Marcelo Antinori
El último vuelo de El Cóndor
(editorial Exedra, Panamá, 330 páginas)
Las aventuras de Bebéi y los pelagatos en la Ciudad
Antigua de Santa Clara del Mar[1]
Por Jorge Eliécer Pardo[2]
Marcelo Antinori |
El último vuelo de El Cóndor es un libro sobre diplomáticos pero
poco diplomático. Porque ninguno queda completamente a salvo de la trama que
con picardía, con ese tono de la picaresca española unas veces, del absurdo y
lo esperpéntico otras, con desmesura y cálculo, va tejiéndose y destejiéndose convirtiéndose
en una novela policiaca, negra, mágica y desequilibrada.
Presentación de la novela en el Centro Gabriel García Márquez de Bogotá, Sep 4 de 2012 |
El lector —y esto me ocurrió— no se sienta a leer una novela
sino a ver una pieza de teatro. Una ciudad antigua que bien pudiera estar en
cualquiera de las del Caribe y unos personajes extraños que, proviniendo del
poder están ahora disputándose un pedazo de calle, atrio, café o mar.
La noche de la presentación |
En ese escenario de putas, malabaristas, marihuaneros,
revolucionarios, exiliados, poetas, desquiciados todos por la vida, o la vida
desquiciada para mirarlos, se aglutina una babel que conforma el magma,
enumerativo y rico de este libro.
Como en la dramaturgia, la voz de los personajes, todos
protagonistas en el desarrollo de la narración, tienen su propio matiz, su
oralidad donde el ritmo introduce al lector-espectador en lo que con el paso de
páginas, episodios y capítulos cortos, 40 en total, será la realidad
latinoamericana. Cada uno de los capítulos logra una atmósfera redonda con
intensidad de cuento, diría también flashes… también un apagar de la luz para
seguir la trama en segundos. Rememoré algunas narraciones de Bocaccio o de las
Mil y una Noches.
Imágenes en el atrio de una La Catedral Primada como
escenario, o la Plaza de Santo Domingo, o cualquier plaza de las ciudades del
mundo. Un decorado que podría ser la alegoría de la pintura que acompaña la
tapa del libro: desdibujada, manchada. Porque allí están esos seres que van
adquiriendo carne y vida, palabra y sentido existencial. En esas plazas, como
en la de la novela, hay una banda de músicos, un público que desfila y unos anónimos
que miran, espían y tienen secretos. El autor va corriendo el velo de cada uno,
bastantes… enumerarlos sería largo y pormenorizado, porque cada uno, a la
manera de la literatura clásica tiene su propio adjetivo.
La plaza es lugar de los inmigrantes, emigrantes, exiliados,
asilados, envejecidos, jubilados, lugar por donde pasa el mundo, el puerto, el
pueblo, los vicios, las movilidades sociales y el pasado detenido en la
tranquilidad de los amigos de siempre, por quienes se cuenta la historia, por
ellos y para ellos.
En medio de este sinnúmero de convocados hay dos que llaman
la atención: Bebéi, un oscuro archivista de la embajada de Francia, sentimental
y anodino, que habrá de mutar en agente secreto en misión internacional, y un
perro que se convierte poco a poco en emblemático. Es el perro de un muerto que
aparece en los contornos de los que el novelista llama el mundo de los Pelagatos, esos seres de todas las calañas que se
odian y aman.
El perro negro y el muerto dan sentido de vida a la novela y,
por supuesto a los personajes. Todos saben de ese muerto pero todos quieren
ocultarlo. El ¿quién es? sustenta parte de la trama del libro que se vuelve
policiaco.
Veamos a algunos de los actores vivos y sus papeles, sin ser
libretos, actuaciones teniendo respiración propia: una cita:
él fue banquero poderoso y rico. Un ciudadano respetado y padre de familia
ejemplar, hasta el día en que mandó todo al carajo y decidió ser libre y vivir
borracho en las escalinatas de La Merced.
Un expresidente que dormía
entre los gatos en el fondo de la Catedral, como los mendigos, pasaba los días
deambulando por las calles como los vagos y se preocupaba de las
contradicciones de la vida, como los locos.
Una revolucionaria terrorista que años antes siendo aún joven detonó una bomba frente a
la estación del tren en Alemania, expresión máxima de un delirio que buscaba
cambiar la realidad. Torturada y arrepentida decide no pensar en huir y
vagar por el mundo sin tener conciencia de que no pensaba. Así, terminó siendo prostituta
en Santa Clara. Se emborrachaba todas las noches para poder seguir delirando.
Una enana china presentadora de espectáculos en La vie en
Rose que luego habría de tener un cambio radical en su vida al ser nombrada
señora del embajador de este país, que se apoderaba de negocios, tierras,
hoteles y Estado para la expansión China… una italiana que piloteaba avionetas;
una danzarina rusa; una niña ciega, de la comunidad kuna; un meditador zen que
camina con el torso desnudo por todo el barrio; gitanos y saltimbanquis; una
respetada profesora de la Universidad de París, psicóloga y escritora conocida
por sus libros y artículos sobre temas feministas, lesbiana y defensora de
Lilith la primera mujer de Adán; un lector impenitente de Whitmann y Pessoa; un
reconocido profesor de Filosofía en la Universidad Nacional hasta el día en que
fue expulsado por locura in extremis. Un activista revolucionario, travesti en
las noches, Lola Marlene, de ojos azules y tetas falsas, cantante seductora y
atracción principal de La Gata Caliente, el cabaret maldito del puerto.
Una mujer enamorada del que había muerto tres veces, que fue prostituta en Cartagena, Barranquilla
, Aruba, Trinidad y Barbaos, otro dato escondido dentro de la caja china que
llevará al lector de la mano, unas veces lentamente, otras a grandes zancadas,
por los acontecimientos.
En escena una comuna de gente importante, ahora
desequilibrados por la intensidad de sus vidas y el desajuste de la sociedad.
Ya no importa quién es quién, la voz narrativa parece ser todos y uno, ese
narrador que conoce los entramados de la psicología de quienes se cambian la
máscara.
Justo en la mitad de la novela aparece la primera
carta-informe del archivista ahora espía de una embajadora. Son sinopsis de lo
que ha acontecido a través de dos detalladas misivas que nos devuelve el
aliento en medio de tanta tortura y nos lleva a entender que todos son uno y
que el muerto quizás no esté muerto aunque el personaje gris lo carga en un
pote convertido en ceniza.
Ahí, en ese escenario del muerto y su enamorada, ahora
desaparecida, se debate el mundo en general y A Latina en particular. Este uno
de los méritos del libro. Mérito conceptual, de discurso ideológico
desmitificado en las derrotas de revolucionarios, artistas y académicos. Novela
de conspiraciones nacionales e internacionales muy bien establecidas por un
conocedor a fondo de los conflictos sociales. Una visión atribulada de la
izquierda latinoamericana.
Todos ellos en las tablas, escenario expresivo, detrás de un
perro negro y la historia de un muerto.
El muerto de las cuatro muertes, un terrorista fallecido
treinta años antes de su última muerte. El que estaba ahí tirado había perecido
en un accidente de avioneta en República Dominicana, en una explosión de un comando revolucionario,
en Italia y en Panamá.
El oscuro Bebéi llevará por todo el libro las cenizas del
muerto entre un pote buscando dolientes mientras el perro, fiel ahora a su
protector, intenta decir algo para descubrir a los asesinos. Nada le importa
más al empleado de la embajada que estar con ese perro que ha dado sentido a su
vida.
Y vendrá la acción: los oscuros personajes que empiezan a
poblar el libro secuestran al nuevo amo.
Cito: Cuando el
vehículo finalmente se detuvo, sintió que su nariz sangraba y que su rostro y
su brazo le dolían. En ese instante, un solo pensamiento vino a su mente: el
perro negro quedó solo en la calle. Intentó gritar para decir que tenía que
volver a buscar al perro, pero lo golpearon tan fuerte en la cabeza que se
desmayó.
Personaje que nos conecta con Bartleby, el
escribiente de
Melville, con el “preferiría no hacerlo”,
o con Estragon en Esperando a Godot de Samuel Beckett.
Los nuevos personajes son los narcotraficantes, la mafia que ocupará
con sus tentáculos todas las calles, las oficinas, las iglesias, los
prostíbulos, las vidas.
El dueño del perro, el muerto varias veces, de revolucionario
socialista se convierte en jefe de un sector de la mafia. Y lo buscaban para
que responda por negocios sin saldar. Por eso había muerto tantas veces.
El ambiente de terror, muy bien manejado por el autor, llena
las vidas con represión, tortura, secuestro, asesinatos. La novela se enrumba
por ese mundo mezcla de poder y política. Y los ahora anónimos y comunes
personajes para todos los habitantes, comienzan a ser desaparecidos, machacados
para sacar de sus pasados la relación y los secretos del muerto el que siendo
joven soñaba con hacerle la guerra a todos los tiranos del mundo. El pago que
los importantes de otros años, ahora, entre el misterio de la novela, fungiendo
como anti-héroes. Los raptos de la miseria aparente pero la riqueza de las vidas
silenciosas, sin sentido, absurdas, esperpénticas.
Un novela sobre el poder, la política, los sueños y las
frustraciones. La revolución unida al narcotráfico, a la muerte. Y el muerto
empezó a variar su ideología de rebelde por el de la droga y el dinero en
Colombia. Así, Colombia está referido en muchos momentos del libro, asociada
con la cocaína y todo lo que ha significado en el ejercicio del poder en
América Latina. Es nuestro país, México y Venezuela, los peores librados en las
alusiones. Dice el autor:
Los colombianos y los mexicanos
siempre operaron en El Cribe y nunca se pelearon por rutas. Su lucha tenía que
ver con los puntos de entrada a los Estados Unidos.
No hay un juicio revanchista en el libro, al contrario
muestra respeto por actitudes como la de
Cuba, por ejemplo, sobre la relación socialismo y drogas. Me hace pensar mucho
en Colombia y su conflicto interno cuando recrea el robo de una buena cantidad
de armas, la muerte de un accidente de un revolucionario y la conexión entre
guerrillas y narcos. Me hace pensar en largos periplos entre el amor, la
revolución y la mafia.
El muerto es ahora El Cóndor, el jefe que vuela por encima de
lo que se le ponga al frente, el Patrón.
Entra la búsqueda del muerto que ahora se llama El Cóndor se
entretejen historias de indígenas, mitos y leyendas, ante todo, el de El
Dorado, el oro precolombino. Este nuevo camino narrativa alivia unas veces y
detiene otras. Enriquece el argumento pero abandona al oscuro archivista
francés que ha viajado a Estados Unidos en busca de datos del muerto pero
principalmente en busca de datos sobre el perro negro. Y para enriquecer aún
más la trama y narración datos sobre un poder milenario soterrado y misterioso
que vigila los tesoros precolombinos: los monos. Monos que actúan, matan,
ordenan. Nuevo ingrediente de enigma que va cohesionándose con el muerto y sus
harapientos personajes, más adelante vestidos de gala para una gran ceremonia.
Si existen novelas que carecen de personajes, ésta es la
excepción, son demasiados, todos con personalidad, con atuendos teatrales
porque los diálogos son muchas veces impecables, en ésta que he llamado
novela-teatro.
Nadie sabe pero todos saben, la verdad de las farsas a todo
nivel en estos países dominados por las mafias. Todos saben pero nadie dice y
si dice esta borracho, enmarihuanado (porque rueda la hierba por las páginas
del libro).
Sí, como en el teatro, hay un final de comparsa donde las desapariciones no han sido resueltas. La vida del circo y el espectáculo, de una audiencia que donde el espectador-lector forma parte, encuentra las vidas dobles, las vidas destruidas sin remedio. A pesar de tener momentos graciosos el libro tiene en su interior una gran carga de ironía, de desencanto, de fracaso casi total. Sólo una niña ciega y un hombre que lleva unas cenizas podrían salvarse mínimamente del caos. La fiesta continúa y en el atrio de las iglesias del mundo esos personajes, enmascarados o no, son los testigos de la hecatombe. Los monos quizás serán los nuevos dueños del mundo.
Una novela que contextualiza la literatura de hoy por sus
temas y tratamientos narrativos. Sus voces son las voces verosímiles que el
lector oye, murmuradas, en la aprobación de un mundo sin salida. Seguramente el
arte es el que reivindica.
Uno cierra El último
vuelo de El Cóndor y se da cuenta de que tenemos una máscara, que estamos
en ese atrio, mirando pasar la vida, sabiéndolo todo pero no reconociendo nada.
Jorge Eliécer Pardo, septiembre de 2012 |
Celebro la novela de Marcelo Antinori, ojalá en una segunda
edición superen muchos errores editoriales porque vale la pena mirarnos en su
espejo.
Jorge Eliécer Pardo
Agosto 28 de 2012
[1] (Presentación de la novela en el auditorio del Centro
Gabriel García Márquez de Bogotá, agosto 28 de 2012)
[2] Por invitación del embajador de
México en Colombia compartí mis apreciaciones en torno a una novela. Fue el
pintor Darío Ortiz el que me llevó a su casa para que, con la canta-autora Olga
Walquiria, Baez y otros amigos, pasáramos lo que nuestras abuelas y madres
llamaban una exquisita velada.
No es costumbre en Colombia que el presentador de un libro
desconozca al autor en lo que tiene que ver con su trabajo y menos con su
persona. A Marcelo Antinori acabo de estrecharle su mano. Tampoco es muy
frecuente que personajes de la vida financiera internacional y diplomática
tengan además el quehacer por la literatura, que se evidencia por el oficio
poético en sus textos.
Tradición de diplomacia y literatura existe en América
Latina, recordemos a Octavio Paz, Pablo Neruda, Carlos Fuentes, colombianos
como Pedro Gómez Valderrama, Germán Arciniégas, lista grande que acabaría con
mi paisano periodista y escritor Germán Santamaría actual embajador de Colombia
en Portugal.
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