25 de marzo de 2012

INVITADO: La muerte de Antonio Tabucchi por Carlos Orlando Pardo




Por: Carlos Orlando Pardo

Antonio Tabucchi

Cada vez que muere un escritor y más aún de la generación a la que uno pertenece, un profundo sentimiento de tristeza nos arropa y con mayor ahínco cuando sus libros han acompañado parte de nuestras vidas.  Es lo que acaba de ocurrirme hoy domingo 25 de marzo al repasar cosas aprendidas y conocer otras que ignoraba. Tenía deseos de entrevistarlo en Lisboa adonde pienso ir en próximos meses y tanto él, como Saramago que estaban en mi lista de placeres por Portugal,  se quedaron perdidos entre las tareas que no cumpliré. No tenía idea de que se hallaba enfermo ni que fuera a leer la noticia con el conocido “tras una larga enfermedad” acompañándolo en sus 68 años. No me importó tanto que encarnara a uno de los mayores autores italianos contemporáneos sino que sus libros me gustaban y me divertían, me enseñaban y los aguardaba siempre con expectativa. Supe de él a través de amigos que me recomendaron Sostiene Pereira y El tiempo envejece de prisa y terminó siendo motivo de largas y apasionantes conversaciones con mis colegas escritores.  Era un escritor famoso cuyos libros se traducían pronto y sus traducciones y ensayos, particularmente los que pusieron a circular de nuevo a Pessoa, despertaron mi pasión, dejándome, como ocurre cuando las novelas son vertidas al cine, un sabor de frustrado ejercicio porque nunca lograron ocupar la dimensión de sus páginas, así la historia fuera identificable, así ganaran premios en festivales o tuvieran a figuras legendarias como Marcello Mastronianni en sus papeles protagónicos. Su éxito internacional merecido, sus columnas en El País de España que siempre leí, su crítica a gobiernos de su tierra como la ejercida contra Silvio Berlusconi, permitían olfatear el papel crítico de los intelectuales frente al establecimiento, no tanto como afirmaba la derecha al estilo de un resentido porque no era más que un mimado en su condición de hijo único de un vendedor de caballos,  sino porque algo deben decir del pensamiento crítico los lambones de turno y de derecha. Por fortuna y acorde con las exigencias de la época, ya no se trataba de ser un espontáneo de la pluma  sino de un profesional formado en la academia, estudioso de la filología y la literatura, conocedor del lenguaje y de la vida. El mejor homenaje que podemos rendirle es leerlo de nuevo e invitar a que quienes no lo conozcan ingresen a un paseo apasionante por sus páginas.

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