Instituto de visión para tiempos pos modernos
Jorge Eliécer Pardo
En tiempos de la recuperación de la memoria histórica, nada más gratificante que encontrar a un joven artista colombiano plasmando en su obra conceptual el tema de la nostalgia reflejada en muros y fachadas tragadas por los años. Fotografías rigurosamente investigadas, sin intervención digital, impresas y enmarcadas con sobriedad, carentes de ampulosidades técnicas. En ellas se atrapan momentos de prestigios venidos a menos o pretendidas estéticas urbanas en decadencia. La arquitectura también hace parte de esa memoria porque no sólo la guerra evidente y el discurso político conforman el devenir de la sociedad.
Nicolás Consuegra, en su exposición Instituto de visión, nos convierte en boyeristas de nuestro pasado y visionarios del universo. Los vestigios de avisos devorados por la nebulosa apenas bosquejada de antiguas residencias, negocios públicos y privados, y las fichas de un casino en desuso, con jugadores luciendo camisas brillantes y estampadas que miran extasiados las bolas que bajan por el sendero del esferódromo, en una puesta en escena de jubilados buscadores de fortunas, nos remontan a los tiempos de la modernidad que ya la tecnología ha excluido del mundo de hoy. Como un pedazo del titanic del Bogotá de los cincuentas metido en un gran embalaje, en un sótano de museo.
Consuegra nos hace reflexionar, a través de sus discos giratorios a la velocidad de la lectura de canciones populares, que existe un instante en el que somos consumidos por la loca carrera de las palabras y las imágenes de la pos modernidad. Fragmentos que no buscan el centro a pesar de estar en los límites del círculo y, después, el espacio abierto de los puntos que nos evocan el big bang, el paradigma cósmico, los huecos oscuros o la esquizoide carrera por el poder del universo y que, paradójicamente, abre con versos efímeros y vacuos en luces de neón. Si el arte tiene la capacidad de cambiar al hombre, el Instituto de visión de Nicolás Consuegra Cadavid, posee la acertada y compleja conexión con quienes aún se obsesionan con las tradicionales Bellas Artes.
Porque nuestra memoria también se descascara como las paredes y los frontispicios y los recuerdos se pierden como los avisos que identifican lo que encontraremos más allá de las puertas, esta exposición nos recompone momentos perdidos que sólo el buen arte hace posible.
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