29 de febrero de 2020

Maquiamelo Mundos reducidos, discursos ampliados


Por Jorge Eliécer Pardo
Maquiamelo, Jorge Eliécer Pardo y Álvaro Medina
Alucinante es la palabra adecuada para enfrentar el universo de Maquiamelo, un artista que nos confronta con mundos de doble cara, moldeadas desde lo grotesco unas veces, desde lo tierno otras. Lo esperpéntico en lo político, lo dulce en las divas que han poblado nuestras vidas, que aún nos invaden en sueños imposibles. El Doppelgänger[1] de los alemanes, las máscaras del teatro griego, el doble plano de la moneda, el rostro de Saturno devorando a su hijo en el instante tétrico que nos dejó Francisco de Goya. Cabezas y mundos reducidos para un discurso extenso como la sensación que queda cuando es posible otra explicación.

Las ironías de las piezas se parecen al artista, él parece una de ellas, agrandado al tamaño natural pero con la misma sorna que pone a esos personajes significativos del siglo XX y XXI.
El curador e historiador de arte Álvaro Medina (a mi parecer el mejor de Colombia, léase Procesos del arte en Colombia, con dos ediciones) nos entrega una amplia reflexión sobre el reducidor de cabezas en su libro: El arte extremo de Maquiamelo, una bella edición bilingüe donde hace un recorrido por la incidencia del artista en el contexto de la plástica contemporánea. Nos explica el porqué de este extraño desentrañador de mundos; nos dice que Maquiamelo conoció, a orillas del río Pastaza, los Shuars, comunidad indígena del Ecuador donde compartió con los indios Jíbaros, verdaderos reducidores de cabeza, los Tsantsas. Desde adolescente vivió la aventura de la selva. Medina nos mete, como en un capítulo de la novela La vorágine de José Eustasio Rivera, por lugares inhóspitos, nos introduce en ritos, yagé y alucinaciones que vivió Maquiamelo en las ceremonias iniciáticas para llegar a esos silencios en su discernir y el de sus despojos emblemáticos, envueltos en dermis de anacondas y geometrías sagradas dentro de su piel y cerebro.
Estamos intervenidos, en la cotidianidad pedestremente, en la cultura, profundamente. La vida, el mundo, está intervenido, así el arte lo hace para la abstracción de un entorno que no vemos y que Maquiamelo estrella contra las dos simetrías de nuestros rostros y cuerpos.
Álvaro Medina y su libro sobre Maquiamelo
Uno no puede más que maravillarse al ver los despojos irresolutos, provocadores, donde el concepto tradicional de belleza se fragmenta en las sociedades de hoy y comunica una grata sensibilidad en el espectador (recuerdo cuando vi las pinturas negras de Goya y sentí que formaban parte de lo que yo había sido: era). Medina nos habla de belleza perturbadora, y sí, logra ese impacto. Sin ser monstruos, conservan el hálito de lo que fueron pero agregado ese misterio entre la vida y la muerte, los secretos de los individuos y los hiperdiscursos que hacemos al enfrentarlos.
Jíbaro, 2008. Piel de chivo, pigmentos naturales e hilo de cáñamo. 15x17x14 cm.
En el libro de Medina puede verse (de la primera exposición de Maquiamelo) la serie Tribus Urbanas, el nuevo Jíbaro clavado en una estaca, elaborado en piel de chivo, pigmentos naturales e hilo de cáñamo. El tiempo pasa por los mechones rojizos, parece un hombre primitivo con su chivera rala y su actitud de muerto o alucinado. Se atrapa la historia del hombre. Eterno retorno. Espiral del tiempo.
Nos secretea Medina que Maquiamelo “en la elección del tema (Tribus Urbanas) influyó el pelo rizado y largo que el artista en ciernes lucía al volver de su contacto con los Shuar. En una suerte de identificación con la música de Bob Marley, Maquiamelo se había hecho un tocado de trenzas rastas, una expresión de cultura marginal y rebeldía que lo llevó más tarde, en Nueva York, a tratar con grupos góticos y Punks”.
Punk, 2008

Y aparece un punk de 2008, con sus múltiples caras, cresta, chivera y cordeles que penden de sus labios. Boca, apretaduras y silencios expresivos abundan en la obra. ¿Momificación expresiva? No lo creo, tal vez expresión de la momificación de lo atemporal.
Medina describe las obras iniciales como si Maquiamelo fuera taxidermista, médico legista o personaje de Lovecraft, o un Jekyll y Mr. Hyde, de Stevenson. O simplemente espulgador de piojos y garrapatas o barbero. El carácter de novelista que tiene Medina, combinado con su análisis plástico, nos hacen partícipes de episodios impactantes en la vida y obra del artista. Es una delicia leer estos textos llenos de información, alusiones que hacen vivir escenas trascendentales para entender el tiempo, espacio y producto de un creador de mundos y seres extraordinarios.
Gótico, 2010

¿Pelo auténtico? ¿Piel, pigmentos que logran la naturalidad de Frankenstein? En Gótico, 2010, los pelos de la cresta parecen mecidos por la brisa. La postura lo hace inofensivo, no por lo pequeño sino por su actitud de paz. Si nos encontráramos con el de tamaño real, seguramente sentiríamos temor, sospecha. Pero viendo al Gótico reducido nos despierta sosiego, ganas de responder su saludo.
El cine nos ha aleccionado que los actos de tortura (también la guerra real) son reflejo del poder, la brutalidad, el exterminio. Las cabezas de los enemigos se exhiben en estacas como acto supremo de barbarie. Maquiamelo también pone algunas de sus pequeñas cabezas en estacas. El hecho violento no está en la obra por asociar la estaca con el pedestal, el soporte de exhibición. No existe, a mi parecer, el discurso que conecte las cabezas artísticas con los trofeos de guerra; no existen en esos rostros signos de tortura, laceración, mutilación o vejación, más bien son apacibles, nos comparten lo que fueron, lo que significaron históricamente y lo que no dejaron ver en sus vidas y que el artista se aventura y devela.
Cuba libre, 2012
Imposible entender el discurso de Maquiamelo sin estar asociado a lo político y al poder, representado en los protagonistas que atrapa su disección. Abiertamente comprometido con la crítica social estos seres tienen múltiples lecturas. No sabemos si la cabeza de Fidel Castro (Cuba Libre, paperclay, badana, cabello, óleo, cachucha en tela), sin estaca para ser exhibido, es un homenaje al líder revolucionario o, al contrario, existe una diatriba subyacente. Luce una gorra verde oliva con la grafía de Coca Cola y en sus labios cerrados penden dos cuerdas que cruzan sus barbas pobladas. Su expresión es complaciente, más que de muerto trágico, o rictus de dolor. Nos dice Medina que la cabeza de Fidel fue llevada a La Habana y el gobierno prohibió su exhibición. Seguramente en conversaciones del curador con el artista logró un acercamiento con lo que Maquiamelo quería con esta pieza: “… el artista imaginaba esa Cuba libre como una combinación de autonomías gubernamentales y buenas relaciones bilaterales, no de bloqueo y agresiones, el intento de apertura que Obama ensayó y Trump ha reversado”.
Sí, los retratos-cabezas de los políticos, generalmente muertos (con excepción de Obama y Trump), tienen los ojos cerrados (incluido Obama), y las bocas de todos (incluido la de Hugo Chávez) están apretadas, lo mismo los ojos. Hay elementos que los caracterizan, el bigotico de Franco, el rizado de Obama, la boina roja de Chávez, que nos acercan aún más a nuestro mito urbano e histórico. Más adelante, en el libro, nos atropella Hitler con audífonos gigantes, rojos, oyendo a Wagner.
Franco, 2013
Los tabúes que más seducen son las divas del cine. Hay en ellas una rara belleza demarcada por la dualidad. Marilyn Monroe, 2013, es una particular muestra. Su cabellera rubia, sus labios rojos y su expresión siempre bella nos hace evocarla como en la escena del metro donde el aire de la rejilla levanta su falda. Y tiene en la mitad de la cara un color verdoso de óxido u hongo. Seguramente esa parte corresponde a la triste vida que le tocó en suerte en el amor frente a la tersura de la otra mitad que pareciera iluminada por los reflectores del cine. Entra en contraste con Marilyn Forever, 2014, ajada y con la cuerda cerrando sus labios besados y resecos, su pelo marchito y las sombras de sus historias en el mundo oscuro de su final.
Marilyn Monroe, 2013
Marilyn Forever, 2014

Me llama la atención el colorido de la divina Greta Garbo, 2015. Cada uno de los admiradores encuentra en sus deidades discursos diferentes, tal como lo dice Medina. Aquí veo lo multicolor de esa actriz grandiosa, apacible, dormida, como después de un acto de amor, y sin la pañoleta que la biografía nos cuenta al retirarse del mundo de oropel a los treinta y seis años para vivir sola y oculta en las calles anónimas de Nueva York: la misma Mujer de las dos caras atrapada en el momento irrepetible del adiós.
Liz Taylor, 2013
Y la bella de la mirada azul esmeralda parece tener los ojos abiertos en la trasparencia de los párpados, Liz Taylor, 2013, con trenzas, capul y chaquiras rematando sus haces de pelo negro, la fierecilla domada de su generación, arrinconada por ocho matrimonios.
Y es Betty Davis eyes, 2015, donde Maquiamelo nos deja ver un ojo abierto, nos golpea con el iris azul que mira hacia el lado opuesto del espectador mientras en la otra media cara el párpado lo cubre en actitud sosegada. Forma de calavera, huesos y fisuras: somos eso. Si se tapa la media cara de la órbita escueta, se encuentra la hermosa que nos hizo estremecer en tantas películas.
Y la bella Audrey Hepburn, 2015, con medio rostro encendido con el rojo de las pasiones. El otro, el halo de inocencia de Desayuno en Tifanys, el incomparable relato de Truman Capote.
Estoy de acuerdo con Medina cuando afirma que Maquiamelo subvierte los íconos representativos del mundo de la cultura norteamericana. También con la factura pop de las escenas o puestas en escena del artista para ridiculizar un mudo discurso. La costumbre de las luces de neón como significativa en la construcción de un país que el cine avasalló con sus colores y tonos mortecinos, en cilindros de barberías y avisos de bares y cafeterías.  Y el sueño americano amalgamado por el subdesarrollo que intentaba llevarse en sus corazones la opulencia de los parques hollywoodenses de Miami y Orlando, el Disney Word que antes legaron  en comics y cine animado.
Así, la pieza Mickey Mouse, 2017,  tiene la sonrisa profunda y negra y sus medios rostros contrastan entre el poder de la bandera norteamericana con sus estrellas insinuadas y el inocente roedor utilizado bajo el símbolo de la comunidad poderosa que se complementará con  Rico McPato, en su caja fuerte y sus monedas de oro desbordadas, sojuzgando a las demás sociedades. Dividiendo los espacios (del libro) no por azar sino por coherencia del discurso, la cara emblemática del poder y de la esquizofrenia, al decir de Medina: Trump con su bisoñé rubio y la sombra putrefacta de su lado imposible de ocultar mientras su boca, como en muchos de los personajes, existe un cordón con nudo ciego. Los párpados parecieran de un hombre que ha llorado mucho o que ha dormido poco. Hay un rictus en sus labios que se trasformará en Roland McDonals, el payaso que grita-ordena, oculto en el maquillaje de mimo y con el hueco de la palabra, como túnel que más produce miedo que risa. El juego con las palabras y las caligrafías son ingeniosas, no hay nada y hay todo a la libre interpretación. Las cuatro cabezas, Donal, Trump, Mickey y el payaso conforman dos triángulos equiláteros montados en cajas de regalo y pedestales falsos y luego en la ironía de las guerras e intrusiones en sus jeeps y tanquecitos de guerra. Pero desde siempre atrapado en los muros de su propia desgracia.
El arte nos entrega silencios de discursos que retumban en la historia de la cultura y la política. Íconos del poder mezclados con objetos, tipografías y entornos, puestas en escena donde el espectador permanece por largos minutos inerte, los elementos avasallan en la interioridad específica de cada uno.
Donde acaba la palabra empieza la música, ese arte inasible que solo los grandes compositores e intérpretes lo representan. Maquiamelo convoca el concierto de varias generaciones donde los años sesenta ocupan los espacios de la alegría.
Elvis Presley, 2018
El rey del rock and roll, Elvis Presley, 2018, (alunita y cuarzo de Colombia) está inmortalizado en minerales sagrados. Eternamente joven, con los ojos abiertos y su abrupta media cara de sus obsesiones y fracasos. Jimy Hendrix, el poeta de la guitarra atrapado en un dulce sueño de malaquita del Congo, 2018. Y Janis Joplin, la reina blanca del blues, saliendo de la Azurita de USA, como los prisioneros de Miguel Ángel, con su sonrisa de diosa de la voz y el grito de la angustia o el placer en la alucinación de la heroína. John Lennon, 2018, en esmeraldas de Colombia, con sus lentes redondos de la mejor época de Imagine, “You may say I'm a dreamer /But I'm not the only one/  I hope someday you'll join us /And the world will be as one”[2]. Prince, 2018, en amatista del Brasil, Kurt Cobian, 2018, en cuarzo de Colombia. Varias veces Michael Jackson, 2014 y 2015, vida y muerte. El de resina y hojilla de oro, bien parece una máscara egipcia y prehispánicas con apacible y brillante pasado glorioso. El de 2014, en paperclay, badana, óleo y cabello, dispuesto a salir a escena con los rasgos de su pigmentación vergonzante.
John Lennon, 2018
Salto las páginas como jugando al deslumbramiento. Ahí está, el temible bandido del siglo XX, el Patrón, capo de capos, hacedor de muerte: Pablo Escobar, su cabeza macabra sobre un plano de luto, la misma cara que vimos medio cubierta en la bandeja de acero donde lo llevaron luego de bajarlo de un tejado, lleno de balazos. No tiene cuerda que cierre sus labios. Su rostro tiene el tizne del homicida y, la descripción de la pieza, reza: Pablo Escobar, 2015, paperclay, porcelanicrón, piel de badana, óleo, bálsamo, betún de judea, cabello, dos balas. Detrás, completa la redondez que albergó el cerebro de lo macabro, la calavera con sus grandes órbitas vacías y sin maxilar inferior. ¡Cuánta significación! ¡Cuánto terror!
Pablo Escobar, 2015
Maquiamelo es excepcional, la extraña belleza de su trabajo, la finura como saca de los materiales las expresiones que atrapan personalidades evidentes y ocultas lo hacen un escultor retratista, provocador. Un artista que grita en silencio, que no se conforma con el mundo que le toca vivir y subvierte los espacios y sus significados para atomizarlo. Un artista que no compite con el arte del consumo sino que elabora con sus manos el discurso de su tiempo.




Jorge Eliécer Pardo
Bogotá, junio de 2019






[1] Doppelgänger ([ˈdɔpəlˌɡɛŋɐ]) es el vocablo alemán para definir el doble fantasmagórico o sosias malvado de una persona viva. La palabra proviene de doppel, que significa «doble» y gänger: «andante».

[2] Dirás que soy un soñador/ pero no soy el único/ quizá algún día te sumes a nosotros/ y el mundo será de todos.

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