
militantes que respondían a la iluminación de los nacientes partidos de
izquierda, posibilitaron lo que con el tiempo serían actos de independencia
femenina, voces y escenario donde con muchas dificultades fue apareciendo un
tipo de mujer que rompe ataduras, que no principios, con la educación
sentimental tradicional y especialmente con la negación impuesta sobre el
accionar político.
Si bien el personaje de
la creación de Pardo está ubicado en tiempos anteriores a lo señalado ella, la
baronesa, de lo que da cuenta es de la lucha que libra por construir la
independencia de la mujer desde la construcción de una nueva voz. Ella lo
muestra desde la primera conquista, que es la de ser dueña de su cuerpo, su
sexualidad y de sus actos. Bella metáfora es la propuesta ideada por Jorge
Eliécer, cuando su amante, que será además su verdadero amor, su encuentro con
el vital femenino, el padre de sus dos hijas, también mujeres que admiran
y quieren a su madre, aunque la nota dominante no es la de la madre entregada
sino ausente. La metáfora alude al arte; Carlos Arturo Aguirre que será el
compañero sentimental, con todo el rigor de lo que significa la frase anterior,
es tallador y el oficio lo había heredado de su padre Saúl Aguirre, artesano
que no sólo le hereda el oficio sino la militancia en todas las órdenes
posibles que iban en contravía de lo establecido durante el siglo XIX y los
inicios del XX.
El tallador ante la ausencia
de la amada compromete su arte para acariciar la madera, con ella talla su
cara, sin ojos, solo su óvalo perfecto, su cabello y de ahí lentamente irá
trabajando el cuerpo de Rebeca, sus senos imaginados, el talle, los firmes
muslos. Incisiones que son recuerdos, es la caricia inacabada, porque el
intangible recuerdo, el sentido de lo no concluido, la certeza de lo nunca
poseído, se vuelven en la metáfora del tallador de emociones la única certeza.
Por eso tallar es la metáfora de la palabra que crea y revela, que esconde y
expone al mismo tiempo, igual que el oficio del escritor en lo que Pardo
expresa su arte poética.
Desde esta perspectiva
la actitud de María Rebeca recuerda al significativo personaje creado en la
novela La tejedora de coronas, en donde
para conquistar el mundo, Genoveva Alcocer conquista primero su cuerpo del cual
ella será su única dueña; Germán Espinosa, construye en ella a una mujer lúcida
y subyugante, también es liberal, escéptica y masona como es el espíritu de la
novela de Jorge Pardo, a través de un lenguaje magnífico.
A ese grupo corresponde
Rebeca, a la que le viene bien el título de baronesa del circo, con las
connotaciones y quiebres que encierra esa manera de ser nombrada, que en tono
juguetón se desprende de la impronta de las noblezas de otro cuño y otros
horizontes. El carácter lúdico con que es titulada la novela, y la mujer que
encarna el centro argumentativo, es significativo en la medida en que la
extrapolación de lo nobiliario en referencia a la cultura popular del circo
tiene que ver con la nueva novela latinoamericana, que prestigia no lo heredado
sino lo transformado en el ideario popular.
Rebeca se revela contra
el statu quo y no por dable en sí mismo sino por la apremiante necesidad de
autoconstruirse. Cuando parece haber aceptado el amor, la presencia del
conyugue y el cuidado de sus hijas, ella alza el vuelo, como en la vieja caja
de Pandora del circo, ella vuelve a la aventura, esta vez dolorosa, en tanto su
presencia ha estado ahí, contemplando a sus hijas desde lejos. Nueva manera de
ver el recuerdo, que será vuelto palabra en la memoria del marido agonizante.
El segundo plano no está
desligado del primero. La historia de vida y de rebeldía de esa niña ángel o
demonio, como es vista por el narrador, sirve bien al piso narrativo previsto
desde otro cofre, otro hilo que sale de la caja de Pandora. La novela parte del
asesinato de Russi, el abogado de los pobres como era conocido. Notable
profesional que vivió en la Santafé de Bogotá, un poblado grande que giraba
alrededor de la Candelaria, centro de los acontecimientos también de esta
novela.
El misterio de las vidas
humanas insta a la comprensión de lo que somos, como amamos, como vivimos, cual
es nuestra participación o no en el acaecer político. Eso explica la relación
entre un argumento amoroso de conquista y pérdida con la vida pública de
algunos de los personajes implicados en la historia de vida que se cuenta. Uno
de los objetos conseguidos por Pardo consiste en explorar nuestro lado más
interesante, ese que es íntimo y es agónico conectado con el plano de
participación social.
De otra parte a Jorge
Eliécer y de eso da cuenta especialmente en Los
velos de la memoria le interesa escribir la historia de Colombia, la real, la
que identifica la construcción de democracia, en tanto que para la existencia
de una democracia actuante la historia debe ser contada desde distintos
ángulos, focalizaciones divergentes, y es ahí en ese diálogo en donde se van
negociando las distintas visiones de mundo. Lo que no ocurre en los regímenes
totalitaristas donde no es posible plantear siquiera la discusión. Tampoco en
la literatura. El fuerte envión de novelas de autores colombianos interesados
en reescribir la historia colombiana, la del accionar político tiende en la
mayoría de las obras publicadas a reescribir los íconos establecidos, porque no
es posible recitar una sola posibilidad de registro histórico. El gran cuadro
de nuestra historia, con la reiteración de magnicidios, como el de Uribe Uribe
o el de Gaitán, que son parte de la argumentatividad de La baronesa del circo Atayde, o de crímenes que atropellaron la
dignidad de grandes sectores de opinión como el de Raymundo Russi, con el que
se inicia la novela de Pardo, y la reiteración de los mismos en figuras tan
notables de la historia colombiana como el de Alvaro Gómez, Luis Carlos Galán o
los candidatos presidenciables de la UP, posibilitan el proceso de ser mirados
y aprendidos desde ópticas distintas.
El centro de la
Candelaria se convierte en varias novelas, también en la de Pardo, en una
ventana hacia la historia de Colombia, que se reinstala en las narraciones para
que la historia no se fosilice.
La relación entre las
dos grandes historias del relato de Pardo: plano íntimo y social, se
constituyen en un fresco de la Colombia de las primeras décadas del siglo XX, y
la focalización de la novela es desde los derrotados, los artesanos, masones y
gentes de espíritu liberal.
El primer crimen narrado
es el de Russi y el tema de la trapisonda montada es de tal seducción que fue
igualmente argumento manejado por Germán Espinosa en una novela que es anterior
a la de Pardo. Lo señalable es la relación a un suceso que marca buena parte de
la historia de derrotas y fracasos de los sentidos, en este caso los artesanos
que están presentados en toda su fuerza de rebeldía, finalmente ahogadas sus
protestas por el establecimiento de entonces.
En cuanto al manejo
narrativo en La baronesa del circo Atayde
lo primero a resaltar es la muy buena investigación histórica. El lector desde
ella puede asumir una visión de los hechos nacionales y de la construcción
difícil de la civilidad en Colombia. Fundamentalmente esta novela es un
delicioso fresco de la historia, reconstruida con profundidad y concatenación.
En segundo lugar es
resaltable el manejo de la narración, con frases construidas en relación con el
paneo de cámaras, que son múltiples focalizadores para lograr a su turno el
fresco histórico, mediado por un narrador que recuerda desde los prolegómenos
de la muerte de Arturo la historia personal y la de una ciudad que no pasaba de
los 100.000 habitantes. La metáfora del Ícaro herido, con la que se consolida
el recuerdo retrospectivo del circo y la fiesta del vuelo y el trapecio
finalmente conduce hacia una nueva relación: cofre-circo-silencio. Esto
significa que ir tras las huellas de la caja de Pandora, es camino necesario
para recordar con nostalgia pero con necesidad de construir futuro tanto en el
escenario privado como en el público.
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