Prólogo a La casa más grande del mundo
Por Jorge Eliécer Pardo
JEP y Liz Candelo, feria internacional del libro 2019 |
Sabemos con facilidad si la voz de los poetas es verdadera o una simple manipulación de las palabras que armonizan al oído y muchas veces a la sensibilidad. No tiene que ver con los temas o con las formas tradicionales o libres del verso. La poesía no tiene género, ni raza, ni ideología, simplemente es o no es. Lo de poesía buena o mala se deja al lector y sus exigencias.
La poesía no es sólo esquemas de paisajes, viajes, vidas,
frustraciones, obsesiones, sueños y esperanzas. Es también —y eso la hace íntima
y verosímil— la confesión recóndita de un creador de símbolos y ritmos, músicas
y silencios que lo acompañan y que hace partícipe a quien se atreve.
Me he atrevido a entrar en La
casa más grande del mundo, el mundo poético de Liz Candelo, nieta de Aquilino Grueso. Que Nació en Viento Libre, Buenaventura,
Valle del Cauca. Me introduje en su visión de mundo desde hace años
mientras oía, en reuniones privadas, sus poemas. Creí siempre que su figura en
el espacio-tiempo tenía y tiene un sentido ancestral, libre y lleno de
recuerdos, evocaciones que comparte en sus palabras y actos.
He leído poetas negros y
encuentro en ellos la gran virtud de la sonoridad. De la autenticidad. Ese
hálito de palmeras, brisa, susurros y cánticos, también están dentro de esa
Casa grande donde se canta, se bebe y se come en corro.
Todo el Palafito —de madera—
es la historia del río, del mar, de los negros que viven y sobreviven con el
paisaje y los ancestros. Hay un ritmo que viene con el sonido secreto de la
madera y que Liz desentraña y vuelve poema. La voz va hasta Sierra Leona, viaja
en la cadencia de quienes ahora abren el espejo y el libro de un relato lleno
de amaneceres de luna.
Existe una ruptura del canto
tradicional de los versos de los negros, esa música de Nicolás Guillén que
ahora se retoma para dar testimonio y sonoridad al verso.
Un canto a la muerte desde el
cuerpo… poema piel que habla en epitafios de identidad. El dolor mezclado con
la alegría.
Danzando moriré dichosa…
Prometo confirmar
si descansando en el cielo
o parrandeando en el infierno
es donde me encuentro.
La tristeza de la muerte en
soledad, en ese run run que nos lleva a la noche, la recreación en el poema
que a todos libera: la voz ancestral de Liz Candelo.
Hay un run run
que este verso fue escrito
hace siglos
por negros segundos
liberados por mí
Y el run run, el
susurro, va y viene y nos alerta, como hace siglos. Y la dislocación del tiempo
en un siglo de pasos atrás.
He dado un paso más
no sé si es un paso hacia adelante
o un siglo de pasos
hacia atrás.
Comunión de tiempos y
personajes, fusión de versos, espacios y voces. Petronio Álvarez y Edith Piaff,
y ella, Liz Candelo, quizás tengan ese acercamiento de lo europeo con lo mítico
que siempre deja preguntas sin respuestas. Combinación y diálogo entre
personajes de otras culturas donde se cuestiona a Dios y su Biblia, a su
infierno y el cielo: cosmogonía del centro mismo de la inspiración poética.
Sincronismo imbricado.
No se hace necesaria la
oportunidad para el libro, los poemas fluyen y toman consistencia en el avance
del pentagrama poético. El lector va siendo poblado por una voz verdadera de
amor y dolor e intuye no sólo la muerte ancestral sino la muerte de ahora
porque ella sabe y pide con un grito ahogado:
Prefiero morir afuera
donde aún duele la muerte
atrapada en tierra ajena
sin astillas dónde morir
pero enterrada entera.
Sí, porque como en el poema aún
nos duele la muerte.
Y viene la mareada de
sangre de ese Pacífico que no sólo es de los negros sino de Colombia, de
todos y ninguno porque
Ayer sembré
en la madera de mi Pacífico
un poema.
Hoy a mi palafito
lo sostiene
una marea de sangre.
Los azules ojos del mar
se han secado.
Punto sin final.
La casa más grande del mundo, bello poema con tono de
infancia, con voz de lo mágico que no hemos perdido porque todos hemos querido
una casa así, un país así, una familia así, feliz y resucitada. Poemas
esenciales, vida, muerte, vejez y sueños.
La intimidad y recorrido por
la vida cotidiana también está presente, el vestido, el vino, el jazz, la
poesía, un poco de humor y mucha armonía así anuncie —como siempre lo hace el
poema— la derrota de los hombres.
Saludo este libro auténtico de
Liz Candelo, un libro sin farsas ni malabarismos, sin grandes filosofías ni
repentistas erudiciones. Lo saludo con el respeto que he tenido por los
escritores negros colombianos a quienes he admirado, leído, estrechado sus
manos, sentidos sus cuerpos en el abrazo y la gratitud: Manuel Zapata Olivella,
Carlos Arturo Truque, Arnoldo Palacios, Sonia Truque y Yisenia Escobar. Ellos
saben lo que hay en estos versos que proyectan la literatura y la voz ancestral
que ahora se vuelve coro del tiempo sin tiempo.
Jorge Eliécer Pardo
El Nogal, marzo 26 de
2019
Publicar un comentario