El pianista que llegó de Hamburgo[1]
Los viajes presentidos
Jesús María Stapper[2]
Están inmersas en El pianista que llegó de Hamburgo, la presente novela del escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo[3], las letanías del viaje… (de los viajes). Inicio permanente de múltiples rutas desvanecidas con el abrazo de los horizontes que están más allá de los puntos cardinales. ‘Vuelo de Halcón alemán’. Es un caminar incesante al interior y exterior de los personajes repletos de nostalgias difuminadas entre la neblina vagabunda y el humo de la ausencia. Historia impregnada de cigarrillos con olor a bar. Habita el deseo como estigma. Viven los pesares anclados y surgen las bohemias imprescindibles. Un ir permanente como si de manera indirecta se recordara al antiguo Camino de Santiago (la ruta jacobea por donde toda Europa llegaba a España). Sendas directas que van hacia los sueños, hacia caminos intrincados que forjan ilusiones… y nos dice que más allá está la búsqueda del estímulo casi sagrado que producen las utopías, los presentimientos que se vislumbran del futuro.
El autor inicia su caminata al despertar del día alemán (no importa si es temporada de estío o invierno, de juventud u otoño) y dialoga con transparencia artística con Hermann Hesse, Thomas Mann, Heinrich Böll, Günter Grass y otros tantos escritores (Deutschland), y con ellos va, en el recorrido de su obra…(y de sus obras). Transita desde Baviera hasta Schleswig-Holstein, desde Sajonia hasta Sarre, y nos enseña que Alemania es un país europeo, que a pesar de todo, tiene el corazón tan grande que cubre la totalidad de su superficie. En este suelo con visos de eternidad pretérita, y eternidad entrante, nacen los personajes inmersos en la historia, nace la novela genealógica-histórica de Jorge Eliécer Pardo.
En la realidad y en los sueños la trashumancia nunca cesa. Un despabilar amontona el infinito y sus resplandores en un instante. La música en esta historia viaja transportando resonancias y sinfonías. Suenan los instrumentos para darle existencia a la vida: el piano, el contrabajo, el violín… y se dibujan en el paisaje. Su sinfonía viaja por los aires en busca de pieles trepidantes y dentro de ellas, lo más profundo del corazón. Saltan a la palestra Schumann figura del romanticismo con su obra musical envuelta de pasión, drama y alegría (como es la vida en ciernes de los personajes que aquí se tratan) y brillan otros inolvidables nombres de la música. Establece contactos con el más allá. La música es médium, vaso comunicante entre las dimensiones multánimes, eco trepidante de los espíritus. No en vano el título: El pianista que llegó de Hamburgo. La noche vibra tras la muerte de las monotonías del día y los corazones friolentos se baten al rigor de intemperies y sombras. Todo es música naciente entre la luz de los faroles. Las teas moribundas atisban sus diferencias y señalan el tiempo nocturno. La oscuridad marca los senderos del olvido. ¡El olvido también es dolor!
La calamidad y la miseria son ‘prendedizas’ y caminan ávidas de hallar entrañas como los virus malos. En ocasiones superan toda cordura reminiscente como le sucede a Hendrik Pfalzgraf (primer personaje que aparece en la novela) con su baño concentrado de tristezas asumidas desde su nacimiento, producto de secuelas incrustadas por causa de su familia ancestral y de la Alemania de entonces perfilada de sombras, pobrezas y hecatombes. Quizás un abuelo de nombre Jakob (un judío polaco) es culpable de sus penas en donde las nostalgias evocan los signos de la miseria económica y la muerte tatuadas en el alma. Los lugares demarcan estancias vividas por una familia de acendro y estirpe musical. Las cavernas marineras, las cantinas (algunas de mala muerte), los quioscos, los parques, las plazas de mercado (centro de baratijas en forma de limosna para un gran músico que en ocasiones vive del “instinto callejero”) son el engranaje ideal de las estancias naturales de la vieja Hamburgo.
Un abuelo fracasado, unos padres que se van pronto: Florence, la soprano, muere de tuberculosis, Hannes —pianista y violinista—, de cirrosis. Hendrik a los dos años de edad da los iniciales pasos de su dura trashumancia y recala en casa de sus tíos Elizabeht y Azriel, músicos también.
Jorge Eliécer Pardo, escritor, es en su obra un navegante de largo trecho por los vericuetos históricos, y ahora, en El Pianista que llegó de Hamburgo, allende el tiempo de la “Alemania hitleriana”, evoca y describe pormenores de lo sucedido. Hendrik vive junto a su tío Azriel el ostracismo ante la cruenta persecución nazi. Aparecen en el relato los deportes como los olímpicos (Berlín), mundial de fútbol (Italia campeón) y el boxeo, y surgen los nombres de Jesse Owens y Joe Louis —el bombardero de Detroit—.
El destino marca las pautas y desvía la ruta tan evocada de Hendrik hacia Moscú y lo sentencia —sin querer— hacia las huestes norteamericanas. En el túnel negro de la vida se guarda silencio y, para romperlo, suena un clavicordio. Se mencionan nombres “melódicos” como los del triángulo de la música alemana: Bach, Beethoven, Brahms. En el furtivo estadio de densos claroscuros, a la luz de la esperanza, bajo el temor supremo frente a una voz y un nombre: Adolf Hitler, Führer, Comandante del Tercer Reich, se tejen las encomiendas que conducen tal vez hacia la vida y hacia la libertad.
Otra vez, los avatares del destino (si es que el destino tiene avatares), desvían las rutas y la nave que presumiblemente partió con destino a Nueva York atraca en la Habana y más tarde en Barranquilla (Colombia). Prosiguen las contingencias y aparecen otros nombres como Alex Olaf Lüewe y Hans Rutger Tillesen. Entra en cuestión la política colombiana y se menciona a Eduardo Santos —Presidente— y a Luis López de Mesa —Canciller—. Azriel y Hendrik son atormentados por la ambivalencia: —ser judío, ser alemán— que representaba sentimientos de repulsión por donde anduvieran dando tumbos. Los dolores acuden sin previa invitación y Elizabeth muere junto a sus hijos, en el puerto de Hamburgo, durante un bombardeo. En estos viajes, como en todos los demás transcurridos en la novela, los caminos no trazados, no aguardados, llegan inevitables.
Siguen sumando ambivalencias viscerales los trashumantes llegados de Europa a Colombia. Viven ‘dualidades necesarias’ porque son obreros en público, artistas en secreto. Se constituyen además en habitantes de los sótanos arrugados. Detenidos en el Hotel Sabaneta de Fusagasugá van a la cárcel bajo las contingencias políticas que se dictan desde los imperios y desde las ambigüedades y los egoísmos del hombre. El frío bogotano los circunda sobre calles adoquinadas que asumen sus pasos. Entre porcelanas y ensueños aparece la italiana Magdalena Massi. Ella, adherida a Hendrik, nos indican que la prisión también une los corazones y los sueños. Azriel parte en vuelo sin retorno, con denodado afán viaja hacia las sendas etéreas en busca de su amada Elizabeth y sus hijos.
A Hendrik y Magdalena el arte los persigue, la guerra los persigue… la música la llevan dentro. Las partituras existenciales se multiplican, y cada una de ellas, trae consigo su propia melodía. Son perseguidos por los estertores de una guerra nueva —tan desconocida… “tan lejana”, tan colombiana— y no queda más remedio que buscar los caminos empedrados que conducen a las intemperies. Entre ámbitos contradictorios nace su hija Laura. Viven de campo “Nocturno” recordando al poeta suicida, bogotano José Asunción Silva. Como si fuera poco, tienen que asumir, el trasteo de sus pertrechos entre costales ‘desdentados’, bajo el delirio del llamado ‘bogotazo’ de abril de 1948 donde asesinaron al caudillo del pueblo liberal Jorge Eliécer Gaitán en la capital colombiana. Así la lluvia empapa sus rostros embadurnados de pánico y les dice que la vida continúa.
Desde los vericuetos del barrio La Candelaria en Bogotá, el destino con su voz cantante, les informa que “la meca” es Italia y que el punto señalado es Florencia a donde llegan Magdalena y Laura mientras dejan a Hendrik en Colombia orbitando en el afiligranado y empobrecido plantel de sus soledades. Asentado sobre el lomo del tiempo, Hendrik viaja a Villavicencio y se envuelve con los ‘divinos sortilegios’ del arpa, la sabana, los morichales, los atardeceres, los ríos, los ganados, y los caporales. Y de nuevo, lo beligerante por una razón o por otra llega a su senda, y aparecen nombres guerrilleros como Germán Campos, Eliseo Velázquez y Guadalupe Salcedo, aunque él permanece en el claustro donde habitan en ‘presunta paz’, la historia guardada y la armonía de la música, sea de bandolas, capachos … o la resonancia majestuosa de los stradivarius.
Surge casi de “manera clandestina” la historia de un instrumento con historia universal: el arpa. Se le da un perfil de crónica andariega a sus cuerdas líricas. El músico alemán vive, en una presencia sincera, el lenguaje vernáculo del hombre llanero, ese ser que llega a pie limpio, hasta las riveras del Arauca o del Orinoco.
De ahora en adelante las rutas de la novela deben ser buscadas y aprehendidas por los lectores. A lo largo de los cinco tomos o nevelas de El Quinteto de la frágil memoria[4].
El pianista… discurre vertiginosa en ocasiones y, en otras, con encontrada lentitud pero con prestantes inquietudes. No obstante, el desasosiego prima, existe un hálito permanente de suspenso como si un gnomo maligno revolcara los polvorientos caminos de cada ruta señalada. De su texto ponderado, que contiene un arsenal de viajes en erupción, brotan llamas que iluminan todas las sendas, aún las más densas, las que parecen no tener otro día entrante para estrenar.
La novela por sí misma, es una partida sin retorno. Cada lector encontrará que la sorpresa es un destino señalado. Hallará que cada viaje es un tejido enmarañado que parece tener la cabida incierta de los laberintos inefables ante la escasa posibilidad de las salidas. Es como si de alguna manera, Dante volviera de nuevo a los inframundos contemporáneos, y a la mitad del viaje de la vida, se encontrara con una selva oscura. Y surge la pantera al comienzo de la cuesta. ¿Qué talante tiene esa pantera de comienzos del siglo XX? ¿Dónde ubicar su corazón o su espíritu? ¡También los arcontes tienen sus propios destinos! Tal como Eneas increpando los mares, Hendrik Pfalzgraf (y todos los personajes, cada uno en su particular leyenda) ve como una ola gigantesca se desploma sobre la popa de su nave viajera… la destartalada nave que es su propio destino.
A través de El pianista que llegó de Hamburgo, una escalera nos permite ascender o descender hacia el misterio vestido de ensueños y realidades. Una encrucijada entre hombres y mujeres es latente. Una embestida de amores y desamores es palpable. Los más caros sueños se guardan en los canastos de bordados ralos como si fueran un esperpento de rincón… un viejo arlequín que por maltratado no se lleva a la calle. La novela total es el éxodo. Divagar entre políticas cruentas y salvajes días es una razón de ser, un canto místico y sufrido a la supervivencia. Cada vez que tocan a la puerta aparece un nuevo personaje enmarcado entre cuitas e idealismos, entre anhelos y visiones, y con sus crónicas repletas de monstruos y añoranzas por contar. Nos ubica la novela en el centro del destierro. Nos dice con toda claridad que cuando un hombre no doma al destino, es el destino quien lo doma (algunos dicen que el destino no existe). Hoy entendemos que Verne quizá sí logró domar los viajes sacramentales que un su divagar constante y surreal construyó en el futuro. Hoy entendemos que la ficción también es una realidad.
El pianista que llegó de Hamburgo en una novela expresiva de incansable viaje, narradora de bellezas tristes, armadora de albas y tinieblas, determinante en sus búsquedas, consecuente con los caminos, fiel a sus hallazgos, certera en sus descripciones, minuciosa en sus cantos, leal con la Historia… y con sus historias, profusa de sentimientos, repleta de añoranzas, magnánima en su legado, con un status literario cimentado de bondad y equilibrio, es sin duda, una de las grandes obras de la literatura hispanoamericana.
[1] Pardo, Jorge Eliécer. El pianista que llegó de Hamburgo. Cangrejo Editores, Bogotá, abril de 2012.
[2] Cáchira, Norte de Santander, Colombia, Sudamérica. Ensayista, poeta y pintor.
Libros publicados: Un baúl lleno de bienes, (ensayos), 2012: A la espera del viento, (poesía), 2011; A la vera de las Penumbras (cuentos), 2009; Poemas de la Calle Interior, 2009; Monólogos de Malateo, 1993; Reflexiones – testimonio, 1991; Ancarimo–Poema divino, 1993.
[3] El Líbano, Tolima, 1950. Escritor, periodista, conferencista. Ganador y finalista de premios nacionales de Novela, cuento y poesía. Ha publicado: Cuatro libros de cuentos: Las primeras palabras, en coautoría con su hermano Carlos Orlando; La octava puerta (con cuatro ediciones); Las pequeñas batallas y, Transeúntes del siglo XX (con dos ediciones). Tres novelas: El jardín de las Weissmann (con siete ediciones y traducida al francés por Jacques Gilard); Irene (con cinco ediciones, traducida al inglés); Seis hombres una mujer (con dos ediciones).
[4] Conformado por: La sombra del fuego; Una llama al viento; El pianista que llegó de Hamburgo; La baronesa del circo Atayde; La frágil memoria.
Soy de leer mucho y por eso suelo intentar conseguir nuevas novelas constantemente. Como hace poco pude obtener Vuelos a Europa, estoy con muchas ganas de poder conocer sobre escritores de esos orígenes
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