Camilo Pérez
Salamanca:
cronista, caminante del tiempo
cronista, caminante del tiempo
Por Jorge Eliécer
Pardo
Si alguien ha construido la memoria de Ibagué ha sido este
cronista, por fuera de su tiempo. Lo intuí siempre al verlo leer viejos libros
y recortes de periódicos amarillosos. Frágil de cuerpo y palabras enrevesadas,
navega por esa sabiduría de los ancianos, sentados al atardecer, mirando el
infinito, contando a los niños hazañas de próceres derrotados o anónimos,
personajes inhumados para el recuerdo.
Por los años setentas éramos jóvenes, idealistas y dispuestos
a todo por la palabra, por la literatura. Animados por el liderazgo de Carlos
Orlando Pardo, reunidos en torno a un café y un texto inédito, cultivamos una
larga amistad que perdura hasta en los largos silencios de las distancias.
Libardo Vargas, Víctor Hugo Triana, Camilo Pérez, María Victoria Doza, muchas
veces oyendo la voz beligerante de Roberto y Hugo Ruiz Rojas, comprendimos, más
allá de las clases universitarias, el valor de la bitácora del boom de la
literatura latinoamericana comprada al novelista huilense Humberto Tafur que
nos lo proveía desde su maletín mágico de viajero incansable. Profesores por
necesidad, periodistas por vocación y escritores por ensoñación.
Los cuentos iniciales de Camilo tenían una musicalidad que
siempre supe atrapada en la adjetivación. Párrafos de largo aliento que su
respiración no alcanzaba a concluir. Todos influenciados por la prosa mágica de
García Márquez y el retorcido fracaso de Juan Carlos Onetti.
Por mucho tiempo no he conocido un escritor nacido de la
ingenuidad de quien todo lo quiere atrapar en sus ojos vivaces. Sabíamos que
venía de China Alta, arriba de Santa Bárbara, en los barrios pegados a la
ladera, y que su pasión por los libros lo condujeron a la avidez de hacerse
autodidacta. Y lo logró.
Las crónicas de ayer y de hoy tienen el tono de las memorias,
relatos orales sacados de los secretos de esos elementales personajes populares
que viajan, lloran y mueren en el tiempo y quedan adheridos a la palabra perpetuamente.
Ese tono es el que siempre he admirado en él. Si los académicos, doctores en
historia y escribientes de libros eruditos, lograran ese calor de la anécdota
viva, seguramente sus libros tendrían más lectores. Es la literatura la que da
a Pérez Salamanca las herramientas para sacar el valor humano a los
protagonistas de sus crónicas. Y la fantasía que lo acompaña, entre los mundos
mágicos de duendes y hechiceras hasta lo macabro de la violencia, de nuestra
guerra que todo lo desgarra y depreda.
Camilo Pérez ha hecho bien se trabajo. Tiene un sitio
dentro de la tradición tolimense. En su medida, es ese Homero que aún, por
fortuna, vemos pasar de la mano de su hada madrina que le entrega con amor las
pupilas de sus ojos para seguir leyendo el mundo.
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