La reencontrada carroza de la novela histórica
Por Jorge Eliécer Pardo
El gran reto
de un escritor comprometido con su tiempo —no con ideologías, mucho menos con
partidos políticos— es lograr combinar las falsas realidades históricas con las
falsas realidades de la ficción. Para llegar a las primeras el novelista debe
investigar a fondo y deglutir toda esa información con el desafío de que al
final no sea la que devore el libro. Ése el gran reto, la gran apuesta. Hay que
correr el riesgo y pasar la cuerda floja que siempre el lector quiere cortar.
Una vez al otro lado gana la novela, la historia y la ficción.
Las
combinaciones, novela con telón histórico y niveles poéticos, existenciales y a
veces eróticos, dan al texto un hálito íntimo que convive con el documento o la
referencia sobre personajes de la historia. El texto histórico muchas veces
ahoga, pesa, impone un ritmo y pliega al autor a las verdades de lo investigado, por ello la tercera persona del
narrador es el mejor escondite para referir episodios o testimonios de la
historia patria.
Hay una
tendencia en América Latina (un joven narrador argentino acaba de ganar el
premio Alfaguara con un libro sobre la Junta Militar) a reconstruir la memoria
desde la palabra de la novela. En Colombia, muchos autores cuentan, por
ejemplo, la guerra del narcotráfico desde la epidermis de los acontecimientos
brutales pero de manera aséptica frente a lo que el suceso significa dentro de
la sociedad. Tocar la mafia de la
narcopolítica es un reto que pocos se atreven a asumir y que, a las editoriales
poco les importa publicar. Si la literatura contribuye al silencio, al borrón y
cuenta nueva, al perdón y olvido, los pueblos están condenados a repetir los dolores
de la sociedad. Aún nos deben las novelas sobre las generaciones de jóvenes
que, tras una ilusión, una utopía, perdieron sus vidas en la añoranza de una
patria mejor desde la lucha armada revolucionaria, no de las delaciones y
estigmatizaciones sino desde la comprensión y lo que significó en cada uno de
sus momentos. La historia y la novela nos deben la verdad sobre el poder y la
guerra, el poder de distintas épocas. Por eso la novela La carroza de Bolívar es valiente y cuestionadora, porque plantea la
deshumanización de la guerra, el irrespeto por los derechos humanos en todos
los tiempos. Poder y muerte donde los traicionados y asesinados siempre son los
anónimos.
La novela de Rosero
Los tiempos
de crisis, los tiempos de la muerte y la guerra, los acontecimientos reescritos
y vueltos a escribir, forman parte de la nueva lectura de los sucesos que
contribuyen a esclarecer lo que han silenciado, negado o maquillado. El Bolívar
de Rosero está referido a través de la historia documentada y oral de los
pueblos del sur donde el lector advierte la intolerancia, el poder y las
utopías.
Los grupos
armados, minúsculos y utópicos de las guerrillas de la década de los sesenta
están presentes, ironizados unas veces, en serio otras, pero demostrando que
las contradicciones de nuestra sociedad colombiana no parten desde hace
cincuenta años sino que vienen desde los odios que generaron hasta nuestros
libertadores.
Con un
lenguaje casi coloquial, cargado de sarcasmo, de erotismo y de conocimiento de
los sentimientos de los personajes, todos ellos delineados y multifacéticos, con
prosa inteligente y sagaz, con humor y justeza, nos permite transitar el libro
con rabia unas veces, con risa otras.
La
disyuntiva entre el texto narrativo y el histórico hace que el escritor se
juegue el albur de un lector ávido de conocimiento de otras aristas de nuestra
historia, o ese otro que busca sólo el divertimento en la anécdota y el goce
estilístico. Existe de igual forma el debate con los jóvenes alumnos, jóvenes
estudiantes, jóvenes lectores que en muchos casos no quieren saber nada
diferente a lo que han aprendido en las aulas de clase, de los profesores que
repetieron siempre la misma historia de héroes, de buenos y malos. Los desmanes
de Bolívar como las incursiones de los jóvenes guerrilleros, abren interrogaciones
en el libro, de esa manera el autor se aleja
de lo absoluto, solamente plantea y muestra la estupidez humana.
Esperamos a
los defensores de El Libertador que, como en el caso de El General en su laberinto, de García Márquez, salieron a debatir.
Si el silencio gana, ganará también el lado oscuro de Bolívar, lo que consigna
el novelista para interrogar al héroe impenetrable como su estatua de bronce.
La novela gana en la historia regional con sus poderes locales, sus traiciones,
obispos, profesores, artesanos, putas y guerrilleros caricaturizados. La novela
gana en el tono y el lenguaje, tan colombiano, tan pastuso, a pesar de ser
editada en España y México.Oí en una
entrevista a Rosero decir que no volverá a escribir novelas con historia patria,
lo dijo con tono lastimero. Luego de Los
ejércitos (premio de novela Tusquets, 2006) es inevitable volver a
enfrentar la triste realidad que le ha tocado vivir y escribir.
El Nogal
Marzo 29 de
20012
Evelio y Jorge E Pardo, Bogotá, 1984 |
Pedro Badrán, Evelio Rosero, Fernando Ayala y Jorge E Pardo, 2010. Foto de Triunfo Arciniégas |
Las novelas "Los ejércitos" y "La carroza de Bolívar" han obtenido una merecida fortuna en su decurso público, así que es factible ahora resaltar brevemente algunos aspectos que como lector hallo significativos:1-Ambas conforman los pretextos de que se vale el escritor en aras de emplazar la vida y obras de dos personajes similares: el profesor en la primera y el médico en la segunda. Los ejércitos, entonces, son fantasmales y predestinados a una función ancilar en las vivencias y reflexiones del profesor. Otro tanto acontece con la desmitificación de Bolívar, pese a los registros documentados de Señudo.2-Ambos textos enaltecen lo local, quizá por aquel principio según el cual para alcanzar lo universal es preciso ahondar en lo particular.
En verdad la desmitificación de Bolívar será siempre un cometido de la lucidez acerca de la frustrada búsqueda de independencia de los países que como Colombia tan solo han cambiado de amos en su accidentada y quasi alucinada historia.
Evelio Rosero, como corresponde a todo narrador, ha asumido retos que ponen a prueba las virtudes de su prosa y el dominio del oficio, con el acierto tangible de hacer prevalecer la ficción sobre la crónica o la historia.
Francisco Sánchez Jiménez
No creo que estas dos excelentes novelas hayan obtenido la fortuna que se merecen. Evelio Rosero es un escritor casi desconocido, su prosa es limpia, con un lenguaje fluido, sencillo y humor satírico. Critica pero no juzga. Nos narra hechos con los que nos podemos identificar, no sólo los colombianos, sino cualquier ciudadano del mundo porque a pesar de usar un lenguaje coloquial sus personajes son los mismos en otros lados. Este escritor tendría que figurar entre los mejores de Colombia, al lado de Tomás González, Juan Gabriel Vásquez y otros.
No voy a hacer un comentario sobre La Carroza de Bolívar porque ya JEPardo lo ha hecho muy bien y además tendría que volver a leer las dos novelas mencionadas para recordar detalles.
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